Mi vida es música

CAPÍTULO 1

Como siempre cada vez que me despierto en la madrugada mis padres no están en casa, mi hermana menor Leila se quedaba en casa con nuestra abuela materna que casi no podía valerse por sí misma y yo me quedo en casa sufriendo por los mismos sueños extraños.

Salgo al balcón, enciendo un cigarro y observo el amanecer. Pasan unas tres horas, cuando aparece mi mejor amigo y Jack.

—Baja pelirrojo —grita burlón el rubio teñido.

—¡Callate me das asco! —gruño entrando al interior de mi habitación.

Dejo entrar a Ulrich en mi casa y me ayuda a preparar el almuerzo, en lo que me visto y cubro mis moratones de la paliza que me dio el otro día mi padre por defender a mi hermana Leila.

Me pongo la primera camiseta de color negro que pillo, un pantalón negro rasgados con una cadena atada al cinturón, y unas botas de caña alta de color negro combinado con gris y una chaqueta de cuero.

Bajo las escaleras y encuentro en la cocina a Ulrich buscando algo.

—¿Qué buscas? —pregunto con indiferencia.
—El tupper que sueles llevar... —se detiene, me mira con seriedad—. Lo escondiste, ¿verdad?
—¿¡Yo!? ¿Para qué lo escondería? —me cruzo de brazos.
—Porque no quieres ir a clase. Te conozco como si te hubiera parido, amigo mío.
—¿Qué dices? Si no quisiera ir, no te habría abierto la puerta de mi casa, ¡idiota! —gruño.

Le abro el armario de los tuppers, donde reluce mi preciado tupper rojo con el dibujo de una guitarra.

—¡Con que ahí estabas! —maldice el moreno con dramatismo.

—¿Y qué me ha preparado el chef hoy? —rio entre dientes, mientras me sirvo un café, negro como mi alma.

—Arroz, filetes de pavo y tortitas. Sé que te gustan —responde con tono de chef orgulloso.

—Mmm… huele bien —me acerco a su lado, tentado.

Estiro la mano para coger una tortita que reposa inocente en un plato sobre la encimera... pero Ulrich me atiza con una espumadera.

—¡Pero qué haces, imbécil! —grito, sacudiendo la mano— ¡¡Está caliente!!

—¡Vosotros dos, como no os deis prisa, nos van a castigar como siempre! —grita Jack desde la entrada.

—¡Mierda! ¿Qué hora es? —pregunta nervioso el moreno.

—Son las… ¡Oh, oh! —trago saliva—. Hay que correr.

—¡¿Qué?! —grita Ulrich dramáticamente, como si le hubieran dicho que el apocalipsis empieza en cinco minutos.

Salimos disparados de mi casa, mochilas medio cerradas, y con las tortitas aún humeantes en el tupper... pero eso sí: la cocina quedó impecable. Ulrich no corre con la conciencia sucia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.