Mi Vida despues del fin de la humanidad

Capitulo 7: Cenizas del pasado

El sonido que nos alertó se convirtió en una amenaza inminente. Luisa y yo nos miramos, tensos, mientras el eco de gruñidos guturales llenaba el ambiente. A través de las rendijas y los agujeros en las paredes, pude ver sombras tambaleantes acercándose. No eran solo un par. Eran muchos.

Mierda… —murmuré, sintiendo cómo la adrenalina me despertaba los sentidos.

El ruido que habíamos hecho al hablar, al movernos, había atraído a los infectados. No tardarían en entrar.

Tenemos que salir de aquí —le dije a Luisa, sin apartar la vista de las criaturas que comenzaban a golpear las paredes de la casa.

Pero ella no se movió. Se quedó ahí, de pie en medio de la habitación, sosteniendo el peluche de su hermana con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.

No —susurró. Negó con la cabeza, como si no quisiera aceptar lo que estaba pasando.

Luisa, escucha…- le dije

—¡No! —gritó esta vez, con una desesperación que me sorprendió—. No puedo… no puedo irme. Esta casa es todo lo que me queda de ellos. No voy a dejar esta casa.

Su voz tembló, y vi en sus ojos el peso de su pérdida. Pero el sonido de la madera cediendo bajo el peso de los infectados nos recordó que no teníamos tiempo para discutir.

Me acerqué con cautela, bajando la voz.

Si te quedas, vas a morir. Y créeme, ellos no querrían eso para ti- le dije de la forma mas calmada posible. Me miró con los ojos llenos de lágrimas, con una lucha interna evidente en su rostro. Pero el estruendo de una ventana rompiéndose la hizo dar un paso atrás. Sabía que tenía razón. Sabía que no teníamos opción.

Apretó los dientes, tragándose su dolor, y asintió.

Está bien… vámonos-finalmente dijo Luisa con una voz triste y de impotencia.

Nos movimos rápido, escapando por la parte trasera antes de que los infectados irrumpieran en la casa. Apenas llegamos a la calle, Luisa se giró, como si en el último segundo esperara que la casa siguiera intacta. Pero no fue así.

—Esta casa... —comenzó, con la voz temblorosa— era de mis padres. Las criaturas entraron con violencia, destrozando todo a su paso. Vidrios estallaron, muebles fueron volcados y la estructura misma empezó a ceder bajo la invasión. Lo que antes era su hogar ahora era devorado por la misma plaga que le había arrebatado a su familia.

No… —su voz se quebró.

El peluche cayó de sus manos al suelo. Su cuerpo tembló. La vi respirar de forma entrecortada, luchando por contener el llanto, pero no lo logró. Las lágrimas brotaron sin control, y un sollozo desgarrador escapó de su garganta.

Me quedé en silencio. No había palabras que pudieran aliviar ese dolor. Solo podía estar ahí.

Ella cayó de rodillas, con los puños sobre sus piernas. Su hogar, su refugio, lo único que la conectaba con su pasado, estaba siendo reducido a escombros.

Todo lo que tenía… todo lo que me quedaba… —susurró, como si hablara más consigo misma que conmigo—. No... no es justo... —Su voz se quebró y su cuerpo pareció perder fuerza. Aquellas palabras impactaron a Ethan, porque él ya sabía que el mundo actual no era justo.

Dudé un momento, pero finalmente me acerqué y puse una mano en su hombro. No dije nada. No intenté consolarla con palabras vacías. Solo la dejé llorar porque sabía que ningún consuelo sería suficiente para aliviar ese dolor que sentía.

Después de unos minutos, se secó las lágrimas con el dorso de la mano y respiró hondo. Estaba tratando de recomponerse, de no desmoronarse del todo.

Tenemos que seguir —murmuré.

Dirigió una última mirada a lo que alguna vez fue su hogar para luego apartar la vista. Luisa levanto su peluche lo abrazo y lo guardo en su mochila para luego levantarse y seguir caminando.

Nos alejamos en silencio, avanzando por calles desoladas hasta que finalmente hablé.

Podemos ir a mi casa. Está mejor protegida. Ahí estarás a salvo-dije para romper el hielo.

Lo que pretendía ser una oferta razonable se convirtió en una chispa que encendió nuevamente la ira de Luisa. Se detuvo en seco y me miró con furia.

—¿Más segura? —su tono cambió de inmediato, de tristeza a enojo—. ¿Estás diciendo que mi casa no estaba bien protegida?

Cerré los ojos por un segundo, frustrado.

Eso no es lo que quise decir-dije.

—¿No? Porque suena como si insinuaras que no hice lo suficiente, que mi casa se vino abajo porque no fui lo bastante buena para protegerla —espetó Luisa, cruzándose de brazos, con la rabia encendida en su mirada.

Ethan suspiró, esforzándose por mantener la calma.

—Luisa, no te estoy culpando. Solo digo que en mi casa tengo más defensas, más recursos. No estamos en una competencia.

—¡Pues así lo parece! —soltó ella, dando un paso al frente—. ¡Siempre eres así de condescendiente! Mi casa, mi familia... todo lo que tenía desapareció, ¡y ahora vienes a decirme que la tuya es mejor, como si eso importara!

Ethan la observó un instante, reconociendo el dolor en su voz, y levantó las manos en señal de paz.




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