Mi yo del futuro en el amor

Capítulo 7: Confesiones al viento

La semana pasó lenta, arrastrándose entre reuniones, proyectos y correos interminables. Aydee no podía dejar de pensar en Dioel, pero aún no sabía qué hacer con esas sensaciones que lo rodeaban. Él parecía tan distante y tan cercano al mismo tiempo. Cada vez que coincidían, algo dentro de ella se activaba, como si algo invisible los conectara, pero nunca lograba entenderlo completamente.

Una tarde, al final de la jornada laboral, Aydee decidió salir a caminar para despejarse. El clima era fresco, y el aire limpio le hacía bien. No había plan, solo quería caminar sin rumbo, pensando en todo lo que había sucedido. Las calles estaban tranquilas, y el sonido de sus pasos resonaba en el pavimento. Fue entonces cuando escuchó una voz familiar.

—¿Aydee?

Giró rápidamente y, para su sorpresa, allí estaba Dioel, de pie frente a ella, con una expresión que no lograba descifrar. Estaba despeinado, como si acabara de salir de una reunión de trabajo. A su lado, un café en mano.

—Te vi desde la esquina —dijo Dioel, sin poder evitar una pequeña sonrisa—. ¿Puedo acompañarte?

Aydee no sabía si era una buena idea, pero asintió, incapaz de decirle que no. Ambos comenzaron a caminar juntos, en un silencio cómodo. A medida que avanzaban, el peso de la conversación que ella había estado evitando parecía más palpable. Dioel no estaba actuando como el hombre arrogante que conoció al principio. Algo en su comportamiento era diferente, más cercano, más humano.

—¿Estás bien? —preguntó él después de un rato, rompiendo el silencio.
Aydee se sorprendió por la suavidad de su voz. No era el tipo de pregunta que uno esperaría de un ingeniero civil, alguien tan centrado en los detalles.

—Sí, solo… necesitaba pensar. —Aydee lo miró de reojo, buscando algo en su expresión que le diera pistas sobre qué tan sincero estaba siendo en ese momento.

Dioel se detuvo y la miró fijamente.
—A veces, el trabajo y la rutina nos hacen olvidar lo que realmente importa. —Pausó, como si mediera cuidadosamente sus palabras—. He estado pensando en lo que te dije la otra vez, en el café. En el hecho de que tal vez estamos más conectados de lo que pensamos.

Aydee se sintió nerviosa, sin saber si había escuchado bien. ¿Estaba Dioel admitiendo que se sentía igual que ella?

—Lo que quiero decir es… que no soy perfecto. Ni tú lo eres. Pero, tal vez, si seguimos juntos en esto, podríamos entendernos mejor. —Su voz, normalmente seria, se había suavizado en un tono más vulnerable, casi como si estuviera compartiendo algo íntimo.

Aydee no podía creer lo que estaba escuchando. Dioel, el hombre con el que había chocado tantas veces, ahora le hablaba con una sinceridad desconcertante. Era como si el hielo que los separaba se hubiera derretido de repente, dejando espacio para algo nuevo. Algo incierto, pero real.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Aydee, su voz casi un susurro.

Dioel respiró hondo y miró al horizonte, como si tratara de encontrar las palabras correctas.

—Porque me di cuenta de que no quiero dejar ir esta oportunidad. No quiero que el miedo o los malentendidos nos alejen. Y tal vez no esté listo para todo lo que eso implica, pero estoy dispuesto a intentarlo.

Aydee sintió una mezcla de alivio y miedo. Alivio porque finalmente él hablaba con el corazón, pero miedo porque esas palabras venían con un peso que no sabía cómo manejar. ¿Estaba lista para abrirse de nuevo al amor? ¿Estaba dispuesta a confiar?

Se quedó en silencio por un momento, pero la brisa fresca le despejó la mente. Dioel estaba allí, frente a ella, mostrando su lado más vulnerable. Tal vez, por fin, las cartas que había recibido tenían razón: No huir.

—No sé si estoy lista, Dioel. —Aydee lo miró fijamente, pero su tono ya no era tan firme como antes. Había algo suave en su voz, algo que reconocía, aunque no quisiera admitirlo—. Pero me gustaría intentar no huir.

La respuesta de él fue una sonrisa cálida, genuina. Y por primera vez en mucho tiempo, Aydee sintió que quizás, solo quizás, estaba tomando la decisión correcta. No iba a dejar que el pasado le dictara su futuro.

La noche caía lentamente, y con ella, la promesa de algo nuevo.




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