Mi versión de nuestra historia

Capítulo 3: Pequeñas miradas

Ese día sí fui a la biblioteca. 

Pero te evité. Apenas te vi entrar y me escondí en uno de los muchos pasillos que eran tapados por los estantes en los que se encontraban todos esos libros. Pero, aún desde mi escondite podía verte.

Al principio parecías confundido. 

Te quedaste sentado por lo que fueron unos minutos. Y no, no te estuve observando todo ese tiempo. Solo que cada vez que alzaba la mirada, continuabas buscando a algo. O alguien. Y finalmente te fuiste. 

Entonces regresé a aquella mesa. 

¿Qué te puedo decir?

Había decidido que tú serías mi amor imposible de preparatoria. Te veía demasiado imposible e inalcanzable, al nivel que ni siquiera creía que valiera la pena intentar acercarme a ti. Y si, aún no estaba enamorada. Por ello prefería frenar todo antes de que empeorara. 

Así era como lo veía. 

No era muy segura de mi misma y en aquel entonces por más que lo intentara no lograba parar de compararme con las demás chicas; desde modelos hasta mis propias compañeras. Y mi conclusión siempre era la misma, yo no era lo suficientemente bonita. 

Una tontería, ¿Cierto?

Pero, por más que lo intentara siempre llegaba a ella. Por eso decidí que simplemente no lo intentaría. 

Si digo que me quedé una hora más en la biblioteca después de que te fuiste, sería una mentira. La verdad es que no conseguí concentrarme y terminé yéndome de ahí al poco tiempo. 

Mi madre notó algo que ni siquiera yo había logrado entender. El resto de aquel día, se la pasó preguntándome si algo me pasaba. Mientras comíamos, o cuándo le ayudaba a lavar los trastes. Seguía insistiendo en que mi mirada estaba demasiado triste o que parecía bastante distraída. Yo simplemente insistía en que había sido un día cansado en la escuela o que llevaba un montón de días despertando demasiado temprano. 

Le resté importancia y lo dejé pasar. 

Después de todo, ni siquiera yo entendía bien el por qué me sentía de aquella manera. 

Al día siguiente a las siete de la mañana, en clase de biología, mientras que yo intentaba no dormirme tú no parabas de mirarme. He de admitir que fue algo bastante incómodo, porque realmente luchaba por no quedarme dormida. En ese entonces me despertaba unas dos horas antes del inicio de clases para lograr maquillarme, elegir mis cosas y de más. 

Dejando esto de lado, de verdad que me estaba costando mantenerme despierta en aquella clase —sobre todo por culpa de la muy tranquila voz de la maestra Salomé que de verdad lograba relajarme en un extremo, además ¿Quién en su sano juicio toma biología a las siete de la mañana?— e intentaba no lucir extraña mientras lo hacía. 

Pero ahí estabas tú, sin apartar tu mirada. 

Supe de inmediato lo que querías, que yo te mirara y aquello te aseguraría que podríamos platicar un poco al final de la clase. Buscabas una explicación, porque el día anterior no me habías visto en la biblioteca, cuando yo te había dicho que ahí estaría. 

Por eso evitaba mirarte. 

Y así fue cómo pasé toda una hora intentando no cabecear mientras la maestra continuaba hablando de organelos y anotaba en varias notas adhesivas palabras claves que debería buscar al final del día porque no estaba prestando atención. 

Jonás, admitiré algo.

Con todo lo que había pasado desde secundaria, entre burlas, rumores y de más; yo había desarrollado ansiedad social. Nunca se lo dije a nadie y en aquel entonces aún no lo sabía. Pero así era. Estaba segura de que era cuestión de segundos para que yo arruinara las cosas en cualquier relación interpersonal que desarrollara.

Mi mejor amiga —Fede— lo sabía. No como tal que tenía esa clase de ansiedad, no. Si no el cómo me torturaba sobre pensando cada vez que interactuaba con alguien. Era extraño, creía que me juzgaban y el solo hablar con cualquier persona me era bastante incómodo. 

Y eso no era distinto contigo. 

Creía que juzgabas mi postura, o si mi maquillaje era muy cargado o si mis ojeras se notaban demasiado. Ahora sé que por tu mente ni siquiera pasó alguna de estas ideas, pero para mí en aquel momento todos lo pensaban al mantener una conversación conmigo. 

Por eso cuando te sentaste en el lugar que realmente le guardaba a Fede para la siguiente clase, me veía tan asustada. 

—No voy a morderte— bromeaste mientras tomabas asiento. 

Pero mi mente no estaba en esa conversación, ¿Sabes? 

Realmente, me preguntaba a mi misma si estarías notando las gotas de sudor que habían aparecido en mi frente después de tener que correr por salir tarde del salón de biología. O si mi maquillaje se habría corrido, o si mis ojeras eran demasiado notorias...

Te lo juro que pensaba en un millón de cosas y te envidiaba. Porque tú lucías demasiado tranquilo mientras que yo sentía que me estaba desmoronando o que debía salir corriendo. 

—Ayer señorita, me dejaste...—

Te detuviste cuando Fede se detuvo frente a ti. Ibas a ponerte de pie, pero ella se apresuró a negar con su cabeza.

—No te preocupes— sonreíste un poco cuando te dijo aquello —Me sentaré por allá—

Guardaste silencio y creí que debía desviar la mirada. Pensé que si continuaba mirándote rayaría esa línea de incomodidad que tanto me esforzaba por no tocar. 

—No fuiste a la biblioteca—

—Si fui— apenas y te contesté. Te inclinaste un poco más a mí y volví a mirarte.

—No te vi— 

—Cuando llegué no había mesas así que me senté en uno de los pasillos— mentí. 

Tú asentiste, fingiendo que creías mi mentira. 

—Jonás— te llamó Olivia e hizo un gesto indicándote que fueras con ella. 

La miraste y después dirigiste tu mirada a mí. Como si me pidieras permiso. 

—Solo ve— te dije alzándome de hombros. 

—Pero no quiero— admitiste —Todo el día habla de maquillaje o ropa—

—¿Qué te hace creer que yo no haré lo mismo?—




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