UN PASO AL CORAZÓN...
Las horas pasaban sin prisa, como si la noche quisiera estirarse solo para observarnos. El frío de la última época del año se colaba entre mis huesos; podía sentir cómo la punta de mis dedos se entumecía, igual que mi nariz, que ardía por la brisa helada.
Roy estaba a mi lado, inmóvil, silencioso, como si también temiera romper la quietud que nos envolvía. Ambos mirábamos el cielo, ese espectáculo inmenso que parecía ajeno a todo lo que se estaba desmoronando dentro de mí.
Tragué saliva. El aire me sabía a invierno y a verdad recién descubierta.
—¿Valió la pena llegar a todo esto… solo por mí? —pregunté al fin, con la voz baja, casi un susurro que el viento podía robarse si quería.
No era una pregunta cualquiera. Era el esahogo de todo lo que me carcomía desde que la verdad me cayó encima como un balde de agua helada. Como si mi vida entera hubiera sido un cristal que alguien decidió romper sin aviso.
Roy giró apenas el rostro hacia mí, lo suficiente para que la luz tenue de la luna delineara sus facciones. No dijo nada de inmediato. Él nunca respondía por responder si era algo importante; siempre parecía medir el peso de cada palabra antes de entregarla.
Yo, en cambio, sentía que me estaba desmoronando por dentro.
—Porque… —continué, sin poder detenerme—. No sé si todo esto es un sacrificio o una locura. No sé si merezco que alguien llegue tan lejos por mí. No sé si yo misma habría llegado tan lejos por… por quien fuera.
Mi voz tembló. No de frío, sino de ese miedo que se me había instalado en el pecho desde que descubrí quién era realmente.
O quién había dejado de ser.
Roy no respondió de inmediato. El silencio entre nosotros no era incómodo; era denso, como si cada segundo estuviera cargado de algo que él no sabía cómo decir sin romperme un poco más.
Finalmente, inhaló hondo, como si el aire frío pudiera darle valor.
—Key… —su voz salió baja, casi un murmullo que el viento tuvo que empujar hacia mí—. No llegamos hasta aquí solo por ti. Llegamos porque sin ti… no habría puente. No habría equilibrio. No habría nada que valiera la pena proteger.
Sentí un nudo formarse en mi garganta. No sabía si era por sus palabras o por la forma en que las dijo, como si cada una le costara un pedazo de alma.
—Pero eso no responde mi pregunta —susurré, sin mirarlo—. ¿Valió la pena?
Roy se giró completamente hacia mí. Su sombra se mezcló con la mía sobre la hierba helada. Cuando habló, su voz ya no temblaba.
—Sí. Valió la pena. Incluso si el mundo se rompe mañana. Incluso si el Enualem despierta. Incluso si yo… —hizo una pausa, como si la palabra le quemara la lengua—. Incluso si yo desaparezco en el proceso.
Mi corazón dio un vuelco. No por el destino, no por el puente… sino por él.
—No digas eso —pedí, casi sin aire.
Roy negó con suavidad.
—Key, tú no entiendes lo que significas. No solo para el puente. Para nosotros. Para mí. —Sus ojos se clavaron en los míos, y por un instante sentí que el frío desaparecía—. No llegamos hasta aquí por obligación. Llegamos porque te elegimos. Porque tú… eres la única que puede sostener lo que viene.
—Quiero que Egan y Harris dejen de pelear entre sí… —me abrazo a mí misma, como si la presión de todo pudiera desvanecerse si solo me escondo un poco—. Lo que me dices, lo que pasó hace horas en el salón… no me confirma que todo esto valga la pena. Soy un problema entre ustedes, incluso una caída que podría hacer que ustedes mueran.
Las palabras salieron más crudas de lo que esperaba, como si hubieran estado atoradas en mi pecho desde hacía días. El frío de la noche se aferraba a mis dedos, a mi nariz, a mis pensamientos. La brisa helada parecía empeñada en recordarme que el mundo seguía girando aunque yo sintiera que el mío se estaba partiendo en dos.
Roy no respondió de inmediato.
Finalmente, inhaló hondo.
—Key… —su voz salió baja, casi un murmullo que el viento tuvo que empujar hacia mí—. No vuelvas a decir eso.
Me abracé más fuerte, hundiendo los dedos en mis propios brazos, como si pudiera sostenerme antes de caer. El frío ya no venía de la noche, sino de mis propios pensamientos.
—Es la verdad —insistí, sin levantar la mirada—. Egan y Harris no pueden estar cinco minutos sin querer arrancarse la cabeza. Y todo por mí. Por lo que soy. Por lo que represento. —Mi voz se quebró—. ¿Cómo puede valer la pena algo que solo trae conflicto? ¿Cómo puedo no sentirme… una caída para ustedes?
Roy dio un paso hacia mí. No me tocó, pero su presencia se sintió como un muro entre yo y mis propios miedos.
—Key, escucha —dijo con firmeza, pero sin dureza—. Egan y Harris no pelean por ti. Pelean por ellos mismos. Por sus culpas, por sus miedos, por lo que creen que deben ser. Tú solo… eres el espejo que los obliga a ver lo que no quieren enfrentar.
Levanté la mirada, sorprendida.
Roy continuó, más suave:
—Tú no los rompes. Ellos ya estaban rotos. Tú solo haces que dejen de esconderlo.
Sentí un nudo en la garganta. No sabía si eso me hacía sentir mejor o peor.
—Pero si no estuviera aquí… —susurré—. Si no fuera la guardiana, si no fuera esta… grieta que todos temen… ellos no estarían así.
Roy negó lentamente.
—No. Si tú no estuvieras aquí, estarían peor. Porque no tendrían nada por lo que pelear. Nada que los obligara a cambiar. Nada que los hiciera cuestionarse. —Sus ojos se suavizaron—. Tú no eres la caída, Key. Eres el punto donde todos se detienen antes de caer.
Mis labios temblaron. No sabía qué responder.
Roy dio un paso más, esta vez lo suficientemente cerca para que su voz me envolviera.
—Y sobre lo que pasó en el salón… —su mirada se endureció un instante, recordando—. No fue tu culpa. Fue miedo. De ellos. De Harris. De Egan. De todos. El miedo hace que la gente actúe como si estuviera peleando contra sombras. Pero tú no eres una sombra.