Mientras me apuntaba con el cuchillo, mi cerebro comenzó a trazar un plan. La adrenalina me obligaba a analizar cada detalle: su postura, la firmeza en su mano, la distancia entre nosotros. Miraba su cuchillo y luego sus ojos, tratando de calcular si podría desarmarla antes de que reaccionara.
No podía arriesgarme. Si esta chica era una amenaza, tendría que actuar rápido y tomar una decisión drástica. La supervivencia no deja espacio para el sentimentalismo. Pero antes de tomar cualquier decisión drástica, preferí explorar otras opciones. No quería un enfrentamiento en vano, especialmente porque sabía que el ruido podría atraer a más infectados. Sin embargo, parecía que nuestra amiga no compartía mi paciencia. Su postura cambiaba lentamente, poniéndose en posición de combate, como si estuviera lista para lanzarse contra mí en cualquier momento.
Decidí hablar primero. Era un riesgo, pero quizás el único que valía la pena.
—Primero dime quién eres y por qué decidiste entrar a mi refugio —dije con un tono firme, aunque la mentira era evidente hasta para mí.
—¿Cómo que tu refugio? —replicó la chica, claramente más molesta.
—Claro, yo estuve aquí primero. Así que, como dicen, el que llega primero se lo queda —respondí con una mezcla de desafío y calma, observando su reacción.
—¿Qué has dicho? —dijo alzando un poco la voz, su molestia evidente en cada palabra.
—¿Lo que has oído? ¿O acaso estás mal del oído? —respondí, manteniendo mi actitud desafiante.
—¿En serio estás diciendo esas palabras? ¿No te da vergüenza mentir tan descaradamente? —dijo, su voz temblando entre enojo y algo que parecía dolor.
—¿Yo, mintiendo? Sí, cómo no. ¿Y cuáles son las pruebas de esa acusación? —repliqué con frialdad, observándola cuidadosamente.
—¿Quieres pruebas? La primera es esta —sacó una llave de su bolsillo y la alzó frente a mí—. ¿Cómo explicas que tenga la llave de la puerta principal?
—De seguro se la robaste al dueño. Al final, todas las casas fueron abandonadas. mi tono era deliberadamente provocador, buscando mantener el control.
Eso fue suficiente para hacerla estallar. Su rostro pasó del enojo a un dolor visceral que apenas podía contener.
—¡¿Cómo te atreves?! —gritó mientras se abalanzaba hacia mí con el cuchillo. Fue un movimiento desesperado y torpe; la esquivé fácilmente, lo que la hizo perder el equilibrio y caer al suelo.
—¡¿Cómo te atreves a hablar así de esta casa?! —continuó gritando mientras intentaba levantarse, sus manos temblando.
Antes de que pudiera intentar calmarla, volvió a cargar contra mí, gritando con aún más fuerza:
—¡No tienes idea de lo que esta casa significa! ¡No tienes derecho a estar aquí ni a hablar de esa forma!
Cada palabra estaba cargada de una mezcla de ira y dolor que no podía ignorar. Mientras esquivaba sus ataques, noté que su postura y sus movimientos eran más emocionales que calculados. No intentaba matarme; estaba reaccionando al dolor que mis palabras le habían causado.
—¡Tú no sabes lo que he perdido! ¡No sabes lo que esta casa significa para mí!
El ruido comenzaba a preocuparme; cada palabra, cada golpe, podría atraer a los infectados. Finalmente, en una de sus arremetidas, decidí que debía actuar antes de que las cosas se salieran más de control. Cuando se lanzó hacia mí con el cuchillo, retrocedí lo suficiente para esquivar su ataque y, sin pensarlo mucho, agarré su muñeca con ambas manos.
—¡Basta! —le dije, mi voz estaba temblando un poco por el esfuerzo y la tensión.
Ella forcejeaba, pero su respiración comenzaba a agitarse más por el cansancio que por la furia. Aun así, no parecía dispuesta a soltar el cuchillo. Fue entonces cuando sus movimientos se volvieron más erráticos, como si las emociones la sobrepasaran.
—¿Qué has dicho? —pregunté, mirándola fijamente.
Ella me miró con lágrimas contenidas, su respiración agitada y su cuerpo tenso bajo mi agarre. Había algo en su mirada que me hizo dudar, un dolor que reconocí porque también lo había sentido antes.
El silencio entre nosotros era ensordecedor. Podía sentir su brazo temblar bajo mi agarre, pero ya no parecía por el esfuerzo físico, sino por algo más. Un cúmulo de emociones contenidas que finalmente amenazaban con estallar
—No tienes idea de lo que he perdido —murmuró, apenas audible, como si las palabras le dolieran al salir.
Mientras me apuntaba con el cuchillo, mi cerebro comenzó a trazar un plan. La adrenalina me obligaba a analizar cada detalle: su postura, la firmeza en su mano, la distancia entre nosotros. Miraba su cuchillo y luego sus ojos, tratando de calcular si podría desarmarla antes de que reaccionara.
No podía arriesgarme. Si esta chica era una amenaza, tendría que actuar rápido y tomar una decisión drástica. La supervivencia no deja espacio para el sentimentalismo. Pero antes de tomar cualquier decisión drástica, preferí explorar otras opciones. No quería un enfrentamiento en vano, especialmente porque sabía que el ruido podría atraer a más infectados. Sin embargo, parecía que nuestra amiga no compartía mi paciencia. Su postura cambiaba lentamente, poniéndose en posición de combate, como si estuviera lista para lanzarse contra mí en cualquier momento.