Mi víctima

Capitulo 7

¡Por todos los dioses! Su olor lo estaba volviendo loco.

Vincent por un segundo se sintió vulnerado por aquel aroma que se impregnaba en su nariz; ansiaba clavar su rostro en el cuello de Clara y aspirar ese olor eternamente, consumirla, exprimirle todo el olor que desprendía. Pero se conformó con acercar su nariz a su oído.

—No vas a me vas a defraudar, Clara ¿Verdad? —ella asintió, parecía nerviosa.

Vincent se alejó de ella, aún manteniendo a raya esa urgencia de olerla, y le sonrió, lo último que necesitaba era alejarla de él ahora que había conseguido atraerla. Esperaba tener que usar a la pelirroja, esa tal Lorena, para llevar a Clara hacia él; nunca esperó que fuese ella la que llegase a él. Mejor.

Se fue detrás del mostrador, y ella atrajo una silla hacia sí y se sentó alrededor de una mesita redonda roja, la favorita de Victor.

—Y dime, Clara ¿Por qué buscabas otro empleo? —preguntó.

—Es que...no puedo pagar mi renta solo con trabajar en el bar —respondió y se quedó viendo un adorno plateado colgando del techo.

—¿Por qué no me has dicho nada? Yo tengo unos departamentos libres en mi edificio, a un par de calles de aquí. Si quieres puedes...

—No —lo interrumpió—. Es decir, ya has hecho suficiente por mí. Gracias.

—Clara, quiero ayudarte ¿Vale? Déjame ayudarte en lo que pueda.

—Vincent... —lo miró— apenas te conozco. Aunque me salvaste, dos veces, aún eres un extraño ¿Cómo se que eres de fiar?

—Si quisiera hacerte algo ya lo habría hecho.

Se dió cuenta de que aquellas palabras la hicieron estremecer, porque vio como se removió en su asiento y bajó su mirada, señales de nervios.

Miró el cuello de Clara de nuevo, las marcas, esas marcas rojas y moradas que rodeaban su cuello. Enfureció de nuevo; ella había tratado de mentirle, y si alguien sabía de marcas de estrangulación era Vincent. Pero peor le resultó pensar que aquel idiota había tratado de matar a su Clara, su perfume.

Pero no le dejaría lastimarla de nuevo.

La miró bien, detenidamente, y notó que era preciosa. Cabello largo y negro que caía por su espalda, una piel cremosa y suave blanca como porcelana, labios rosados tentadores, y unos ojos ¿Verdes? Podía jurar que los había visto grises. A menos que...

—Fotocromáticos —dijo de repente. Clara lo miró con aire de confusión.

—¿Eh?

—Tus ojos —señaló su rostro— son fotocromáticos. La vez que te salvé en el bar eran grises, y ahora son verdes.

—Oh, eso. Supongo que es una anomalía genética o algo así —jugueteó con sus dedos sobre la mesa.

—¿Cómo cambian? ¿Con tu estado de ánimo?

—No. De día son claros y de noche oscuros...creo. Jamás le he prestado atención —colocó un mechón de pelo detrás de su oreja.

Vincent quiso reír. Ojos fotocromáticos, era la segunda persona que conocía con esa anomalía, la primera era su hermano, de ojos verdes en los días soleados y azules en los días nublados. Pero Clara era aún más extraña que eso.

—Vincent —llamó su atención— ¿Seguro que no hay que hablar con tu hermano sobre esto? ¿Sobre mí?

La miró, y deseó abrazarla y besarla. Era tan...tan ella...

Descartó ese pensamiento. Él no abrazaba a nadie, ni a Víctor.

—Muy seguro —respondió.

***


—¿Que has hecho que?

—He contratado a alguien —Vincent se recostó en el respaldo del sofá y miró a su hermano— ¿Que tanto problema con eso?

—Vincent ¿Por qué hiciste eso? —Victot caminó de un lado a otro, alisando su saco gris y acomodando su corbata, nervioso— ¿Acaso sabes si puedo pagarle o no? ¿O si va a robarme? ¿O si es capaz del trabajo?

—Relájate, hermano, ella es buena —sonrió—. Es camarera en un bar, sabe cómo tratar con las personas y maneja bien el dinero. Además es una cara bonita, y va a atraer a esos clientes que tanto quieres.

Vincent le dedicó una expresión burlona, y su hermano sintió que estallaba en irá. Quiso reír ¿Por qué Victor era tan imposible? Todo parecía molestarle.

—Bien. Pero si me falta un centavo te lo descontaré a ti, Vince ¿Entendido?

—Entendido. Y no vuelvas a llamarme así.

La frialdad en sus palabras y su mirada hizo que Victor lo observase con algo similar al miedo.

Odiaba ese apodo. Vince. Así solía llamarlo su madre cuando estaba bajo el efecto del alcohol o las drogas, o simplemente cuando lo insultaba. Recordar esos viejos tiempos en los que no era más que un niño le dió un poco, solo un poco, de nostalgia; no extrañaba esa época, de hecho se alegraba de por fin ser adulto, pero le daba cierta felicidad acordarse de su conexión con Victor, de cómo se cuidaban entre sí.




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