Mi vida intentando ser social

CAPÍTULO XL Genial en bici

Jueves, 30 de noviembre. Por la mañana, salí de mi casa muy apurada a las 6:30, no porque fuera a llegar tarde, sino porque sabía que tenía que entrar hasta las 7:00 a.m. Mi deseo de estar antes, era ver de nuevo a ese chico tan especial que me alegraba el día con solo verlo trabajar, hacer su deber en la cafetería; me inspiraba. Teniendo planes de hablar y tomarme una foto con él, fueron mi valor y fuerzas para llegar tan temprano al colegio. No me importó el frío, por amor y amistad hacia él estaba haciendo lo imposible.

Cuando lo vi, fui hasta él para saludarlo, pero, justo en ese instante, él se fue al fondo del lugar, y en cambio, vi al otro señor que lo acompañaba. Me llené de mucha pena y nervios imposibles de dominar. Así, que lentamente como llegué, lentamente me fui, intuyendo que ni siquiera me vio pasar.

Estuve a ratos sola, también acompañada de mi compañero y amigo Daniel y mi compañera Yomary que hablaban cosas entre ellos que no escuchaba, ni me interesaba. Tenía ganas igualmente de seguir entrevistando a Laura, la amiga de Kevin. Sin embargo, no podía si antes no le compraba chicles al chico de la cafetería. Yo no iba a estar segura si no tenía alguno en mi boca, ya que en ese momento no tenía y no era bueno hablarle a Laura y darle una peor impresión con mi supuesto mal aliento. Además, desde la primaria había empezado con el vicio del chicle, me hacía sentir más fresca y segura de mí misma.

Una vez aproveché, después de que Daniel me alentara a hablarle a ese chico y fui lentamente a la cafetería. Allí estaba Sebastián, otro compañero de mi curso y hablé con él, pero, por cosas extrañas y mala suerte lo atendió el otro señor. —No importa, le compraré, —dije dentro de mí.

—¿De por casualidad has visto a Agudelo? —Me preguntó Sebastián.

El señor de la cafetería le entregó lo que le había pedido Sebastián, y a su vez, notó mi presencia.

—Lo he visto, aunque ahorita no sé si está recuperando (materias) o molestando por ahí —respondí dada la situación alejándome de la cafetería con la excusa de estar buscando a ese Agudelo, que también se llama Sebastián, el mismo de 1101.

Como no encontré ni a Sebastián ni hablar con Edisson, me dispuse a poner atención al ensayo de entrega de banderas. El sol me quemaba y me debilitaba.

—Anyuli, coordínese —me decía Yomary cada vez que yo no marchaba igual que los demás.

—Mueva esa bandera, Anyuli —a través del micrófono, la profesora encargada del ensayo me llamó la atención.

Sentí un frío aterrador que pasó por mi espalda, todos se dieron cuenta. Estaba tan concentrada en que si la marcha andaba bien que no me fijé en mover la bandera. Además, miraba hacia la cafetería, aprovechando que él estaba justo ahí, a la vista, limpiando un soporte plástico, que no sabía qué función tenía en específico.

Por último, ya faltando poco para las 10:00, recogí mi refrigerio cerca de la cafetería. Sabía que él ya no estaba allí, así que me senté en un lugar cercano a la cafetería y con panorama a la portería, a ver cuándo llegaría Edisson. —Seguro, se fue a hacer mercado, —pensé yo al darme cuenta de que no llegaba. Mientras tanto, Yomary se sentó al lado mío a preguntarme sobre mi tratamiento de ortodoncia. Después de un rato, me di cuenta de que todos empezaban a irse.

—Ya, vámonos —dijo Yomary recogiendo sus cosas esperando a que fuéramos juntas hasta la salida.

Nos despedimos cuando volteamos la esquina de la calle hacia la derecha. Yo ya me estaba acostumbrando a pasar por la izquierda, pues había más gente y era más corto el camino para ir hacia mi casa. No sé por qué tenía esperanzas de ver a Edisson por ahí, llegando al colegio. Sin embargo, no ocurrió cuando estaba con mi compañera Yomary. Seguí caminando, de pronto, me acordé de que tenía que devolverme al colegio para reclamar mi palo de escoba que había llevado y no utilicé, para ensayar los pasos con la bandera; pues me habían dado el que correspondía y su bandera incluida.

Apenas volví mi espalda al otro lado, vi algo que mis ojos no pudieron creer, pero parecía serlo. —¿El chico de la cafetería en bici? ¿Enserio? ¿Justo cuando me voy él vuelve? —Como sea, medio lo miré y me dirigí al colegio a pedir el palo que me habían guardado los vigilantes. Esperé dos minutos y noté que Edisson aún no regresaba al colegio —¿se le había olvidado algo? O ¿me vio y no quería encontrarse conmigo?

Una vez que me devolvieron el palo, me fui por donde había regresado. Esta vez no vi al chico de la cafetería por ningún lado. Bajé mi cabeza y seguí andando. Faltando poco para llegar a una esquina y voltear la calle, lo vi montado en su bicicleta de camino al colegio por la calle donde iba a cruzar, y feliz sonriente mirándome. Yo apenas pude verlo e inclinar mi cabeza, no pude evitar sonreír de camino a casa. Por primera vez, lo había visto montado en su bici muy genial.



#11098 en Joven Adulto

En el texto hay: jovenes, colegio, sociabilidad

Editado: 14.04.2019

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