Era lunes por la mañana, y el cielo aún arrastraba los restos de una tormenta que había azotado la ciudad la noche anterior. Aydee llegó temprano a la oficina, como solía hacerlo desde que había decidido tomarse en serio su carrera. La cafetera burbujeaba en la pequeña cocina mientras el aroma del café recién hecho se deslizaba por los pasillos, envolviendo el aire con una tibieza reconfortante.
Con su taza humeante en la mano y las ideas aún a medio despertar, Aydee empujó la puerta de cristal de su oficina. No esperaba encontrar nada fuera de lo común. Sin embargo, sobre su escritorio, perfectamente centrado sobre la libreta de notas que solía dejar cerrada los fines de semana, descansaba un sobre blanco, de bordes gastados. No tenía sello ni remitente. Parecía antiguo, como si hubiera viajado a través del tiempo y no simplemente a través del correo.
Frunció el ceño. Lo levantó con cautela y lo examinó. El papel tenía un tono marfil envejecido, como esos papeles que se encuentran guardados en cajones olvidados. Había algo extraño en él, algo que desentonaba con la lógica de un lunes rutinario.
Lo abrió con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Dentro, encontró una hoja doblada con una caligrafía que le resultó alarmantemente familiar. Reconoció el estilo curvado de las letras, el modo en que algunas palabras se inclinaban levemente hacia la derecha, como si tuvieran prisa por ser leídas.
La nota decía:
Aydee,
Sé que no creerás esto al principio, pero soy tú. Tú, dentro de unos años. Estoy escribiéndote porque estás a punto de cometer el mismo error que me costó la felicidad. Esta vez, tienes que elegir diferente. Cuando conozcas a Dioel, no huyas. Él será el amor de tu vida, pero sólo si te atreves a quedarte.
Por un instante, el aire pareció detenerse.
Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El nombre “Dioel” no le decía nada. No conocía a nadie con ese nombre. Pensó que quizás era una broma pesada o parte de algún experimento social, o peor aún, una campaña de marketing demasiado invasiva. Pero no pudo ignorar lo que sentía en el pecho: una especie de temblor interno, como si algo dentro de ella reconociera la verdad antes que su mente.
Leyó la nota una y otra vez, buscando fallos, inconsistencias, alguna pista que delatara el truco. Pero lo único que encontraba era la certeza creciente de que esa letra era la suya, solo que con algunos años de diferencia.
Fue entonces cuando escuchó una voz familiar desde la puerta entreabierta.
—Aydee —dijo su jefa, asomando la cabeza con una sonrisa apresurada—, ven a la sala de reuniones. Quiero que conozcas al nuevo ingeniero del proyecto.
Aydee guardó la carta de manera instintiva, deslizándola bajo su libreta con movimientos rápidos. Aún aturdida, se alisó la blusa con las manos y respiró hondo. Lo que fuera que estuviera pasando, tenía que seguir adelante con su día. No tenía tiempo para teorías imposibles ni advertencias sin explicación.
Pero mientras caminaba hacia la sala de reuniones, un pensamiento no la dejaba en paz.
¿Qué pasaría si todo era cierto?
Y en esa sala, donde apenas unas palabras y miradas serían intercambiadas, el destino ya había comenzado a girar.
Editado: 03.05.2025