Vincent estaba nervioso, furioso, tratando de meter hilo negro en una aguja de coser. Los gritos y quejidos de la castaña frente a él lo molestaban; trataba de ignorarla, de fingir que estaba solo y en total silencio, pero era imposible con gritos tan fuertes como aquellos.á
—Cállate o juro que te cortaré los labios.
La mujer calló, Vincent sonrió sabiéndose satisfecho. Siguió luchando con el hilo hasta que por fin lo pudo meter en la aguja, luego comenzó a coser un tul azul oscuro sobre un pedazo negro de seda. No sabía bien lo que iba a hacer, pero confeccionar vestidos lo entretenía bastante.
La chica frente a él soltaba pequeños gemidos, se retorcía un poco y trataba de liberarse de las cadenas. Vincent no le prestaba demasiada atención, sabía que no podría soltarse, así que siguió concentrado en lo suyo.
Pero su mente estaba en otra cosa. En la mujer maltratada a la que había ayudado.
Clara. Bonito nombre. Rostro de ángel. Vida de mierda. Era lo que buscaba...en cierta forma.
Su aroma...su aroma era perfecto. La había olido cuando ella le sirvió el vino, y definitivamente aquella mujer olía bien, era el perfume que él necesitaba. Era perfecta. Y tal vez sería fácil de capturar ¿O no?
Pensó en los golpes que la había visto recibir y le dió un poco de pena, después de todo no se merecía ser maltratada por aquel grandulón. También la recordó ese día; estaba bien, sana, sin marcas y con una sonrisa en la cara. Sus mejillas rosadas le daban un toque tierno.
Parecía un ángel.
Su ira se incrementó ante ese pensamiento.
Si Clara era un ángel entonces Vincent era el anticristo.
Sonrió al imaginarse poderoso y sádico como un Demonio.
Terminó el vestido más rápido de lo que hubiera querido, en menos de una hora ya estaba listo. Sin darse cuenta Vincent había hecho un vestido estilo victoriano de mangas largas y puños años y picudos, falda acampanada y un escote pronunciado. No sabía qué era lo que le atraía de los vestidos victorianos.
—Oh —miró a la castaña—, me había olvidado de ti.
Se levantó y le quitó la venda de la boca. Fue de esperarse que ella gritara, pero Vincent la abofeteó, haciendo que un hilillo de sangre brotará de su boca. La chica, lacrimosa y sollozante, lo miró suplicando con sus ojos que la dejara ir.
Él sonrió.
—¿Cómo era tu nombre? Lily...o
—Lenny —respondió ella.
—Lenny —susurró—, un nombre extraño ¿Es algún disminutivo?
Vincent se acuchilló frente a ella, frente a la silla oxidada en la que la mantenía atada.
—De...de Leonnela —habló con un hilo de voz y cerró sus ojos.
—Oh vaya, jamás había escuchado ese nombre.
—Es latino. Soy latina.
—¿En serio? —Leonnela asintió.
Vincent se paró y le acarició un mechón de pelo. Ella temblaba y balbuceaba, él se regocijaba en su sufrimiento. Para eso estaba ¿No?
Se acercó a una mesita oxidada y tomó un enorme cuchillo de carnicero, el brillo del metal daba a entender que estaba bien afilado. Lo acercó al rostro de Leonela y ella, por acto reflejo, trató de alejarse pero las ataduras se lo impidieron; aquello hizo que Vincent se relamiera los labios de satisfacción.
Pero quería terminar rápido esa noche.
—Hoy no —dijo, y dejó el cuchillo en la mesa.
Tardó varios minutos, pero pudo enhebrar un hilo rojo en una aguja gruesa, y lo acercó a Leonnela. Ella de nuevo intentó retroceder, pero Vincent le sostuvo el rostro con una mano. Con la otra comenzó a clavar la aguja sobre la comisura de sus labios.
No le preocupó la sangre que brotó de la herida, ni que ella comenzara a gritar y suplicar, solo se enfocó en tratar de pasar la aguja por ambos labios de forma prolija. Era difícil clavar algo tan pequeño en carne aún viva; pero si la hubiese asesinado no habría podido saber que era latina.
Siguió con la metamorfosis: coserle la boca, costuras en las mejillas y los párpados —probablemente la parte que más pulso requería de su parte—, afeitarle la cabeza y tatuarle los símbolos en la espalda. Era la tercer muñeca que hacía para sí mismo; normalmente las vendía o regalaba, siendo cuidadoso de que nadie se percatara de lo que realmente eran.
¿Pero cómo podían darse cuenta? Si él les reemplazaba las extremidades con partes de maniquíes antes de dejarlas al público.
Pero aún necesitaba ese perfume, ese olor. Sandy no estaba completa, no sin el perfume.
***
Era la primera vez que Vincent exponía una de sus calaveras; tenía varias en su habitación pero jamás imaginó que una acabaría en la estantería de aquella tienda.
—Hermanito, limpia ese sector —Victor le arrojó un trapo naranja.
Vincent lo atrapó de mala gana, sin responder al tono burlón de su hermano mayor, y limpió la estantería del medio, donde irían artículos de terror y/o pertenecientes a asesinos seriales ya inexistentes.