Las noches de Aydee se volvieron más inquietas desde aquel viaje en auto con Dioel. Había algo que la mantenía despierta… no era ansiedad, ni miedo. Era una especie de anticipación. Como si su corazón supiera que algo importante se acercaba.
Y lo más extraño: no habían vuelto a aparecer cartas en su mesa. Desde la última, después del café, nada. Silencio total. Como si quien las escribía esperara que ella ahora caminara sola.
Pero esa mañana, al despertar, encontró algo diferente.
Sobre su mesa de noche, no había carta... sino un sobre plateado, más elegante, con su nombre escrito en tinta negra. Dentro, solo una hoja, con una frase:
> “Lo que hagas hoy, marcará lo que serás mañana. El futuro ya empezó.”
No había firma, ni fecha. Solo esa advertencia. O quizá, ese empujón.
Esa frase resonó todo el día en su mente. Porque en el fondo, Aydee lo sabía: estaba a punto de tomar decisiones que definirían no solo su carrera, sino su vida emocional. Y Dioel, aunque aún no lo decía con palabras, ya se había convertido en una pieza crucial de ese rompecabezas.
Por la tarde, lo encontró en la sala de diseño. Estaba solo, concentrado, con el ceño fruncido frente a un plano que no terminaba de convencerlo.
—¿Todo bien? —preguntó ella, desde la puerta.
Él levantó la vista, y sonrió.
—Me alegra verte.
Aydee entró despacio. Algo en el ambiente era distinto. Más cálido. Más íntimo.
—He estado pensando en algo —dijo Dioel, sin rodeos—. Y necesito decirlo.
Ella sintió un pequeño temblor en el pecho.
—Dime.
Él dejó los planos y caminó hacia ella, despacio, con esa intensidad que lo caracterizaba.
—Cuando te conocí, creí que eras complicada. Defensiva. Difícil de entender. Pero... me equivoqué. La complicada eras tú solo porque el mundo te obligó a ser fuerte. Y eso... me hace admirarte aún más.
Aydee se quedó sin palabras.
—No quiero apurarte —continuó él—. Pero si alguna vez te preguntas qué somos tú y yo… al menos sabes lo que yo siento.
Aydee sintió que el corazón se le aceleraba. Había esperado tanto tiempo que alguien la viera con claridad. Y ahora, Dioel —su antítesis, su rival, su confusión hecha hombre— lo decía con una honestidad que desarmaba.
—Yo también tengo miedo, Dioel —confesó ella—. No de ti. De lo que pueda pasar si me permito creer en esto.
Dioel asintió, comprensivo.
—Lo que hagamos hoy, marcará lo que seremos mañana —dijo él, como si hubiera leído la nota.
Ella lo miró, impactada.
—¿Cómo sabes esa frase?
—¿Qué frase?
—La que acabas de decir. Alguien me la dejó esta mañana.
Dioel frunció el ceño.
—No tengo idea. Solo lo dije porque lo sentí.
Aydee dio un paso atrás. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién estaba detrás de esas cartas y mensajes? ¿O era simplemente el destino repitiéndose en ecos invisibles?
No había respuestas. Solo el presente. Y en él, Dioel estaba frente a ella, esperando.
Aydee no dijo más. Pero se quedó. A su lado. Trabajando en silencio. Como si, por primera vez, caminar hacia el futuro no fuera tan incierto si él iba con ella.
Editado: 03.05.2025