Ethan fue el primero en abrir los ojos. El cansancio seguía en su cuerpo, pero había algo en la manera en que la luz se filtraba por las rendijas del camarote que le recordó que, al menos por unas horas, habían sobrevivido. Giró el rostro y vio a Luisa acomodada en el nivel inferior, respirando de manera tranquila.
—Buenos días… —murmuró ella, dándose cuenta de que él ya estaba despierto.
—Buenos días. —Ethan salió de su cama y subió hacia donde estaba ella, sonriendo con cansancio—. Al menos seguimos enteros.
Luego Luisa bajo para hablar con Ehtan y dijo.
—Sí, aunque… —Luisa miró a su alrededor— siento que no durará mucho si no conseguimos más comida.
Ethan se quedó en silencio unos segundos. Había estado pensando exactamente lo mismo.
—Justo eso quería decirte. —Se llevó una mano a la nuca—. Los suministros se están acabando, y rápido. Necesitamos salir a buscar más si queremos seguir aquí unos días más.
—Lo imaginaba. —Luisa asintió, poniéndose de pie—. Entonces no queda otra.
Se armaron con lo poco que tenían y salieron, caminando entre calles desiertas donde el silencio pesaba más que el viento. Para distraerse del miedo que siempre acechaba, comenzaron a hablar.
—¿Qué música escuchabas antes? —preguntó Ethan, intentando sonar casual.
—Me gustaban mucho las bandas de rock alternativo. Aunque también escuchaba pop, lo admito. —Luisa soltó una pequeña risa—. ¿Y tú?
—Metal, y un poco de jazz, aunque no lo parezca. Mi hermano menor me molestaba por eso… decía que era música “de viejo”. —Ethan sonrió con un deje de nostalgia.
—¿Tienes un hermano? —dijo Luisa, sorprendida.
—Sí. —Ethan guardó silencio unos segundos—. Era más pequeño que yo, y creo que eso me obligó a aprender cómo tratar con niños. Supongo que por eso no me cuesta tanto hablarles a los más chicos.
Luisa lo observó, notando cómo su tono se endurecía levemente al mencionar el pasado. Pero antes de que pudiera profundizar, Ethan levantó la mano pidiendo silencio. Había escuchado algo.
El sonido era bajo, irregular. No era un grupo grande de infectados, pero había movimiento cerca. Ethan hizo una seña y se acercaron con cautela. El ataque fue rápido; dos infectados comunes se lanzaron desde un callejón. Luisa los despachó junto a Ethan, confiados de que todo había acabado.
Pero entonces un gruñido más profundo retumbó desde dentro de un contenedor volteado. Una figura salió de golpe: un infectado Acechador, de esos que se esconden y esperan el momento justo para lanzarse. Sus ojos turbios parecían calcular.
—¡Es una trampa! —gritó Luisa, justo antes de que el infectado saltara.
La pelea fue dura, pero al final consiguieron abatirlo. Con la respiración agitada y los nervios encendidos, Ethan se limpió el sudor de la frente.
—No podemos seguir así… —murmuró—. Necesitamos un lugar para recuperarnos.
Caminaron algunos minutos por las calles vacías hasta que divisaron un edificio semiderruido, más sólido que las casas a medio caer de los alrededores. Las ventanas estaban tapiadas con tablones, y la puerta entreabierta mostraba oscuridad al interior. A pesar de su aspecto, parecía ofrecer cierta protección contra otro ataque sorpresa.
—Podría servirnos para descansar un momento —dijo Luisa, aún vigilante.
Ethan asintió. La necesidad pesaba más que las dudas, así que decidieron entrar.
El aire rancio y húmedo lo golpeó con fuerza apenas cruzó el umbral. Las paredes carcomidas por el moho, los pasillos oscuros y el silencio pesado le resultaron inquietantemente familiares. Ethan se detuvo unos segundos, tragando saliva.
Ya había estado allí antes.
El recuerdo lo asaltó de golpe: el mismo corredor, las mismas puertas corroídas por el óxido… y aquella sala en penumbras. Avanzó lentamente en su memoria, hasta volver a ver la cuna improvisada en un rincón. Dentro, un bebé infectado, con ojos lechosos y piel amoratada, se agitaba emitiendo un llanto distorsionado, más cercano a un gruñido que a un sollozo humano.
Ethan había sentido un nudo insoportable en la garganta. Era un niño, sí… pero ya no quedaba nada humano en él. Su instinto le pedía retroceder, huir, pero sabía que dejarlo vivo significaba condenar a otros. Con la mano temblorosa, apuntó su arma.
—Lo siento, pequeño… —susurró antes de apretar el gatillo. El eco del disparo se había mezclado con aquel llanto interrumpido, clavándose para siempre en su memoria.
Ethan parpadeó, regresando al presente. Inspiró hondo, intentando apartar el peso de aquel recuerdo, y siguió caminando junto a Luisa.
Ella lo miró de reojo. Había visto cómo se quedaba quieto, con la mirada perdida y los labios tensos, como si reviviera algo.
—¿Estás bien? —preguntó con voz baja, preocupada.
Ethan tardó en responder; apenas esbozó una mueca que no llegaba a ser sonrisa.
—Sí… solo recuerdos. Nada que importe ahora.
Luisa no insistió, pero en sus ojos había comprensión. Sabía que no era “nada”, pero también entendía que forzarlo a hablar en ese momento podía hacer más daño que bien. Así que se limitó a caminar a su lado, guardándole silencio, aunque más atenta que nunca.
De repente, algo le erizó la piel. Una sensación de ser observado. Giró lentamente, y juraría que alguien los estaba mirando entre las sombras.
—Luisa… —murmuró apenas audible—. No estamos solos.
Escuchó pasos apresurados, alguien corriendo. Sin pensarlo, se lanzó tras la figura y Luisa lo siguió. Llegaron a una habitación oscura. Ethan apuntó su arma, conteniendo la respiración.
Un rayo de luz se filtró por un agujero en el techo y reveló a un hombre mayor, de unos cincuenta años, cabello entrecano, barba descuidada, ojos oscuros llenos de desconfianza. Llevaba ropa gastada pero reforzada, y un cuchillo en la mano temblorosa.
—No se acerquen… —gruñó, colocándose delante de una pequeña niña de unos cinco años que temblaba detrás de él.