Y pensar que hace una semana decía:
<<Oh, vamos, ¿qué tan difícil puede ser?>>
Claro, ¿qué tan difícil puede ser?
¡Mucho! ¡Muy difícil!
Odio mi vida. Dios ayúdame, por favor. El hecho de que nunca haya asistido a la iglesia no quiere decir que no crea en ti…es decir, sí creo que existes, bueno, no. Yo creo a mi manera y punto.
Ya voy a llegar tarde, otra vez. Llevo apenas dos semanas trabajando en esa cafetería y ya he llegado tarde cinco veces. No me pueden culpar, ¿acaso es un pecado querer dormir plácidamente mis diez horas correspondientes?
Abro la puerta de un tirón y enseguida me siento completamente ridícula. Todas las personas que están adentro me miran como si estuviese loca.
Yo les sonrío en modo de disculpa y comienzo a caminar hasta los vestidores.
—Señorita Johnson—La robusta figura del señor Carter se interpone en mi camino, y ya sé que estoy perdida.
—Julián, ¿qué hay amigo?—digo con una risita nerviosa y doy un leve golpe en su hombro, pero él sigue mirándome con esa cara que parece que tiene tanta hambre que se comerá al mundo.
—Perdón, lo siento, ¿te dolió?—pregunto sobando el lugar donde di aquel golpe pero que definitivamente no le dolió.
Julián levanta una ceja desde su intimidante altura.
—Sí, lo siento Julián…digo, señor Carter—Me corrijo enseguida, pero esta vez con mi mirada en el suelo—. Llegué tarde otra vez.
—Señorita Johnson, ¿qué le dije la otra vez que llegó tarde?
—Que no tendría otra oportunidad—susurro—. Pero es que esta vez sí tengo una buena excusa.
— ¿Sí? ¿Cómo cuál? ¿Cómo que estaba buscando a su gato? ¿O quizás que a su auto se le desinfló un neumático? Déjeme recordarle, que usted no tiene auto.
Me quedo en silencio un momento—. No, no es eso. Es que me quedé dormida.
Su cara se encoje en cansancio.
—Por favor no me despida, necesito este dinero. Por favor. Porfis. Porfa. Es que usted no entiende. Mis padres me echaron de casa. Y terminé en la calle, ni siquiera me dejaron llevarme a Pío.
— ¿Pío?—Me mira extrañado.
—Sí, Pío, mi pollito.
— ¿Pollito?
—Sí, pollito. Mi pollito Pío.
— ¿Su pollito Pío?
—Que sí, madre mía, ¿estás sordo?—Enseguida mis ojos se abren extremadamente—. Lo siento, no quise decir eso.
Ay veces que no puedo aguantarme y suelto todo lo que pienso.
—Solo…—dejó soltar un fuerte suspiro y seguido de eso, se fue, pasando completamente de mí.
Fiu.
No me despidió.
—Asere qué suerte tuviste, casi te despide—Enseguida reconozco ese acento cubano.
— ¡Leandro!—salto a abrazarlo y me pego a él como una garrapata.
—Oye mija, cuida’o que tú pesas.
—Qué exagerado eres—protesto alejándome de él— ¿Y? ¿Cómo te fue en Cuba?
—Bien, supongo. Fue bueno volver a ver a mi otra parte de la familia y eso ¿sabes?
—Me alegro.
A Leandro lo conozco ya desde hace varios años. Nos conocimos en nuestro segundo año de instituto, él acababa de llegar a España, y yo era una completa inadaptada nueva en el instituto. Luego de ese día, nos volvimos lo mejores amigos
— ¿Y tú? Cuéntame, dale que quiero saber con lujo de detalles cómo te las arreglaste sin mí todo este tiempo.
—Solo fueron cuatro días.
—Cuatro días que parecieron años.
—Si…bueno, no fue muy difícil.
Le conté todos mis problemas mientras caminaba hasta los vestidores y me ponía el delantal en la cintura.
—Ah, y por cierto, casi pierdo a Biscuit.
— ¿Tu gato? ¿De nuevo?
—Sí, creo que esta es la…
—Tercera vez que te pasa.
—Eso, eso.
Avanzo hasta ponerme detrás del mostrador y me coloco la gorra, acomodándola con mi coleta.
Leandro se da media vuelta cuando oye que lo llaman.
—Manda pinga esto, la gente de aquí es más insoportable—Se queja en voz baja.
Yo río levemente—. Lo sé.
—Ese es mi llamado, suerte. Y no te aburras de más.
—No prometo nada.
Y se fue, dejándome sola con toda esta tentación de dulces delante de mí.
~
Quisiera decir en serio que mi día ha sido por lo menos…agradable. Pero no, ha sido completamente aburrido. Mis bostezos molestaban a todas las personas y la presencia de Raúl era muy corta, debido a la cantidad de gente que había en el local.
Ahora estoy agradeciendo al cielo porque solo quedan tres personas y faltan exactamente quince minutos para que mi turno acabe.
— ¿Por qué las personas son tan lentas? Estoy segura de que si fuese yo la que está sentada en esas mesas, hubiese terminado hace rato.
—Ya, claro, ¿y cómo te dicen a ti? Emma la múltiple, la que tiene la capacidad de estar sentada en dos mesas a la misma vez. Verdad que te pasas mija.
—Ja, ja, muy gracioso. Ese chiste me llegó al alma. Créeme que me estoy riendo, muy…muy en el fondo me estoy muriendo de…
Mis palabras se quedaron ahí debido a dos estúpidos que entraron muy agitados. Ambos riendo. Uno rubio y el otro pelinegro
—Esos imbéciles van a arrepentirse de meterse con nosotros—dijo el pelinegro, divertido.
El otro murmuró algo que no entendí y caminó hasta una de las mesas para luego sentarse, y seguido de esto, su amigo lo siguió.
Los dos parecían intentar coger aire. Menuda carrera debieron haber echado para terminar así.
—Anda, ve, ve—Le indiqué a Leandro, que me miró y dejó salir un suspiro frustrado.
Este se dirigió hasta la mesa de los dos desubicados y les habló algo que no pude entender. El rubio parecía hacer caso omiso a las palabras de mi amigo.
Unos momentos después, la puerta volvió a abrirse bruscamente. Esta vez entraron un grupo de tipos mucho más grandes que los otros dos que entraron hace unos minutos.
Estos eran cinco en total. Todos con un tremendo aire de peligro. Estaban llenos de tatuajes y el que parecía ser el líder era el más presentable. Era el más joven de todos.