Mi version de ti

Enzo

Hacía muchos, muchos años que no pisaba ese colegio. Y en absoluto lo echaba de menos.

Cruzo las enormes puertas de metal y miro la hora. Llegaba tarde, cosa que le pondría furioso.

Sonrío ante la idea, no es lo que lo hubiera hecho a propósito, no era culpa mía que Estela fuera tan convincente y la verdad, entre ver a mi padre y ella poco tenía que pensar.

Recorro los pasillos del colegio, con esa decoración ortera y exagerada que solo pretendía hacer creer a la gente que ese sitio era especial y diferente cuando en realidad era lo mismo de siempre.

Dinero, poder e influencia era lo que regía el ilustre Instituto Colloricchio.

Y todo eso lo encarnaba a la perfección su ilustre director, mi padre.

El colegio era solo una pequeña fuente de su fortuna, pero para Mateo Colloricchio lo era todo. Su reputación y la razón por la que la gente lo respetaba. Podía ser un hijo de puta en los negocios pero formaba a jóvenes con futuros extraordinarios por lo que nadie podría juzgarlo. A pesar de que esos jóvenes le importaran una mierda.

Gracias a dios me había podido escapar durante esos años de toda ese mundo, estudiar en un colegio normal y ser uno mas. Pero eso se había acabado.

Una cosa era que estudiara en cualquier colegio todos esos años, otra muy diferente que me graduara en uno de ellos. No. Mateo Colloricchio no lo iba a permitir.

Llego al despacho de la secretaria y reparo enseguida en el buen gusto que tenía mi padre para elegir a sus empleadas. Al parecer si que teníamos algo en común.

La morena me mira sorprendida, como todas las chicas que me miraban por primera vez. Estaba claro que tendría mucha mas edad que yo pero eso nunca había sido un problema.

—Buenos días ¿Qué se le ofrece? —pregunta ocultando el nerviosismo.

Le clavo la mirada y se ruboriza. Sonrío, me encantaba el efecto que producía en las mujeres. Era como una droga.

—Pues me gustaría hablar con el director, si no recuerdo mal este es su despacho.

—¿Eres un alumno? —me interroga.

Sonrío y me sigue la corriente sin tener ni idea de porqué, solo para dejarse llevar conmigo.

—No preciosa, así que aún podemos aprovechar —sugiero y le guiño un ojo.

La secretaria se derrite y sé que la tengo en el bote.

—Soy Enzo Colloricchio —confirmo.

La secretaría se levanta como un resorte y agacha la cabeza con una especie de reverencia.

—Oh vaya, lo siento señorito Colloricchio, no tenía ni idea. Soy Lucía, la secretaria de su padre.

La escaneo de arriba a abajo, realmente no esta nada mal.

—Lucía es un autentico placer. Sin duda me quedaría hablando contigo pero creo que si llego mas tarde alguien se pondrá como una fiera —susurro y vuelvo a guiñarle un ojo.

Suelta una carcajada demasiado alta para mí gusto.

—Claro, hay una chica esperando pero supongo que su padre querrá que entre primero—murmura con voz dulce.

—Gracias —me despido y le lanzo una ultima mirada que vuelve a ruborizarla.

Estaba tan acostumbrado a ligar sin utilizar mi apellido que olvidaba el efecto que producía en algunas mujeres. A veces era una tortura, pero en esos casos era toda una bendición.

A pesar de tener solo 18 años aparentaba ser mucho mas mayor, vestía siempre perfecto y no actuaba como esos niñatos de instinto. Yo era diferente y eso se lo debía en gran parte a mi familia. No puedes ser un niño durante mucho tiempo siendo miembro de los Colloricchio.

Entro sin mucho animo a una especie de salita que daba al despacho de mi padre. Enseguida algo llama mi atención.

Sentada en una de las sillas está una morena, de pelo liso y coleta mal echa encogida como un conejo que acaba de ser enfocado con los faros de un coche. Me mira durante apenas unos segundos antes de volver a mirarse las manos.

Llevaba el uniforme del colegio que sorprendentemente le quedaba muy bien. La camiseta aún holgada marcada unos pechos voluminosos y la falda dejaba entrever unas bonitas piernas.

Solo le había mirado unos segundos pero tenía los ojos más azules que había visto nunca.

Sigo mi camino, ignorando muy a mi pesar a la preciosa princesita asustada que tenía delante.

Antes de llegar a la puerta la chica se levanta como un resorte haciéndome frenar en seco.

—Estoy yo primero, siéntate y espera tu turno —ordena tan bajito que me cuesta oírle.

Sonrío, al parecer el conejito era en realidad una pantera.

Doy un paso hacia ella pero ni se inmuta. Sus ojos azules siguen clavados en mi con bastante firmeza. Era una reacción a la que no estaba acostumbrado pero me gustaba todavía más.

—Apártate y siéntate de nuevo en tu sitio princesita.

La chica se enfada al oír eso y le lanzo una sonrisa de satisfacción. No solía hacer rabiar tan rápido a ninguna chica, aunque era evidente que ojos intensos era distinta.

A pesar de ese divertido juego era consciente de que llegaba ya demasiado tarde y no iba a quedarme esperando que se quitara de en medio. Doy un paso mas y la miro de arriba a abajo. Era mucho mas joven que la secretaria y aún así estaba mucho mas buena. Era una pena que no tuviera tiempo para ella.

—O te sientas tú o te siento yo —murmuro y mi polla se menea ante la idea de tenerla sentada encima de mi.

Me mira impasible, como si mis palabras no hubieran producido ningún efecto sobre ella.

Suspiro, molesto y alargo una mano hacia su esbelta cadera.

Antes de poder darme cuenta noto el escozor de una bofetada directa en mi cara.

Tardo unos segundos en darme cuenta de lo que ha pasado y la miro con rabia. Era la primera vez que alguien me daba una bofetada y no me había gustado una mierda.

Por suerte la princesita ya se ha sentado de nuevo, encogida y asustada dejando libre mi camino. Sopeso unos segundos decirle algo pero ya me he cansado de ese juego y decido que es mejor entrar. No iba a perder mas tiempo con eso.

Nada mas cruzar la puerta veo la expresión de enfado de mi padre. Hacía mucho que no le veía y seguía exactamente igual. Pelo cortado al tres con una precisión milimétrica, ojos marrones y piel morena gracias a la cámara de rayos uva de su casa. Traje impoluto y exageradamente caro. Parecía el típico rico engreído que miraba a los demás por encima del hombro. Y justo eso era.




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