“Entre el peso del pasado y las ruinas del presente, el precio de sobrevivir se cobra más vidas de las que pueden salvar.”
Ethan y Luisa se miraron apenas escucharon aquel ruido extraño. Luis los observaba con el ceño fruncido y Hikari se aferraba a su muñeca con fuerza.
—Quédense aquí —ordenó Ethan con tono firme, mirando a Luis y a la niña—. Nosotros iremos a ver qué fue eso.
—Sí —añadió Luisa, intentando suavizar la tensión mientras se inclinaba hacia Hikari—. No te preocupes, pequeña, vamos a revisar y regresamos rápido.
Avanzaron con cautela, las armas listas, hasta que descubrieron la fuente del ruido: un chillador, acompañado de un par de zombis comunes. El monstruo, de aspecto huesudo y mandíbula desencajada, lanzó un grito ensordecedor que rebotó por las paredes. Ethan maldijo por lo bajo.
—Tenemos que matarlo rápido, antes de que atraiga más.
Entre ambos lograron despacharlos: los zombis cayeron fácil, y el chillador fue silenciado antes de que llamara a una horda. Con la respiración agitada, regresaron a reunirse con los demás.
Mientras Ethan llamaba a Luis para hablar a solas, Luisa se quedó jugando con Hikari, haciéndole cosquillas y contándole un pequeño cuento improvisado para distraerla.
—Luis —empezó Ethan cuando estuvieron aparte—, tenemos que decidir. No podemos quedarnos aquí.
Luis lo miró serio, con el rostro marcado por el cansancio.
—Si seguimos peleando, vamos a perder. Necesitamos encontrar otra salida.
—Estoy de acuerdo —respondió Ethan tras un silencio breve—. No más enfrentamientos innecesarios.
Le comunicaron el plan a Luisa, y entre todos comenzaron a moverse hacia otra salida. En el camino recogieron algunos suministros: una mochila con latas abolladas, botellas de agua polvorientas, una linterna apenas cargada. Cada hallazgo era recibido como un tesoro.
Pero cuando ya estaban cerca de la salida, Ethan notó algo extraño moviéndose en la penumbra. Sus ojos se abrieron de golpe.
—¡Un explorador! —susurró con urgencia.
El grupo se tensó de inmediato.
—¿Qué hacemos? —preguntó Luisa, abrazando a Hikari.
—Tú quédate con ella. Luis y yo lo distraeremos —respondió Ethan.
Se lanzaron contra la criatura, que parecía más ágil que un zombi común. Lograron derribarlo, pero al morir liberó una nube verdosa: el gas tóxico del explotador. Ambos retrocedieron a tiempo, cubriéndose la boca y esquivando la trampa mortal. Sin embargo, en medio del forcejeo Luis recibió un arañazo profundo en el brazo.
—Maldición, Luis... —exclamó Ethan, arrancándose parte de su propia ropa para vendarlo rápido—. Aguanta, esto es solo temporal. Cuando salgamos lo curaremos bien.
El problema no terminó ahí: el ruido atrajo a más infectados. Desde la entrada llegaron varios, entre ellos un aullador y, para empeorar las cosas, un reforzador de gran tamaño. El grupo se escondió como pudo.
—Esto ya es demasiado… —susurró Ethan, respirando agitado—. Necesitamos otra ruta.
Cuando corrían por un pasadizo, el techo cedió de golpe y una lluvia de concreto los obligó a separarse. Ethan alcanzó a empujar a Luis hacia adelante, mientras Luisa retrocedía con Hikari entre los brazos.
—¡Nos vemos del otro lado! —gritó Ethan, tragando polvo.
Del lado de Luisa, la niña rompió en llanto.
—Papá… ¡Papá! —sollozaba Hikari.
—Shhh… tranquila, estoy aquí —la calmó Luis, aunque su voz sonaba tensa y fatigada. La acarició como pudo, obligándose a sonreír—. Voy a estar contigo, siempre.
Luisa lo observó con seriedad.
—Si algo pasa, protegeré a Hikari incluso con mi vida.
Las palabras golpearon a Ethan, que frunció el ceño.
—No digas eso —replicó—. No se trata de sacrificarse, sino de mantenernos juntos. Ella necesita que sobrevivamos todos.
Más adelante, Ethan y Luis quedaron a solas. Caminaban en silencio hasta que Ethan rompió la calma.
—Dime, ¿cómo era tu vida antes de todo esto?
Luis suspiró, mirando al suelo.
—Tenía un taller pequeño de carpintería… me gustaba trabajar con las manos, crear cosas útiles. Conocí a mi esposa allí, era clienta habitual. Ella… —su voz se quebró apenas— ya no está con nosotros. Perdí más de lo que quería admitir.
Ethan se mantuvo en silencio, respetando el peso de sus palabras. Luis continuó:
—Hikari fue lo que me mantuvo vivo. Cuando todo se vino abajo, pensé que no podría con esto, pero verla… me dio fuerzas.
De pronto, Luis se llevó la mano a la sien, tambaleándose contra la pared.
—¿Estás bien? —preguntó Ethan, alarmado.
Pasó un minuto eterno hasta que Luis asintió.
—Sí… solo un mareo.
Más tarde, Ethan le preguntó con curiosidad:
—¿Por qué ese nombre, Hikari?
Luis sonrió débilmente.
—Es japonés… significa luz. Mi esposa decía que, aunque el mundo estuviera en tinieblas, nuestra hija sería esa chispa que nos recordaría que la esperanza aún existe. Y tenía razón.
Ethan lo miró en silencio, notando lo pálido que estaba y lo lento que caminaba. Incluso al revisar la herida, vio que empeoraba, aunque no dijo nada. Debió cicatrizar ya, pensó con inquietud, pero prefirió guardarse sus dudas.
Tras un rato de descanso, finalmente lograron reencontrarse ya casi afuera del edificio con Luisa y Hikari . La niña corrió hacia su padre y lo abrazó con fuerza.
—¡Papá! —exclamó, aliviada.
Luis le devolvió el abrazo, aunque su rostro estaba más pálido que antes. Luisa lo notó y le susurró a Ethan:
—¿Lo ves? Está peor… ¿qué le pasa?
—Debe ser el cansancio, nada más —respondió él, aunque sus ojos decían ot
Cuando avanzaban de nuevo, Ethan intentó romper el silencio.
—¿Qué tal es cuidar a una niña de esa edad en medio de todo esto?
Luisa lo miró un momento antes de responder:
—Es duro, Ethan. No por ella, sino por lo que este mundo le roba a esta pequeña. Los niños deberían correr en un parque, aprender canciones, jugar con amigos y no aprendiendo a esconderse de monstruos. Yo solo intento que, aunque todo se derrumbe, sienta que todavía hay alguien que la prote.....