Mi Vida despues del fin de la humanidad

Capitulo 2 Parte Dos: Un rescate que nunca llego

El centro comercial donde estaba mi familia no solo quedaba lejos, sino que era uno de los más concurridos de la ciudad. Mi mamá siempre lo prefería por sus precios bajos y su variedad, así que no me sorprendió que estuvieran ahí.

Había avanzado apenas unos diez metros desde que salí de casa cuando vi a un grupo de unas diez personas que caminaban de forma extraña, como si estuvieran sonámbulas. Pensé que tal vez podrían ayudarme; mientras más fuéramos, mayores serían nuestras probabilidades de supervivencia. Sin embargo, algo no cuadraba.

A medida que me acercaba, uno de ellos giró la cabeza hacia el cielo. Fue entonces cuando lo vi claramente: su piel estaba pálida y agrietada, y sus ojos eran blancos, vacíos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Eran infectados.

Mi cuerpo se congeló en el acto, incapaz de moverse. Sentía cómo mi corazón latía con tanta fuerza que podía oírlo en mis oídos. Me tomó varios segundos reaccionar, pero cuando lo hice, retrocedí lentamente y me escondí detrás de una esquina cercana. Fue la mejor decisión que pude tomar.

Desde mi escondite, vi a una pareja que caminaba tranquilamente hacia adelante, en dirección contraria a la ruta que yo había tomado antes. Ellos no habían notado al grupo de infectados y se acercaban peligrosamente. Quise advertirles, pero sabía que, si lo hacía, los infectados me descubrirían. La idea me carcomió por dentro, pero ya tenía una meta clara: salvar a mi familia. No podía arriesgarme.

Cuando la pareja se acercó demasiado, uno de los infectados lanzó un grito desgarrador, inhumano, que hizo eco en la calle desierta. Ambos se detuvieron en seco, confundidos por el sonido, y al darse cuenta del peligro, comenzaron a correr hacia adelante, alejándose de la esquina donde yo me escondía. Los infectados, alertados por el ruido, los siguieron como una manada hambrienta.

Aproveché la distracción y me moví rápidamente hacia la ruta que la pareja había tomado antes. Era un atajo que conocía bien y que llevaba directo al centro comercial. Lo había usado muchas veces, y ahora era mi única opción para ganar tiempo.

Mientras avanzaba con pasos acelerados, no podía dejar de pensar en la pareja. ¿Habrían logrado escapar? La culpa intentó aferrarse a mi mente, pero la aparté. No podía distraerme. Mi familia me necesitaba, y no podía fallarles.

Después de caminar durante 15 minutos, finalmente llegué al centro comercial. La escena que me encontré parecía sacada de una película de catástrofes: vidrios rotos, estanterías volcadas y rastros de lo que claramente había sido una estampida. No precisamente de toros.

Frente a la entrada, me detuve un momento para observar. Había vidrios esparcidos por el suelo, así que opté por caminar con cuidado, evitando pisarlos para no hacer ruido. No necesitaba atraer la atención de ningún indeseado.

Mientras me adentraba hacia el punto central del centro comercial, la tensión empezó a pesarme. Intentando aliviar esa sensación, comencé a tararear una canción. La de Agente 007, por supuesto. El ritmo y la letra estaban tan grabados en mi mente que, sin darme cuenta, me metí en el papel: agachándome, pegándome a las paredes y lanzando miradas rápidas por las esquinas como si realmente fuera un espía.

El “espía” Ethan avanzaba de esta manera, mientras en otro lado del centro comercial, su familia esperaba.

—Ojalá que no le pase nada —dijo mi mamá, su voz temblorosa mientras abrazaba a mi hermano.

—No te preocupes, ya sabes que es un chico que sabe cuidarse. Seguro está tomando esto muy en serio —respondió mi papá, tratando de calmarla.

Más equivocado no podía estar.

—De seguro ya está cerca, mamá. Además... yo creo que cuando llegue aquí se pondrá a jugar a que es un espía o algo así —interrumpió mi hermano con una sonrisa nerviosa, intentando aligerar el ambiente.

Y en ese momento, dio justo en el clavo.

—No digas eso de tu hermano —lo regañó mi mamá, frunciendo el ceño—. Seguro está siendo muy precavido.

—Claro... súper precavido —replicó mi hermano en un murmullo, sin poder evitar una ligera risa.

Si tan solo ellos pudieran verme en ese momento, pegado a una pared, haciendo señas a nadie y susurrando: “Ethan Bond, en misión de rescate”. Pero la realidad me golpeó rápido: esto no era un juego. Me obligué a detenerme, respiré hondo y seguí avanzando con más seriedad.

Mientras tanto, en la tienda de comida rápida donde estaban escondidos, la tensión crecía.

—¿Cómo nos va a encontrar si no le dije en qué tienda estamos? —preguntó mamá con la voz quebrada.

—¿Cómo que no se lo dijiste? —replicó papá, visiblemente molesto.

—¡Mamá, eso es lo más importante! ¿Ahora qué vamos a hacer? —dijo mi hermano.

Papá levantó las manos, buscando calmar la discusión.

—Basta. No sirve de nada discutir. Lo importante ahora es ayudar a Ethan a encontrarnos. ¿Alguna idea?

—Podríamos colgar un cartel que diga dónde estamos —sugirió mamá.

—Suena lógico. Yo estoy de acuerdo —dijo mi hermano.

—Sin objeciones —asintió papá.

Sin perder tiempo, comenzaron a buscar algo para escribir. Mamá encontró un pedazo de cartón detrás del mostrador, tomó un marcador que milagrosamente aún funcionaba y escribió: “Aquí estamos. Ayuda.” Luego, los tres se acercaron a la entrada de la tienda y, con movimientos cautelosos, colocaron el cartel justo donde Ethan pudiera verlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.