Mi Vida despues del fin de la humanidad

Capitulo 6: Ethan y…….

La solté lentamente, asegurándome de no hacer movimientos bruscos. Ella no intentó atacarme de nuevo, solo retrocedió un paso, aferrándose al cuchillo como si fuera lo único que la mantenía en pie.

—Tal vez no lo sé —dije con cautela, observándola—, pero tampoco me conoces.

—Eso no importa. Tú no tienes derecho a estar aquí —respondió, aunque su voz ya no tenía la misma fuerza de antes.

Ella seguía retrocediendo, aunque sus movimientos eran torpes, casi vacilantes. Sus ojos, todavía brillantes por las lágrimas, no se apartaban de mí. El cuchillo temblaba en su mano, pero ya no parecía un arma, sino un reflejo de su desesperación.

—Escucha... no quería mentirte —dije tras un momento de tensión. Mi voz sonaba más suave, casi en un susurro—. Pero no sabía qué esperar de ti. Estaba asustado.

Ella no respondió de inmediato, pero sus hombros cayeron ligeramente, como si mi confesión hubiera perforado una barrera invisible. Respiré profundo antes de intentar romper el hielo.

—¿Qué edad tienes? —pregunté con cautela.

—¿Por qué quieres saberlo? —respondió, su voz aún cargada de desconfianza.

—No sé, pensé que podríamos empezar de nuevo. Tal vez intentar no matarnos mutuamente.

Ella dejó escapar un suspiro pesado, todavía sosteniendo el cuchillo como un escudo. Después de un momento que pareció eterno, murmuró:

—Tengo 20.

—Yo tengo 30. Me llamo Ethan.

Ella levantó la mirada, dudando por un instante, como si estuviera evaluando si debía confiar en mí. Finalmente, soltó una respuesta entre dientes:

—Luisa.

—Es un buen nombre, Luisa.

—No intentes ser amable —dijo, pero su voz sonaba más cansada que agresiva.

No quise presionarla, pero algo en el aire cambió. Ella se dejó caer lentamente al suelo, apoyándose contra la pared. Sus ojos seguían cargados de tristeza, y su voz tembló al hablar de nuevo.

—Esta... esta era mi casa —admitió. Su confesión me dejó helado, y la entendí mejor: cada rincón de este lugar debía estar impregnado de recuerdos para ella. No interrumpí; la dejé continuar.

—Mis padres, Natalia y Fernando, y mi hermana Sofía... vivimos aquí por años. Todo esto comenzó un día normal. Yo tenía 15, estaba en la secundaria, con los mismos problemas de cualquier adolescente. Amigos, discusiones tontas... nunca pensé que mi mundo se derrumbaría tan rápido.

Luisa hizo una pausa, sus manos temblorosas aferrándose al cuchillo.

—Cuando las noticias de la infección comenzaron, mi papá intentó mantenernos unidos. Nos dijo que todo estaría bien, que solo necesitábamos quedarnos en casa y cuidar de Sofía. Pero no fue suficiente. Un día, ellos entraron... infectados.

Su voz se quebró, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Papá trató de luchar, de mantenernos a salvo. Lo último que me dijo fue que cuidara a Sofía. Pero... no pude hacerlo. Nos fuimos juntas, escapamos por una ventana trasera mientras mi mamá y mi papá... ellos no salieron. —Su voz se cortó por un sollozo, pero siguió hablando, como si detenerse le doliera más—. Durante un tiempo, Sofía y yo sobrevivimos, nos escondimos. Pero un día... salí a buscar comida. Le pedí que se quedara en un refugio, que no se moviera. Cuando volví, ella ya no estaba.

Me quedé en silencio, dejando que continuara.

—Busqué por días, semanas. Nunca la encontré. Lo único que recuperé fue esto —sacó de su mochila un pequeño osito de peluche, desgastado pero claramente amado. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

La tristeza en su rostro era tan palpable que me resultaba imposible no sentirme culpable por haber invadido su espacio.

—Regresé a esta casa porque... no tengo a dónde más ir. Aquí todavía siento a mis padres, a Sofía. Este lugar es todo lo que me queda de ellos.

Me acerqué despacio, bajando la guardia. Luisa sollozaba, sus lágrimas cayendo sobre el peluche que sostenía con ambas manos.

—Lo siento... —dije finalmente, sin saber qué más agregar.

Ella no respondió, solo abrazó el peluche más fuerte, como si temiera que también pudiera perderlo. Antes de que pudiera intentar decir algo más, un ruido seco y fuerte proveniente del exterior rompió el silencio.

Ambos levantamos la mirada al mismo tiempo, nuestras expresiones pasando de tristeza a alerta en cuestión de segundos.

—¿Qué fue eso? —pregunté, pero Luisa ya estaba en pie, agarrando su cuchillo con fuerza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.