Mi yo del futuro en el amor

Capítulo 11: Líneas que nos unen

Las siguientes semanas se convirtieron en una coreografía silenciosa entre Aydee y Dioel. Trabajaban en el proyecto con una sincronía que ninguno había experimentado antes. Ya no discutían por cada decisión, ahora conversaban. Compartían ideas, se escuchaban. Había respeto. Había química. Había algo más.

Un día, mientras revisaban detalles técnicos en la oficina central, Dioel se inclinó sobre el plano y dibujó una línea curva que unía dos áreas del diseño.

—¿Qué significa eso? —preguntó Aydee, curiosa.

Él la miró y sonrió.
—Es el punto de conexión. El espacio donde las cosas se encuentran, sin imponerse una sobre la otra.

Aydee lo observó en silencio, sabiendo que hablaba más allá del proyecto. También se refería a ellos.

—Líneas que nos unen —murmuró ella, dejando escapar una sonrisa.

En esos días, comenzaron a salir del entorno laboral. Paseos breves, cafés espontáneos, caminatas al atardecer. Dioel se mostraba más abierto, más dispuesto a compartir su historia. Le contó sobre su familia, sobre su obsesión por la ingeniería desde niño, y sobre cómo siempre había sentido que el amor era una distracción… hasta que ella llegó.

Aydee también se abrió. Le habló de sus miedos, de sus derrotas pasadas, de la sensación de no ser suficiente. Dioel no intentó “arreglarla”. Solo la escuchó. Y eso fue más sanador que cualquier consejo.

Una noche, mientras regresaban de una pequeña exposición de arquitectura, Dioel detuvo el auto frente al edificio de Aydee.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo, sin mirar directamente.

—Claro —respondió ella, notando el cambio en su tono.

—Si pudieras ver tu yo del futuro... ¿qué te gustaría encontrar?

Aydee respiró hondo, sorprendida por la pregunta. Miró al frente, pensativa, y luego lo miró a él.

—Me gustaría encontrarme feliz. Pero no por haberlo logrado todo… sino por haberme elegido a mí misma. Y… si alguien me acompaña en ese futuro, que sea porque decidió caminar a mi lado, no delante ni detrás.

Dioel asintió, conmovido.
—Espero ser parte de ese futuro —dijo en voz baja.

Esa noche no hubo beso. No hizo falta. El amor se tejía en los espacios compartidos, en las miradas sostenidas, en las líneas invisibles que ya los unían.

Y mientras Aydee subía las escaleras de su edificio, encontró una carta en el último escalón. Esta vez, no era anónima. Estaba firmada con una inicial: D.

> “Si algún día dudas, vuelve a este momento. Aquí comenzó el futuro que tanto mereces.”

Aydee sonrió. El futuro ya no era una incógnita. Era una promesa.




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