Mi vida en control de tus manos

21

—¿Qué tienes planeado comprar? —su tono curioso me hizo sonreír por dentro.

Respondí con una ligera sonrisa, mientras sostenía entre mis manos una pequeña libreta, donde había anotado una lista bastante generosa de cosas para decorar la casa de Egan.

La sorpresa que me llevé al preguntarle si tenía decoraciones navideñas fue más bien una especie de ofensa: me miró con total calma y respondió sin remordimiento alguno.

"No, no tengo. Realmente no me gusta decorar... después recoger todo es un fastidio. Y más si lo hago yo solo."

Eso fue todo lo que necesitó decir para que yo decidiera tomar cartas en el asunto. Y claro, ahora estaba conmigo en la tienda, obligado a acompañarme mientras elegía los adornos navideños.

—Muchas cosas —contesté, saliendo de mis pensamientos y con la vista aún fija en la libreta.

—¿Vas a comprar muchas cosas? —insistió, divertido—. Porque si me pediste que tomara un carrito, es porque planeas exagerar un poquito, ¿no?

—Un poquito bastante— me giro a mirarlo, dedicándole una sonrisa cómplice.

—Creo que estás exagerando Key— admite.

—No exagero… solo quiero que la casa se vea linda —murmuré, como si eso justificara un carrito que ya tenía tres bolas navideñas y una guirnalda que parecía una serpiente brillante.

Él me miró de reojo, levantando una ceja con esa expresión que siempre me deja entre divertida e impaciente.

—Ajá… bonita. ¿Y la segunda guirnalda con luces incorporadas qué papel juega?

—Decoración dramática —respondí con una sonrisa traviesa, levantando ambos brazos mientras me imaginaba el lugar en donde quedarían perfectas, y así, que la gente que entre por esa puerta y quedé con la boca abierta de tan bella decoración.

La risa grave y suave como un susurro nocturno que soltó Egan, me erizó la piel.

Caminamos entre los pasillos, y aunque él intentaba parecer indiferente, lo vi detenerse un segundo frente a unas figuras de madera pintadas a mano: eran renos diminutos con bufandas tejidas.

Tomó uno con curiosidad y lo giró entre los dedos.

—Este sí está bonito —admitió en voz baja.

No dije nada. Solo lo apunté mentalmente como: avance importante en la misión “Navidad en casa de Egan”.

Sus pasos sonaban detrás de los míos. Mientras caminábamos por los pasillos, lo veía distraerse con cosas que encontraba en los estantes. Tomaba algunas y las ponía en el carrito sin decir nada, con esa actitud suya de aparentar que no le importaba.

Pensaba que yo no me daba cuenta, pero lo observé más de una vez: cuando algo le gustaba, me miraba de reojo antes de meterlo en el carrito. Como si buscara mi aprobación sin pedirla directamente.

—¿No que no te gustaba decorar?— pregunto mientras tachaba las cosas de mi libreta con un tono divertido.

Su carcajada fue breve, grave… esa que siempre aparecía cuando no tenía cómo defenderse sin delatarse más.

—No me gusta decorar solo —respondió mientras acomodaba una caja de luces en el carrito, como si la frase justificara todo lo anterior.

Yo seguí tachando, disimulando mi sonrisa. Lo conocía demasiado bien. Sabía que se estaba dejando envolver y que en el fondo lo disfrutaba, aunque fingiera lo contrario.

Pasamos junto a un estante con coronas navideñas. Me detuve, tocando una de ramas entrelazadas con pequeños frutos rojos. Sentí su presencia detrás antes de verlo—esa forma suya de estar cerca sin imponerse.

—¿Y esta? —le pregunté, girando apenas el rostro.

Él la miró, y sin responder, la tomó con una mano segura y la puso en el carrito. Luego me miró por fin, con ese gesto suave, casi imperceptible, que decía más que cualquier palabra.

—Quiero más luces— admite, echando una ojeada para ubicarse en las luces de navidad—. Es mi casa y quiero que hayan más luces que otras decoraciones.

—¿Más luces? —pregunto, fingiendo sorpresa mientras sostenía una caja de esferas doradas—. ¿Y esto lo dice el mismo que hace unas horas juró no tener ni un solo adorno porque “era fastidioso recoger”?

Egan se encoge de hombros, medio sonriendo sin mirar directamente.

—Estoy reconsiderando mis prioridades —murmura.

—Ajá… tus prioridades brillan más que el árbol —respondo con tono divertido, cruzando los brazos mientras lo observo escanear los estantes como si de pronto fuera un experto en iluminación navideña—. ¿Quieres que nuestra casa se vea desde la luna, Egan?

Un silencio breve se coló entre nosotros.

Oh, oh...

Egan se había detenido, su mano a medio camino entre dos cajas de luces. Su cabeza se giró lentamente hacia mí, como si hubiera oído algo que necesitaba confirmar.

—¿Nuestra casa? —repitió, con una sonrisa divertida, esa mezcla entre coquetería y sorpresa que solo él podía dominar tan naturalmente. Sus ojos se clavaron en los míos, tan brillantes como las luces que quería comprar—. ¿Qué es lo que acabas de decir, Key?

Yo abrí la boca… la cerré… y la volví a abrir.

Mi sonrisa titubeó. Sentí que mi garganta se apretaba un poco y que el aire en la tienda se volvía más denso.

¿Lo había dicho así? ¿De verdad así?. ¡Dios mío Key!

—O sea… nuestra casa de decoraciones… —balbuceé, tomando la caja más cercana de esferas, como si eso fuera suficiente distracción—. Tú sabes… el espacio común donde ponemos cosas navideñas. Nada serio.

Egan soltó una pequeña risa, bajando la vista hacia el carrito ahora lleno de luces cálidas. Como si supiera que mis palabras no eran exactamente una corrección.

—Claro —dijo, no insistiendo, pero tampoco soltando la idea—. Nuestra casa de decoraciones… me gusta eso.

Y sin decir más, siguió buscando. Pero el silencio que había dejado se sintió distinto: cargado y dulce.

Parecía mentira estar en medio de guirnaldas y luces, luego de haber hablado de su origen. Porque Egan no era exactamente como yo, ni como nadie más. Era algo distinto. Más profundo. Más antiguo. Un guardián de las sombras.




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