Mi vida intentando ser social

CAPÍTULO VIII Mi USB

Desde hacía dos años empezaba a escribir desde mi imaginación letras de canciones y algunas historias. Cualquier sentimiento lo escribía cuando me inspiraba y lo guardaba en mi dispositivo USB. Hasta que el lunes, 25 de septiembre, por cosas del destino, tuvimos Media Fortalecida recuperando las clases perdidas por paseos ilusorios con pérdida de tiempo, ya que nunca se llevaron a cabo. Ese día, alguien de mi curso se robó mi USB en el salón de sistemas cuando estaba presentando la solución de un ejercicio al profesor Pedro de circuitos digitales.

Ante este hecho y todo lo que había sufrido semanas anteriores, era indiscutible que me iba a poner como loca. Al principio, di aviso al profesor y él me ignoró dejando salir a todos del salón dando oportunidad a que escondieran mi USB y no encontrarla jamás. Comencé a gritar allí mismo cuando salieron mis compañeros.

—Se robaron mi vida, mis ilusiones y esperanzas —pronto mis primeras lágrimas amargas brotaron de mis ojos hasta ponerme roja de la furia y dolor.

Karoll, una chica 1101 que estaba en el mismo salón y otras más que tenían ese día clase me preguntaron qué pasó y cómo había sucedido. Les conté, no sin antes intentar desprenderme de ellas y hallar mi USB lo más pronto posible. La clase de cálculo diferencial pronto empezaría y la profesora Eleida ya se habría enterado de la situación y me dejaría entrar después. Antes de entrar, el profesor Pedro revisó mi maleta si por «equivocación» había pensado mal y tal vez estaría en mi maleta; esto lo hizo para evitar un gran escándalo, no obstante, no la encontró y tuvo la oportunidad de ver los montones de paquetes de chicles que contenía.

Cuando entré al salón, la profesora dio un discurso ante todos mis compañeros, además de preguntar quién se había robado mi USB y dio la orden de subir la nota a quien la encontrara. Al ver que nadie decía nada y después de que unos chicos de mi salón salieran a buscarla afuera entre la basura y regresaran con las manos vacías, mi alma se llenó de ira, rabia y desesperación. Exploté en un impresionante discurso dirigido a todo el curso, y para sorpresa de ellos, ninguna grosería mencionada.

—¿Qué les pasa? ¿Por qué son así? No tienen derecho a hacer lo que me hicieron… —tomé una pausa para seguir hablando de esa manera potente y prominente como lo hacía—. Aquella memoria era mi vida, allí tenía todos mis sueños y esperanzas y no es justo que me la robaran. Lo que hicieron es imperdonable, ¡ahí tenía mi vida entera! —volví a tomar aire y continué—. Los he ayudado y ¿con esto me pagan? Yo nunca a nadie le he robado y no entiendo por qué lo hicieron en contra mía. Lamento decirlo en plural y en este curso, en mi curso donde confiaba en todos, pero no hallo a quién más culpar aparte de mí, por mi descuido. Esa USB la tenía hace unos momentos y no quiero acusar a nadie, pero se perdió en el salón y alguien aquí es el culpable —mi impaciencia se volvió más fuerte y mencioné una profunda convicción que sentía desde mucho antes llamada Karma—. A esa persona pronto se le devolverá aquel favor y peor que mi sufrimiento… —aquella impaciencia explotó y se convirtió en un amargo llanto que pocas veces había experimentado y supliqué, no tenía nada más en mente para hacer—. Por favor, devuelvan mi USB… ¡No sean así!

Todos hacían silencio cuando hice aquel espectáculo de palabras con venganza y súplicas. Más tarde, la profesora me recomendó que fuera a coordinación y expusiera el caso. Lo hice llorando amargamente y también muy desesperada intentando conservar una vaga esperanza de recuperar mi memoria USB. El coordinador de la tarde estaba ocupado, así que llamó a la coordinadora Martha de Media Fortalecida para dejarle mi caso a ella. ´Por alivio mío, ella era la indicada y a pesar de que estuviera ocupada me puso atención y, por ende, entró al salón a hablar con todos mis compañeros.

Cuando subí al salón que se encontraba en el tercer piso, vi a la profesora Eleida hablando con dos posibles sospechosos que para mí no podían serlo. Ella hablaba con Wilson Daniel y Jhoan Sebastián, tal vez, éste último sí lo era ya que andaba con Brayhan Nicolás, ambos estaban al lado de mi puesto en el salón de sistemas molestando como siempre. Wilson Daniel no era culpable, él siempre había sido mi amigo y lo ayudaba cada vez que podía, lo conocía hace cuatro años y pensaba que era muy poco probable que haya sido cómplice de ese hecho, —¿por qué había estado implicado? —Una chismosa y mentirosa que no me atrevo a decir su nombre, antes de ir a coordinación me di cuenta que le había dicho a la profesora «venga le cuento afuera»; ella por querer hacerse la que sabía de algo por su propio interés le contó que dos posibles sospechosos eran Jhoan Sebastián y Wilson Daniel. Éste último me preguntó días después quién había sido y le conté con la recomendación de no difundirlo, al fin y al cabo, era mi amigo y debía saberlo.



#11101 en Joven Adulto

En el texto hay: jovenes, colegio, sociabilidad

Editado: 14.04.2019

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