Mi yo del futuro en el amor

Capítulo 8: Camino incierto

Los días siguientes se llenaron de señales sutiles. Miradas que duraban más de lo necesario, roces accidentales al pasar cerca en la oficina, mensajes cortos que parecían decir mucho sin decirlo todo. Aydee y Dioel estaban comenzando algo... aunque ninguno de los dos se atrevía a llamarlo por su nombre.

Una tarde, mientras ambos revisaban planos en la sala de reuniones, una fuerte lluvia comenzó a caer. Aydee miró por la ventana, sintiendo una extraña nostalgia.

—Odio los días grises —dijo sin pensar.

Dioel la miró, con un leve gesto de intriga.

—Yo los prefiero. En los días grises uno puede pensar con más claridad —respondió, cruzando los brazos.

Aydee soltó una leve risa.
—Típico de ti. Siempre contradictorio.

—¿Y eso es malo?

—No —admitió ella, sin mirarlo—. Solo... impredecible.

Hubo un momento de silencio. Luego Dioel se acercó, con calma, y colocó una hoja frente a ella. Su dedo señaló una pequeña nota que decía "cambio propuesto por Aydee".

—Lo implementé —dijo él simplemente.

Aydee lo miró, desconcertada. Era la primera vez que él aceptaba una modificación sin discutirla, sin sugerir otra forma. Lo había hecho porque confiaba en su criterio. O... tal vez por algo más.

—Gracias —murmuró.

Él la observó por unos segundos más de los que debía. Y cuando la lluvia comenzó a disminuir, soltó con naturalidad:

—¿Quieres que te lleve a casa?

Aydee dudó. Aceptar significaba entrar a una zona de riesgo emocional. Pero rechazarlo también. Porque algo entre ellos ya había comenzado a moverse, como un río que no puede devolverse a su cauce original.

—Está bien —respondió ella, al fin.

Durante el trayecto, apenas hablaron. La ciudad mojada, los limpiaparabrisas, la música suave en la radio... todo parecía una pausa entre lo que fueron y lo que estaban a punto de ser. Cuando llegaron, Dioel la miró desde el asiento del conductor.

—No sé hacia dónde va esto, Aydee. Pero si tú no te bajas del auto... yo tampoco lo haré.

Ella lo miró, con el corazón latiendo como un tambor.

—Entonces vamos con calma, Dioel. No sé si este camino lleva al amor o a otra herida. Pero... no quiero recorrerlo sola.

Él asintió.
No la besó. No dijo nada más.
Solo esperó hasta que ella entró al edificio, y se quedó unos minutos más, viendo cómo la lluvia volvía a caer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.