Aquella noche evité, cuanto pude, el contacto visual con mi pareja, pues no podía mirarlo sin que el terror dominara mis nervios, más tarde, cuando me acosté a su lado él, mientras me acariciaba y besaba, pedía perdón por el maltrato, se llamaba necio y lloraba, prometiendo que no volvería a hacerlo. Le creí y me sometí, dejándome amar por el hombre que era capaz de hacerme ver el cielo y el infierno con sus acciones.
Los próximos días fueron especiales, pues se mostraba amoroso, como en los primeros años de la relación. Llegué a pensar que cumpliría su promesa y que ese comportamiento violento quedaría sepultado en el pasado. ¡Cuánta equivocación!, más tarde comprendería que, el arrepentimiento y esa reconciliación eran, también, características peculiares de un hombre violento.
Tres semanas más tarde Gustavo llegó, a la casa, muy animado, nos habían invitado a pasar un fin de semana en una playa.
- Mi amor, nosotros no salimos, la niña necesita divertirse – dijo sonriendo - por eso acepté.
- Sí, a Isaura le va a gustar – comenté contagiada también con su alegría.
Efectivamente, mi princesa, al ver la playa, saltaba de gozo, jugueteaba en la arena y nos besaba, con frecuencia, en señal de agradecimiento.
Más tarde, se incorporó, al paseo, un matrimonio, contemporáneo con nosotros, pero sin hijos, ambos compañeros de trabajo de Gustavo y que quedaron prendados con las ocurrencias de Isaura.
Son buenas personas, pensé en silencio. Me gustaba la manera, un poco jocosa, con que se trataban y admiraba cómo ella, aún al lado de su pareja, hablaba desenfadadamente, de las personas que se encontraban a nuestro alrededor.
Gustavo me contemplaba queriendo disimular la incomodidad que sentía con aquella conversación, un poco íntima, que sostenía con Mara. Ella reía al recordar algún episodio de sus viajes turísticos en vacaciones. Me parecía admirable esa mujer que había atrapado, a la felicidad, casándose con aquel hombre tan parecido a ella.
Estaba tan concentrada en la conversación que no había advertido las señas que me hacía mi esposo desde el lugar que, minutos antes, había escogido para cuestionar mi conducta.
- ¿Qué pasa, Claudia, ¿ahora quieres dejarme en ridículo? – me preguntó mientras apretaba mi brazo derecho.
Realicé un movimiento de dolor que fue advertido por Mara y eso encolerizó más a mi verdugo.
- No seas estúpida, yo hago lo que quiero – y mirándola, a ella, agregó – y ni ella ni nadie puede meterse en eso. Quiero que inventes una excusa y, ahora mismo, vas para la habitación. Allí vamos a hablar.