Mi yo del futuro en el amor

Capítulo 2: El problema en persona

Aydee entró en la sala de reuniones con su libreta contra el pecho, como si eso pudiera protegerla del remolino que aún le agitaba por dentro. La carta seguía dándole vueltas en la cabeza, como un eco imposible de acallar. “Cuando conozcas a Dioel…” ¿Y si ya había llegado ese momento?

Entonces lo vio.

Él estaba de pie, ligeramente encorvado sobre la mesa de diseño, revisando unos planos extendidos. Tenía el ceño fruncido, una expresión de concentración tan marcada que parecía esculpida en piedra. Era alto, de complexión firme, con los hombros anchos y el porte de alguien que sabía exactamente quién era. Su rostro tenía líneas definidas, una mandíbula fuerte, labios delgados y unos ojos oscuros que parecían ver más de lo que decían. Vestía con pulcritud: camisa blanca sin arrugas, pantalones de corte recto, reloj sobrio… y una actitud que no necesitaba palabras para imponerse.

—Él es Dioel Hernández, el nuevo ingeniero civil que se incorpora al proyecto del centro urbano —anunció su jefa con una sonrisa diplomática.

Aydee tragó saliva, sin poder evitar recordar cada palabra de la carta. “Él será el amor de tu vida…”

—Encantada —dijo, obligando a sus labios a dibujar una sonrisa profesional mientras le extendía la mano.

Él la tomó. Su apretón fue firme, medido. Pero no hubo calidez en el gesto.

—Igualmente —murmuró Dioel, sin apartar la mirada del plano.

Aydee mantuvo su sonrisa un segundo más, solo para disimular el impacto. Arrogante, pensó. Ni una sonrisa. Qué encanto de tipo…

La reunión comenzó, y con ella, la tensión.

Dioel tomó la palabra más veces de las que le correspondían. Corrigió datos, ajustó cifras y cuestionó decisiones sin el más mínimo filtro. Su tono no era grosero, pero sí frío, cortante, como si lo que dijeran los demás no tuviera peso si no pasaba por su criterio.

Aydee intentó intervenir, como era su responsabilidad, proponiendo una estrategia de comunicación para mejorar la imagen del proyecto ante la comunidad local. Apenas había comenzado a exponer cuando él la interrumpió:

—No es viable si no tienes en cuenta los tiempos de ejecución. Podrías prometer algo que no vamos a poder cumplir —dijo sin mirarla, con la voz grave y controlada, como quien corrige una obviedad.

Ella lo miró. Respiró despacio para no estallar.

—Y tú podrías considerar que no estamos aquí para competir, sino para colaborar —respondió, con una serenidad tensa, cuidando cada palabra como si fuera un cristal a punto de romperse.

La sala se llenó de un silencio espeso. Algunos desviaron la mirada hacia sus papeles, otros simularon escribir notas. Y fue entonces que Dioel levantó los ojos. La miró.

Fue una mirada breve, pero intensa. Como si en ese instante algo en él hiciera clic. La evaluó. O tal vez… la reconoció.

Aydee sintió un estremecimiento que no supo explicar. No era miedo. Tampoco atracción. Era otra cosa. Como si algo no dicho flotara entre ellos, algo que ambos aún no comprendían.

Cuando la reunión terminó, salió al pasillo con el corazón latiéndole en las sienes. Se apoyó en la pared un segundo, respirando hondo. La rabia aún le quemaba por dentro, pero también… algo más.

¿Y si era cierto?
¿Y si este hombre imposible… era el amor de su vida?

Frunció el ceño. No, no podía dejarse llevar por una carta sin pruebas. No por alguien tan difícil, tan distante, tan… insufrible.

Y sin embargo, mientras se alejaba con paso firme, supo que ya era tarde. Algo se había activado. Y aunque aún no lo aceptara, su historia —la verdadera— ya había comenzado.




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