El proyecto que Aydee y Dioel trabajaban juntos fue seleccionado para la exposición final. Sería presentado ante inversores, arquitectos y medios especializados. Era el momento que Aydee había esperado durante años… y no estaba sola.
Dioel la acompañó en cada paso. Pero más allá de lo profesional, su vínculo seguía fortaleciéndose en lo cotidiano: en las miradas que se entendían sin palabras, en los silencios cómodos, en el respeto mutuo que se volvía ternura.
Una tarde, mientras ensayaban su exposición en el auditorio vacío, Dioel se detuvo de pronto en medio del escenario.
—Aydee… —dijo, con voz baja—. Antes de que esto se haga público, hay algo que necesito preguntarte.
Ella lo miró, sorprendida.
—¿Qué ocurre?
—No quiero que este proyecto sea lo único que construyamos juntos.
Aydee lo sintió: ese nudo en el estómago que solo aparece cuando lo que escuchas… es lo que llevabas tiempo esperando.
Dioel respiró profundo.
—No estoy diciendo esto por impulso, ni por emoción. Lo digo porque desde que entraste en mi vida, me di cuenta de que el amor no te distrae de tus sueños. Te impulsa. Te enfoca. Y tú has hecho eso conmigo.
Ella sonrió, con los ojos brillando.
—¿Qué me estás proponiendo?
Él bajó del escenario, caminó hacia ella, y tomó sus manos.
—No te estoy pidiendo promesas. Te estoy pidiendo que caminemos juntos lo que venga. Que nos demos la oportunidad de descubrir hasta dónde puede llegar esto que sentimos.
Aydee lo miró largo rato. Y luego, con una calma que solo tienen las decisiones firmes, respondió:
—Sí. Caminemos.
No hubo aplausos. No hubo testigos. Solo el latido compartido de dos personas que, tras muchas dudas, habían decidido confiar.
Esa noche, Aydee llegó a casa y no encontró carta alguna. Por primera vez, no la necesitaba. Ya no buscaba respuestas en alguien que escribía desde el futuro. Porque, por fin, estaba viviendo el presente que tanto había esperado.
Y en ese presente, ella ya no era una mujer dudando del amor. Era una mujer eligiéndose… y eligiéndolo.
Editado: 03.05.2025