Mi vida en control de tus manos

17

—Abuela si te regalarían unas flores, ¿Cuáles te gustarían? —pregunto, sentada a un lado de la cama con mis ojos puestos en ella.

—Dejame pensar —mira a otro lado, sumergiéndose en sus pensamientos, un destello inesperado en sus ojos se mostró.

—Las dalias— murmuró, mostrando una sonrisa.

—¿Te gustan mucho las dalias verdad abuela?

Le había hecho la misma pregunta hace tiempo, incluso hablé con Jen del tema de las dalias favoritas de la abuela pero, con lo que pasó creo que lo olvidó.

—Querida— responde con una sonrisa, teniendo en sus manos la tasa de té— esa flor es medicinal por lo tanto, no se encuentra en ningún lugar. Además, las dalias poseen tubérculos que son comestibles y se utilizan en la cocina —dice en un tono didáctico, muy parecido al de una botánica.

—Sabes mucho de las dalias —admito asombrada por sus palabras.

Ella suelta una débil carcajada —Lo se gracias a mi madre. Ella era botánica y eso fue lo que me llevo a aprender para que servía cada tipo de flor o plantas medicinales —hace una pausa, dándole un sorbo al té—. Y resulta que... La mayoría de ellas, tienes capacidad para muchas cosas que no te imaginas.

—Mucho más efectivas que una pastilla no— un murmullo apenas audible, salió de mis labios.

—Pero —toda mi atención se concentro en ella—, no quiero decir que las medicinas que mandan los doctes no sirvan, ¿De acuerdo?

Asentí con la cabeza.

—Dejame hacer una llamada abuela —informo.

Me alejo de la cama, dirigiendome con pasos seguros a la cocina. Al llegar, tome el teléfono con firmeza y comencé a marcar el número de Jen para pedirle un pequeño gran favor.

Al tercer tono contesto.

—¿Todo bien por allá? —pregunta sin darme tiempo de soltar un sonido.

—Hola Jen, ¿Cómo te encuentras?.

—Emm... ¿Bien? —cambia el tema—, ¿Qué se te ofrece Key?

—De casualidad...¿Tienes aún las semillas de las dalias? —pregunto.

—Este...—hace una pausa— de hecho, tengo dos flores...

—¿En serio? —digo emocionada.

—Pero ya están vendidas —admite.

—¿De verdad?... —suelto en un tono desconcertado y triste.

—No me dejaste terminar de explicar —suelta una carcajada un poco cruel.

—Es que...— hice una pausa—¿Te acuerdas de lo que te pedí hace tiempo?

—Si, me acuerdo a la perfección —respondió sin titubear—. Quieres darle las semillas a la abuela para que las siembre en su jardín.

—Asi es, ¿Crees que podrías...?

—Tranquila, iré para allá entonces.

Mis labios se curvaron en una sonrisa que transmitía felicidad y emoción, que estaban punto de desbordarse

—Gracias, Jen.

Con eso decidí colgar. Me gire sobre mis pies, hechando un vistazo a la cocina y la sala que se encontraban iluminadas por la luz de los bombillos, el cuarto del fondo aún se mantenía cerrado —A lo mejor sigue dormido— pensé.

Pero entonces, un sonido intruso rompió mi concentración; mi estómago rugía con ferocidad, me estaba dando hambre, era tan imposible de ignorar que me llevo a tomar la decisión de prepararme algo para comer.

Me detuve un instante, pensando que podía preparar para 4 estómagos, ya que por ahí estaba en camino Jen y tal vez no haya comido.

Mis ojos se iluminaron en la chispa de las ideas, sacando los alimentos y utensilios de cocina que iba a necesitar. Sería algo simple, de eso estaba más que segura.

Minutos después, en la mesa descansaba el fruto de mi idea improvisada: cuatro platos sencillos, pero llenos de sabor, el aroma impregnando la cocina y causando que mi estómago rugiera con mucha más ferocidad. No sé crean, había buscado a la abuela antes de sentarme a comer.

Y como si los hubiera llamado por telepatía, ambos chicos aparecieron en mi campo de visión en diferentes espacios; Jen con una bolsa que tenía el logo de su florería y Egan, como un caos hecho persona, con el cabello totalmente despeinado apuntando a todas direcciones, con sus pies descalzos deslizándose por el suelo.

Era obviamente notable que se despertó de un sueño agitado.

—Que buen huele —dicen ambos chicos al unísono, haciendo que la atmósfera cálida se rompiera a risas contagiodas.

—¿Preparaste la comida tu Key? —preguntó Jen, poniendo la pequeña bolsa a un lado de la mesa mientras se acomodaba en su asiento. Su mirada curiosa y llena de expectativas.

—Debo confesar que...—interrumpe Egan, se sentaba al lado de la abuela— se ve muy apetecible este desayuno, y ni hablar del aroma que altera mi pobre estómago vacío —Remató sus palabras con una sonrisa divertida.

—¿Qué dramático —pongo los ojos en blanco mientras llenaba las tazas de café. El vapor se elevaba en cada una de ellas—. Tengan, nada mejor que el café por las mañanas para comenzar el día —digo con una leve sonrisa.

—Gracias querida —dice la abuela dedicándome una de sus miradas.

—No hay de que abuela Luisa.

De reojo me concentro en la mirada de ambos chicos que estaban apunto de meterse un bocado a la boca.— si comparten miradas en silencio, es por qué nos les gustó y si no las hacen tampoco se si les gustó o no— Dios mío, nunca me había sentido tan nerviosa en mi vida preparando solo un desayuno.

Veo como Jen empieza y cierra los ojos con suavidad.

—Esto está increíble —admite sin más, metiéndose otro bocado a la boca.

Mi corazón se aceleró cómo no tienes idea. Pero, faltaba alguien más.

—Estoy de acuerdo con tu opinión Jen —confiesa Egan.

Una sonrisa intrusa logro escaparse de mis labios.

—Buen provecho entonces.

Después de unos minutos, solamente escuchándose en sonido de los tenedores chocando con suavidad de los platos. La voz suave de la abuela se hizo presente, llamando la atención de los tres.

—Jen, hijo. ¿Que tienes ahí en esa bolsa? —sus ojos mostraban un destello de curiosidad en ellos.

—De hecho —termina de darle un sorbo al café, poniéndolo en la mesa para agarrar la prqueña bolsa entre sus manos—, esto es para tí de parte de Coldwell.




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