Mi vida en palabras

Capítulo II. Ellos me enseñaron. Por Angie García

Ellos me enseñaron

Por Angie García

Mi nombre es Angie Lucía García Santos, nací un 30 de junio del 2003 en la Unión Médica, Santiago, República Dominicana, aunque no esperada, muy amada. Tuve una infancia feliz llena de amor y buenos tratos, siempre he sido una niña muy dulce, dedicada y risueña sin miedo a ser yo misma y a expresar mis sentimientos. Corrijo, a veces sí me asusta un poco, pero desde que te diga el primer te quiero, prepárate para tener en tu vida a la persona más expresiva y cariñosa que puedes conocer.

A la edad de seis años entré al Colegio Padre Fortín, lugar donde conocí a las mejores personas de mi vida: mis amigas. Siempre recordaré esa primera semana donde un trío de niñas se me acercó y entre ellas estaba la que se convertiría en una de mis mejores amigas, Fernanda, una niña dulce, inteligente y de muy buen corazón, incapaz de decir que no y con una alta sensibilidad. Crecer con ella me enseñó que ser buena persona hace que te ganes el cariño de la gente, que a veces esa misma amabilidad juega en tu contra porque se pueden aprovechar de ti y que no importa que tan popular te puedas volver no se debe olvidar a las personas que estuvieron contigo desde el inicio, ella siempre estuvo y sigue estando para mí y yo para ella a pesar de tener un círculo social diferente.

También tenía otra mejor amiga fuera del colegio llamada Elaine con la que viví los mejores años de mi infancia y sigo teniéndola al día de hoy. Nos conocimos en casa de mi abuela, nuestras abuelas son vecinas y desde entonces estamos juntas.

A la edad de siete, en tercero de primaria, conocí a Wellin y a María, mis niñas adoradas y también mis mejores amigas. María entró nueva al colegio y a Wellin la cambiaron a nuestra sección, no sé por qué en mí siempre ha vivido la intención de acercarme y conocer a los estudiantes nuevos, aquellos que se sientan al final o en la primera fila del salón, los callados, los que no son de hablar primero o simplemente los que me dan buena vibra al momento de la presentación. Ahora que escribo esto quizás porque me recuerdan a mí y porque sé lo bien que se siente que alguien se te acerque a hablarte cuando llegas a un lugar nuevo.

Mi historia con María y Wellin es un tanto divertida y curiosa, terminé juntándolas a las dos con un par de amigas más que tenía en ese entonces, pero aún merendaba con Fernanda y las demás chicas que conocí cuando entré al colegio. En los recreos me turnaba había veces que merendaba con Fernanda y otras con Wellin y María, en ocasiones las juntaba a todas, porque al fin y al cabo compartíamos el mismo curso y era ―y sigue siendo―lindo tener a todas mis amigas juntas.

María, Wellin y yo éramos inseparables, las personas dicen que la amistad de tres no funciona, que siempre habrá dos que se van a querer más, y aunque se oye feo creo que lo tengo que confirmar. Me llegué a enojar bastante con María y Wellin porque no me tomaban en cuenta, no cumplían los contratos de amistad que hacíamos, y en ocasiones me evitaban y yo no entendía por qué, al menos Fernanda siempre estaba ahí para escucharme.

Se preguntarán entonces: «¿Cómo es que las consideras tus mejores amigas?» Fácil: fuimos creciendo, pidiéndonos perdón y de algún modo siempre volvíamos a estar juntas las tres. Hubo unos años en los que fui más unida a María que a Wellin, y otros con Wellin y yo éramos inseparables, hasta que entendimos que así funcionan las cosas: ninguna excluía a la otra, siempre nos teníamos en cuenta y las tres nos tenemos un cariño inigualable, tanto así que llevamos más de 10 años de amistad.

En séptimo curso conocí a Nathalie Estrella, tímida, callada y mi mano derecha, siempre la veía esperar que la vinieran a buscar sola en la cafetería y no encontraba la manera de acercarme porque, aunque quería hablarle, en ese entonces yo no tenía la capacidad de socializar que tengo ahora y lo pensaba mucho antes de acercarme a las personas. Mientras crecemos perdernos la capacidad que tenemos cuando somos niños de decir lo que pensamos sin miedo, pero todo ocurre a su momento y preguntarle por el libro que leía fue la clave para empezar todo. Ella estaba leyendo Crepúsculo y nos sumamos a la fiebre vampírica de ese entonces.

Al día de hoy puede decir que sin Nathalie sería la persona más desorganizada del planeta, que siempre me ayudaba en lo que necesitaba: anotaba las cosas que teníamos de la clase, me recordaba las cosas que tenía que hacer, me ayudaba a elegir y hacer las cartas que siempre les daba a mis amigos en ocasiones especiales, ponía atención a lo que me hacía feliz. Como es normal la integré a mi grupo de amigos y ya no tenía solo tres mejores amigas en el colegio, ahora eran cuatro con ella. Cabe destacar que mis mejores conversaciones nocturnas hablando de todo y todos han sido con ella, sin secretos entre nosotras y siempre compartiéndonos los acontecimientos nuevos que ocurrían entre teorías y planes a futuro. 

Los últimos 3 años de colegio fueron como una montaña rusa. Es esa etapa de la adolescencia en donde se forman los grupos, ocurren los chismes, las personas están aprendiendo de sí misma, enamorándose, y yo conservaba a mis amigas, que, aunque también tenían nuevas amistades, seguían siendo prioridad en mi vida y viceversa; aunque para hacer trabajos en pareja era un poco complicado ya que tenía que elegir, pero los grupales eran fácil de seleccionar. Todas mis mejores amigas eran amigas y al juntarnos no había ningún choque o ataque de celos, porque claro, también, tenía más amigos aparte de ellas, pero si me pongo a cada amigo que he tenido y el cariño que le tenía en cada etapa de mi vida no me alcanzarían las páginas.



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En el texto hay: historias reales

Editado: 16.06.2021

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