Mi versión de nuestra historia

Capítulo 1: La goma de la discordia

En la primera semana de clases, tú parecías estar realmente cómodo con aquel grupo de amigos. En especial con la castaña pecosa que te sonreía de oreja a oreja cada vez que te veía.

Yo nunca había hablado con Olivia, y es que ¿Quién querría hablar con la chica que esparció un rumor de esa persona en primer lugar?

La razón por la que las chicas le tenían tanto miedo era porque si siquiera intentabas enfrentarla, ella se las arreglaba para arruinar tú reputación en todo el instituto. 
Por supuesto que aquello no me impidió a mí hacerle frente y he ahí la razón por la cual medio instituto creía que tenía un extraño fetiche con las marionetas.

Verte con ella despertaba en mí una sensación demasiado curiosa. Ella pasaba sus manos por tu cabello y tú sacudías este, era como un juego.

—¿Te vas a comer eso?— quiso saber Silas, quien estaba sentado conmigo en la mesa de la cafetería desde la cual te estaba observando.

—Es tuyo— le dije en manera de respuesta. Él no dijo más, solo tomó el vaso con fruta que estaba sobre mi bandeja y empezó a comerlo.

—Hasta cuándo respiras es asqueroso— exclamó Fede sin quitarle a Silas la mirada de encima.

—Cuando respiras es asqueroso— contraatacó él con el mismo argumento.

—Si te interesa, escuché qué va a aplicar para el equipo de americano— cuando Eder dijo eso los tres dirigimos nuestra mirada a él —Escuché a Jonás hablando con el entrenador hace rato—

—Pero él ya hizo la prueba para el equipo de basket— mencionó Silas —El sábado en el entrenamiento—

—Claro que no— Fede frunció el ceño —Hizo pruebas para el equipo de soccer—

—Ha hecho pruebas para cada maldito equipo— Eder dijo aquello con molestia —¡Maldita sea! ¡Seguramente todas las chicas estarán tras de él!—

—¿Te molesta?— quise saber.

—Por supuesto que lo hace— admitió —Me molesto desde el momento en que habló con Olivia—

—Tu plan de seis pasos se vio afectado— se burló Silas sin parar de comer. 

—Eran ocho— lo corrigió. 

—¿Y cómo es Jonás?— le pregunté. 

Silas me miró con su entrecejo fruncido por lo que aparté la mirada. 

—Escucha Inés— me pidió —No creo que…—

—Seré breve— lo interrumpió Fede agitando su melena verde, —Cada que te enamoras te vuelves obsesiva. Mejor quédate como estas un rato—

—No estoy enamorándome— aclaré —Y no soy obsesiva—

—¿Qué pasó con Andrés?— 

—Tenía trece años— me defendí. 

—Ya, en serio— dijo Silas, —¿Qué pasó con Andrés?—

—Me bloqueó de todas las redes sociales—

—¿No puedes simplemente ser menos intensa?— me había preguntado Eder,

—Mejor pídele que deje de respirar— apenas susurró Fede.

—Fede…—

—¡Lo siento!—

—Es bastante agradable— señaló Eder, —Por si te interesa—

Apenas y susurré un gracias. 

Admitiré algo. 

Olivia era todo lo que yo quería ser a esa edad. 

Ella era segura, bonita y carismática. Muchas chicas la envidiaban por su cabello largo y castaño, otras por sus pecas —que en ese entonces estaban demasiado de moda— y ni hablar de su ropa. Además de que era imposible que no te agradara. 

Bueno, apartando el echo de que era bastante buena para humillar a las personas.

En fin. 

He de admitir que desde el primer momento en que te vi, yo no pude ignorarte. 

Por más que lo intentaba, mi mirada siempre terminaba clavándose en ti. Tonto. Lo sé. 

Pero así era. No te dabas cuenta, pero en tu defensa, eras bastante distraído. O flojo. Algo de lo que me había percatado en aquella semana, porque siempre olvidabas las tareas. En tu defensa, probablemente te estarías volviendo loco al tratar de ser parte de todos los equipos deportivos, tener una vida social, la escuela, tu familia… pero, a pesar de ello, te las ingeniabas para lucir tranquilo. 

No estresado. 

Sonreías mucho y bromeabas, como si las bolsas de debajo de tus ojos no hubiesen estado creciendo en los últimos días. 

Así eras tú. Demasiado tonto como para admitir que necesitabas ayuda. Muy orgulloso como para pedirla. 

—¿Qué tanto le miras?— me preguntó Gael detrás de mí. —¿Te gusta?—

—Por supuesto que no— conteste rápidamente, —Había una abeja—

—Pésima mentira—

Hice una mueca. 

Gael se sentaba detrás de mí para copiarme en los exámenes. Y si él era capaz de darse cuenta de que llamabas mi atención, cualquiera lo haría. Por lo que creí que lo mejor que podía hacer era esconder esos sentimientos que empezaban a surgir. Sabía que no sería capaz de ahogarlos, por lo que esconderlos era lo más inteligente que podía hacer. 

¿Qué puedo decir?

Para mí era bastante inteligente esa solución. 

Por qué creo que si estaba empezando a obsesionarme contigo. En una semana me había dado cuenta de lo bien que se te daba la escuela y lo mucho que mordías tu labio. Lo torturabas. No mordías tus uñas, pero logré notar que en un tiempo lo hiciste; por qué llevabas tus manos cerca de tu boca y después las retirabas de golpe. 

Si, te miraba mucho. 

Pero es algo que tú ya sabes. 

Aquel día, terminando las clases me dirigí a la biblioteca como siempre lo hacía. Me gustaba. 

En preparatoria comprendí que aunque no lo quieras, las personas siempre te van a prejuzgar con los estereotipos más estúpidos que te puedas imaginar. Todos creían que por el hecho de ser rubia, era una idiota. Y aquello me quedaba claro cada vez que preguntaba algo en clases y alguien reía. 

Era algo tonto, pero fue una cosa que no pude cambiar.

Y he de admitir, que yo te prejuzgué. 

Me sorprendí completamente cuando te vi en la biblioteca ese lunes. Leías un libro que se veía demasiado grande y tomabas notas. Estaba realmente impresionada. Además te veías bastante concentrado, con tus enormes beats azules y aquel lapicero que mordías. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.