Selene
La sangre se aloja escurriendo mis manos, aquello encarnado en mi pecho es como un fino tapón que se esfuerza por no desangrarme, el dolor es como un agujero negro lleno de espinas, que una a una se pinchan en mi piel aun cuando aquellos brazos me sujetan con delicadeza. La herida parece doler más, conforme la agonía de la verdad diluye nuestros ojos. Sus lágrimas salpican en mis mejillas, siento como si los años apenas se han reducido a minutos. Siento que los días cuando corríamos por ese campo azorado de peonias ahora se reflejan en nuestros ojos, esa felicidad, ese amor que poseíamos, quedo allí, en aquel río que fluía sobre nuestras plegarías.
Podía ver el miedo en sus ojos, pero para mí significaba paz, entendía que aquel infierno solo era una prueba que nos condenó, tenía la certeza que seguir estancada allí seguiría siendo un castigo. Mi vida estaba al otro lado de esa realidad, de esos brazos y quizás… algún día…. Alguna vez volveríamos a caminar tomado de las manos. Lo esperaría, quizás en ese otro lado, ambos estaríamos juntos.
Sonrío buscando alzar la mano, cuando lo hago el dolor en mi pecho a causa de la daga produce arcadas tan grandes que me incitan a convulsionar y toser sangre, pero busco la manera de controlarme, lo suficiente para llegar a tocar esa mejilla y así sentir esa humedad que refleja su miedo, su sufrimiento.
- N-no… no – sus ojos buscan los míos de inmediato – no… llo-res.
Me aferra aún más, como si temiera que en cualquier momento mi cuerpo se fugara de sus brazos.
- Algún… día – toso sintiendo la sensación de su piel, la textura, ese contacto físico que quema sobre la ausencia futura – volveremos a estar juntos.
Tomo la fuerza de voluntad para seguir con dicha confesión, para no detenerme, no hasta que lo indique.
- Cuando mi alma reencarne de nuevo… te encontraré, volveré hacía tus brazos y seremos felices – solloza aun más.
- Quédate – me indica. El ámbar de sus iris ahora se ha vuelto oscuro, oscuro de un corazón hecho añicos – te mantendré así, tendremos hijos, nos casaremos.
Una lágrima me gana, una lágrima dolorosa y amarga baña retirando la sangre de mis mejillas.
- Cuando te vuelva a ver, nos casaremos de inmediato – une su frente a la mía.
- No dudaré – ambos sollozamos – aunque tengas otro rostro y otro cuerpo, sabré que tu espíritu es el mismo, tu alma palpitara en una misma sincronía, en una misma calidez.
- Prométeme que no harás ninguna locura, vive… vive. Un rey debe perder lo que más ama, solo así será un buen rey.
- Alexia – le sonrío – te encontraré y cuando tus ojos se encuentren con los míos ambos los sabremos, algo grande nos arrastrará. Algo más grande que el amor que podemos sentir justo en este momento.
Su voz se rompe y mi corazón también cuando exhalo el último aliento.
El sonido de los pájaros y de esa extraña escena solo comete a que mi cuerpo se vaya en exalte, despegándose de la cama.
- ¡No! – grito. El calor irradia mi cuerpo, el sudor perla mi rostro.
Mi corazón es como una dinamita, estallando en esos pedazos que se esparcen con los sonidos inquebrantables que causa. La habitación oscura ahora se ciñe en una claridad que solo puede verse afectada cuando la puerta se abre junto a las cortinas.
La figura borrosa que preocupada puedo notar, se cuela y corre hacía mí.
- Selene – mi madre posa su mano en mi rostro – hija…
Su cabello pelirrojo se entrelaza con el mío cuando me envuelve en sus brazos. Esos rizos como el vivo fuego que ahora me quema.
- Una pesadilla – le aclaro afianzando mi agarre en su camisa – ha sido otra pesadilla – jadeo.
- ¿La misma? – niego.
- Esta vez fue con Alexia – ella suspira negando para después alejarse y aplacar mi cabello desordenado.
- ¿Fue muy doloroso? – limpia mis mejillas – debió serlo, estas llorando.
- Cada vez que sueño con ella, me duele más, es como si de entre todas esas pesadillas ella se encarna tan a fondo, es como si lo que sintiera fuera más real.
- Hablaré con tu padre sobre esto – niego.
- No lo hagas - trago aplacando ese sabor amargo, controlando mi respiración y nivelando los latidos de mi corazón - ¿Qué sentido tiene? No sabemos nada, nadie sabe lo que pasa.
- Quizás los amigos de tu padre ayuden – me coloco de pies ya un poco más calmada. Como si el dolor de la hérida hubiera desaparecido en la perforación de mi carne.
Como si realmente yo no fuera ella, o ella no fuera yo.
- Los amigos de mi padre no son amigos… solo deben quedarse así. Como conocidos.
¿Qué sentido tiene seguir buscando? Cada vez que lo hago termino enloqueciendo aún más. Los doctores piensan que poseo un desorden de delirio claro como para idear que un tratamiento interno sea la solución. Nadie puede entender lo que esto significa, mis padres buscan la ayuda necesaria y se niegan múltiples veces a dejarme en un sanatorio.