Mi víctima

Capitulo 2

Gimió. Luego gruñó.

La chica debajo suyo se removía jadeante y deseosa, observándolo con la lujuria centelleante en sus ojos. Vincent sintió algo similar algo asco, deseó terminar cuanto antes.

—Más —jadeó ella—, más.

Vincent le mordió el labio inferior en un intento por sentir algo de placer, mas no funcionó, todo lo que llegó a sentir fue un atisbo de satisfacción.

Más. Siempre pedían más de él.

Estaba harto, cansado de oír sus jadeos exigiendo mayor contacto, aburrido de haber visto la misma cara por casi media hora. Ya no le causaba el mismo efecto que la primera vez que lo habían hecho.

Ya no la quería.

Elena rasguñó su espalda, y Vincent gruñó en otro vano intento por encontrarle placer a esa acción. No obstante no le gustaba que fuese él el afectado físicamente; debían ser esas chicas las que quedaran con marcas en su piel.

Vincent también la rasguñó, rasgó sus muslos lo mas fuerte que sus uñas cortas pudieron, y sintió un líquido tibio recorrer sus dedos. Aquello tal vez le daría algo de gusto.

Sangre.

Vio sus dedos maravillado. Elena los miró casi espantada.

Él se llevó los dedos a la boca y lamió el líquido metálico mientras sonreía, la mujer lo miró con cierto miedo. Mas el vaivén y los gemidos continuaron su curso.

Vincent se acercó a su cuello y aspiró profundo. No, el olor de Elena no le servía, era agradable pero no lo que él buscaba. Lástima, habría sido lindo usarla para algún fin que de verdad le causara satisfacción...

—Me voy...a... —Elena no terminó la frase cuando ambos acabaron.

Vincent se arrojó a su lado, en el espacio libre de la cama.

No volteó a verla, no quiso. Simplemente se levantó y empezó a vestirse, ignorando la mirada lujuriosa de la pelirroja. Se paró y tomó su mochila dispuesto a irse, cuando una frase lo detuvo en el umbral de la puerta

—¿Volveremos a vernos?

—Tal vez.

Vincent cruzó la puerta finalmente.

Vestía totalmente de negro, el color contrastaba con los pasillos color crema del edificio. Le gustaban los colores claros, el contraste de estos con su color favorito: rojo; le gustaba la diferencia y la notoriedad entre la claridad y la oscuridad, representada con colores en cada rincón de la ciudad.

Si ponía antención era capaz de notar que todo contrastaba consigo mismo.

El sol le deslumbraba, el calor hacía que sus rizos azabache se pegaron a su frente. Vincent se relamió los labios y caminó siendo presa del calor, tenía la piel sudada y reseca, vaya a saber por qué. Normalmente su piel era tersa y suave.

Respiraba jadeando intentando instalar el olor que impregnaba el aire; perfume, mucho perfume de mujer, que seguramente opacaba aquel olor que él buscaba, y que de seguro en alguna parte cerca de allí se encontraba. Vincent no iba a darse por vencido, después de todo no hacía ni un día que había comenzado a buscar, y él se daba a sí mismo el lapso de una semana para encontrar lo que buscaba.

La imagen de Sandy volvió a su cabeza. La chica rica, quizá popular, universitaria, atractiva. Depresiva, triste, vacía por dentro. A veces llegaba a preguntarse cómo algunas personas eran capaces de guardar tantas cosas dentro, solo hasta que recordaba que él mismo era una de esas personas.

La chica había tenido una chispa, le había caído bien a Vincent. Era una lástima el haber tenido que convertirla en una creación estilo Muñeca Victoriana, pero al menos aquello era mejor que tener su cráneo colgando del candelabro de su habitación ¿No?

Vincent comenzó a pensar un sin fin de cosas, entre ellas que hacía meses que no se veía a un espejo. No tenía nada que ver con Sandy o lo que él buscaba, pero simplemente le dió curiosidad saber cómo se veía ahora. Giró su cabeza y se vio en una vidriera con una asombrosa claridad: no había cambiado nada desde la última vez que se vio. Sus rizos oscuros se pegaban un poco a su frente por el calor, pero lo demás seguía exactamente igual.

Sus ojos verdes.

Sus labios rojizos y, tal vez, un poco secos ahora.

Su piel blanquecina.

Su ligera barba oscura.

Todo igual. Y eso extrañamente no le aburría.

Concentró su vista en lo que había dentro de la vidriera: gente, mesas, botellas de cerveza, meseras con vestidos cortos, y hombres que las halagaban a gritos. Quiso entrar, tal vez encontraría lo que buscaba.

En efecto Vincent entró, y se sentó en una mesa un tanto apartada, la sensación de asfixia se instaló en su pecho, así como un fuerte ardor en su garganta. Había demasiada gente, y el olor a alcohol era fuerte e insoportable. Él no estaba acostumbrado a eso.

Se arrepintió de haber entrado pero ya era tarde, una mesera se había acercado a él. Era bonita. Pelirroja, de curvas pronunciadas notorias bajo ese vestido rosa pálido que usaba. Sus ojos eran azules, llamativos; sin embargo Vincent no llegaba a percibir lo que realmente quería de ella.




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