Mi vida en control de tus manos

23

EGAN REILCH

La noche se había instalado sin pedir permiso, envolviendo la casa en una calma indescriptible. Mi cuerpo descansando en el sofá y el viento susurrando entre los árboles, pero estando adentro...todo era tibio, íntimo, como si el tiempo se hubiera detenido solo para nosotros.

La cocina aún guardaba el eco de las risas y el aroma de la lasaña, el murmullo de conversaciones que no necesitaban grandes palabras para decirlo todo.

El cachorro soltó otro gemido suave y se acurrucó en mis brazos, como si dijera “este es mi lugar”. Hachiko dormía profundamente, ajeno al mundo, con el cuerpo recogido como una bola de ternura.

Sí... le puse Hachiko a uno de los cachorros. Tiene un pelaje suave y esponjoso, como si estuviera hecho de nieve. Es de la raza husky siberiano, y cuando lo tomé en mis manos, me sorprendió ver que mi palma era más grande que su pequeño cuerpo. A veces movía las patitas como si soñara que corría por campos nevados. Era tan pequeño, tan inocente, que parecía imposible que algún día se convirtiera en un perro fuerte y valiente.

Key estaba junto a la hembra de raza boyero de Berna. Su nombre era Nala, nombre elegido por ella y Jen.

Nala era la única que aún no se había rendido al sueño. Sus ojos oscuros brillaban con una calma serena, como si entendiera algo que los demás aún no sabían. Su cuerpo permanecía quieto, pero alerta, tan pequeño como el de Hachiko, podría decir que era un poco más pequeña que él.

Acaricié con suavidad la cabeza de Hachiko, que seguía dormido, ajeno a todo.

Levantó la mirada hacia Key, que observaba en silencio desde el otro sofá.

—¿No te da miedo romperlos? —dije con voz baja, casi como un pensamiento que se me escapó—. Son tan pequeños que a veces siento que si los miro muy fuerte, se deshacen.

Key sonrió apenas, sin apartar la mano del lomo de Nala quien la estaba mirando con ojos atentos, tanto así que llegue a pensar que nos entendía cada palabra.

—Egan ellos no se rompen— respondió, con una risa tierna casi, casi maternal—. Son frágiles si, pero nunca se van a romper. Aprenden a sostenerse.

Bajé la vista a Hachiko, que seguía moviendo las patita en sueños.

—Él corre —murmuré, sin poder evitar que una sonrisa se dibujara en mi rostro—. No sé a dónde, pero corre. Me gusta pensar que está en un lugar abierto, frío… pero feliz.

—Ya se ve que nos va a hacer correr un maratón cuando nos toque llevarlos a pasear —dijo Key, con una risa ligera.

Sus palabras se quedaron flotando en el aire, y sin querer, mi mente dibujó la escena. La vi con una claridad que me sorprendió, como si no fuera una fantasía, sino un recuerdo que aún no había sucedido.

Hachiko y Nala corrían libres, grandes y fuertes, entre un campo abierto cubierto de flores silvestres. El viento jugaba con sus pelajes, y también con el vestido de Key, que se movía al ritmo de la brisa, como si fuera parte del paisaje. Ella reía, con los brazos abiertos, mientras los cachorros —ya convertidos en perros jóvenes— se lanzaban entre las flores, dejando tras de sí una estela de alegría.

Era una imagen sencilla, pero perfecta. Tan perfecta que por un momento, me pareció que todo lo que necesitaba estaba contenido en esa visión: el movimiento, la luz, la risa… y ellos.

Entonces... En el momento menos inesperado, un pensamiento decidió salir sin mi permiso:

—Ya parecemos una familia.

Las palabras salieron sin pensarlo, como si hubieran estado esperando el momento justo para ser dichas. Un instante de silencio se instaló entre nosotros, suave y profundo. Nuestras miradas se encontraron, y en ellas brillaba algo que no habíamos visto antes: sorpresa, sí… pero también una ilusión que parecía florecer sin permiso.

Me sentí torpe.

Quise disculparme, como si hubiera dicho algo demasiado grande para el momento. Pero antes de que pudiera abrir la boca, su respuesta me detuvo.

—Y lo somos, Egan. ¿Quién dijo lo contrario?

Su voz no tenía duda, ni prisa. Era firme, como si esa verdad hubiera estado ahí desde el principio, esperando que alguien la nombrara.

—Entonces somos familia —susurré con una sonrisa que rozaba lo travieso—. Solo nos falta tener un hijo, ¿no crees?

Las mejillas de Key se tiñeron de un rojo intenso, como si mis palabras hubieran encendido algo que no esperaba.

—Egan...

—Vas volando —interrumpió otra voz que reconocí al instante.

Roy apareció bajando las escaleras con paso apresurado, sosteniendo un sobre amarillo que parecía tener prisa por ser abierto.

—Solo digo —añadí entre risitas que se escapaban como secretos mal guardados

—No queremos mocosos por ahora, por favor —afirmó Roy con una sonrisa que intentaba mantener el ambiente ligero.

—No quiero ser tío aún, y ustedes no se saben cuidar solos —añadió Jen, dejándose caer a mi lado arrebatándome a Hachiko sin ceremonias. Le lancé una mirada fulminante, pero él ni se inmutó.

—No hablaba del presente, sino del futuro —dije sin apartar la mirada de Key, guiñándole un ojo con complicidad—. Nada cuesta soñar.

—¡Egan, por favor! —exclamó Key, entre avergonzada y divertida.

Solté una carcajada, dejando que el momento se deslizara hacia algo más serio. Mi atención se dirigió al sobre que Roy sostenía con fuerza.

—¿Qué es lo que tienes ahí, Roy? —pregunté, bajando el tono.

—Esto, pues...

Vi cómo su mandíbula se tensaba, como si el sobre pesara más de lo que parecía. El aire cambió. La ligereza se desvaneció.

—Es sobre la abuela —dijo finalmente, y el silencio que siguió no fue incómodo ni tenso. Fue neutro. Como si el aire se contuviera, esperando permiso para sentir.

Me enderecé en mi asiento, el cuerpo respondiendo antes que la mente.

—¿Qué es? —pregunté al fin, con la voz más baja de lo que pretendía.

Roy no respondió de inmediato. Solo extendió el sobre hacia mí, sus ojos evitando los míos.




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