Mi vida intentando ser social

CAPÍTULO XIII Maravillosa reacción

Jueves, 12 de octubre. Durante algún tiempo todo mi curso practicaba un baile para presentar ante todos los estudiantes del colegio. Ese día tocaba física y como el baile era algo planeado entre las profesoras de física y química, cedieron su clase para dar paso al baile en el patio del colegio.

No tenía conocimiento acerca de que ese día a 1101 le tocaba clase de educación física. Eso significaría que ensayaríamos frente a ellos y como Kevin había asistido, era seguro que me iba a ver bailando. Así que tendría que moverme bien sin cometer ningún error para demostrarle que, si no tenía amigos, al menos sabía bailar. Bajé al patio y vi a Kevin con sus compañeros. No era sorpresa que ya me estuvieran empezando a molestar con él, y como era natural de mí, no me acerqué a hablarle para evitar el gran escándalo que ocasionarían todos si me llegaran a ver otra vez hablando con Kevin. Mientras ensayaba, él se ocupaba de copiar en un cuaderno, quizás haciendo una tarea que le tocaba presentar. Entonces, no me preocupé de equivocarme y seguí bailando a mi ritmo estándar.

Ensayamos como tres veces y regresamos al salón de física del tercer piso porque el tiempo se había acabado y, además, la profesora había decomisado un balón que tenía 1101. Algunos de ese curso estaban discutiendo con ella, especialmente Laura, una amiga de Kevin diciendo que era injusto que les quitara el balón porque no tenían clase y podían jugar hasta que se acabara el tiempo de la clase. Mientras solucionaban el inconveniente, yo estaba sonriente mirando con sorpresa a Laura cómo peleaba y a la profesora cómo respondía sus reclamos pedagógicamente.

A las dos últimas horas tocaba química, entonces practicamos también en esa clase el baile. Al principio practicamos en el salón, luego bajamos al patio para aprovechar el espacio libre, y esta vez, sin molestias de 1101 ni de balones de fútbol. Bajé nuevamente mirando a mi alrededor y mi vista enfocó algo agradable: la cafetería, es decir, el chico que la administraba. Fue entonces, cuando me concentré en dos cosas: el baile y aquel chico, a quien de vez en cuando veía que nos observaba a través de las rejas de su reducido espacio lleno de comida.

Tiempo después, mientras unos descansaban de bailar, los chicos se pusieron a jugar fútbol a la brillante luz del sol que acercaba al mediodía. Wilson Daniel me pidió el favor de que le cuidara el celular y su reloj, lo cual acepté y me puse su gigante reloj en mi pequeña y delicada muñeca. En cuanto al celular, éste tenía clave, así que sólo podía acceder a tomar fotos no más. Fue entonces que, para distraerme, tomé fotos a cualquier cosa ajena al colegio que se moviera, y lo que dio oportunidad fue una mirla posada en la copa de un árbol ubicado en la zona del teatro y los salones de sistemas; cercano a la cafetería.

Mientras iba y venía tomando fotografías como loca, encontré a Sol sentada y sola arreglándose el cabello ayudada a través de la pantalla de su celular apagado en modo de espejo. Decidí ir a donde ella sin mala estimación, pues ella era una de las pocas personas que me caían bien en el salón. Ella tomó el celular que tenía en mis manos y se tomó una foto conmigo, la cual quedó muy bonita y no la eliminé, exceptuando las de mis locuras y siguientes de mis caras graciosas. En una ocasión, me tomé una mientras pasaba el chico de la cafetería por mi lado y el resultado fue una cara asustada. Reí dentro de mí al verla y fue cuando tomé la decisión de hablarle a aquél chico, como si esa foto fuera la prueba irrefutable de algo que debía hacer y si no lo hacía ahora, habría pocas oportunidades de intentarlo nuevamente, porque mi tiempo en el colegio se estaba acabando y no debía malgastar ningún instante.

Después de quitarme la falda, entregarle a Daniel sus cosas y alistar mi maleta, llegó el turno de irme a almorzar. Por cosas del destino, quedé esperando a mi madre a que trajera mi almuerzo y pasaban los minutos sin esperanzas de llegar pronto. Me cansé de esperar y fui a la cafetería aprovechando, tanto el tiempo como los ensayos de baile para preguntarle su opinión y así entablar una conversación. Para mi sorpresa, él al ver que no estaba interesada en comprar algo, cambió su seria expresión a una más amigable donde me sentí protegida y en confianza.

—Muy chévere, me encantó —fue su respuesta.

Estaba nerviosa, pero extrañamente bien de estar hablando con alguien nuevo, alguien que no conocía mi verdadera identidad de la categoría no social. Frente a esto, podría indicarle que era una persona diferente y social con quien quiera que quisiera hablarle.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó.

—Dieciséis ¿y tú?

—Diecinueve.



#11095 en Joven Adulto

En el texto hay: jovenes, colegio, sociabilidad

Editado: 14.04.2019

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