Mi vida es música

CAPÍTULO 3

—¡Maldito bastardo! ¡Te voy a matar! —una voz ebria resuena en la oscuridad.

—¡Deja a Leila en paz! ¡Ella es muy pequeña para que le hagas eso! —grito ante la imagen que tengo ante mi.

—¡Liam! —la voz débil de Leila me indica que está consciente de lo que ha ocurrido.

—¡Eres un maldito monstruo! —grito antes de que el puño de mi ebrio padre me abofetee en la cara.

—¡Cállate mocoso! —me grita tirándome al suelo— ¿Quieres saber lo que ha sentido tu querida hermana? Una mocosa como ella solo sirve para eso. Ella vino a este mundo para sufrir. No es más que una carga inútil.

—¡Cabrón, le quitaste la inocencia a la fuerza, maldito! ¡Solo tiene 10 años! —grito bajo el enorme cuerpo de mi padre.

Mi padre empieza a molerme a golpes. Cada puñetazo se siente más lejano.

—¡Dylan qué haces! ¡Vas a matar a Liam! —el grito de mi madre se escucha muy lejano.

Un pitido me devuelve al presente.

Despierto jadeando. No es mi cuarto. Las paredes son blancas. Hay un monitor a mi lado.

Siento algo tibio sobre mi mano. Al mirar, veo a mi madre. Sonríe, fingiendo alivio. Retiro mi mano con asco.

—¿Qué haces tú aquí? —gruño.

—Me llamaron del instituto diciendo que te llevaban al hospital por un ataque de pánico —responde con una falsa preocupación.

—No hace falta que finjas conmigo… ma… sé cómo eres —gruño con desprecio.

—Cariño puedes llamarme mamá porque soy tu madre —dice con voz dulce.

—Eres mi madre cuando te interesa —contraataco.

Su gesto se endurece. Se pone en modo drama.

—No te hagas la víctima conmigo. Con Leila te funciona, pero a mí no me engañas —le corto en seco.

Entonces muestra su verdadera cara.

—Bueno, ya sabes qué decir cuando entre la doctora… si no quieres que tú y Leila terminen en una casa de acogida. —suelta con veneno.

Trago saliva. Me guardo todo lo que quiero escupirle. No por miedo… por Leila.

Antes de que naciera mi pequeña hermana, estuve un par de meses en una casa de acogida. Papa me mandó al hospital por lo mismo que ahora me quita el sueño. Aprendí a callar para que Leila no pase la misma vergüenza que yo pase. Entra la doctora en la habitación, mi madre vuelve a su máscara de mama preocupada, suspiro con desprecio mi madre me mira de reojo y me tenso en la cama.

—¿Qué tal estás Liam? —pregunta con una sonrisa la doctora.

Dudo unos instantes. Mi madre se coloca detrás de la doctora y me hace gestos de que me va a matar si digo algo que no debo. Ante mi reacción la doctora se gira a mirar a mi madre que disimula.

—Es…estoy bien —digo con la mirada apagada.

—Pues tu cuerpo no me dice lo mismo…¿porque estás lleno de moratones?¿Porque te auto lastimaste cuando te dio el ataque de pánico? —preguntó la doctora, con un tono más serio y preocupado.

Miro nuevamente a mi madre. Vuelve a hacerme el gesto del dedo por el cuello. La provocó haciendo el amago de querer hablar pero al ver a un hombre —otro enfermero— entrar por la puerta, todo mi cuerpo se tensa. Es automático. Como si mi mente gritara que no confíe en nadie que se le parezca. Como si el monstruo pudiera estar detrás de cualquier bata blanca. Ese miedo vuelve a apoderarse de mí, como si cualquier palabra equivocada fuera la última.

—¡Liam cariño! ¿Qué pasa? —escucho la voz de preocupación de mi madre acercarse a mi.

—¡No me toques! —grito desconsolado —¡No te acerques!

Mi madre mira a la doctora con cara de preocupación.

La doctora cambia su tono a uno más tranquilo para calmarme, pero la empujo sin querer.

El enfermero me sujeta las manos para que no me auto-lesione nuevamente.

—¿Cuanto más tiempo tengo que sufrir? ¡No quiero volver a casa! —tartamudeo, nervioso.

—¡Doctora! ¿Qué hacemos? ¡Doctora, está entrando en pánico! —grita el enfermero, después de recibir otro empujón.

—Vamos a ponerle un tranquilizante.

El enfermero me aprieta más las manos para mantenerme quieto. Cuando la doctora me coloca el tranquilizante, esperan unos minutos y sacan a mi madre para hacerme más pruebas.

Ella se niega durante un rato. Al ver que no puede salirse con las suyas con frases como “¡Quiero quedarme con mi hijo!” o “No quiero dejarlo solo”, recurre a su arma favorita: la seducción.No sé si logró engatusar al enfermero con sus falsas sonrisas y promesas vacías, pero lo intentó como siempre. Manipular es su talento natural. En el momento que se cerró la puerta detrás de ella, mi cuerpo entero se relajo, no sé si por el tranquilizante o por el hecho de que ya podía respirar tranquilamente.

Miro el techo por unos segundo antes de darme cuenta que me estaba durmiendo. Sé que es temporal. Pero ojalá no lo fuera. Ojalá no tuviera que volver jamás.

Antes de que mis ojos se cierren por completo, escucho unos gemidos… no de dolor, no de enfermedad… son ahogados, como si alguien intentara no hacer ruido. Vienen de la habitación de al lado. Reconozco ese sonido. Lo odio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.