Los días siguientes fueron distintos. Había menos tensión, más escucha. Aydee y Dioel no solo habían salvado el proyecto, sino que también habían entendido que amar no era solo sentir… sino también elegir.
Eligieron volver a confiar. A trabajar como equipo. A comunicarse desde la verdad, aunque doliera.
Y así, sin darse cuenta, estaban construyendo algo más profundo que cualquier plano o maqueta.
Durante una reunión con los inversores principales, Aydee fue invitada a hablar de su inspiración para el diseño. Podía haber mencionado tendencias, ciudades modelo, o estudios previos. Pero eligió otra verdad.
—Este proyecto nació de la necesidad de pertenecer —dijo con firmeza—. No solo a un espacio físico, sino a una vida donde puedas crecer sin renunciar a ti. Donde puedas compartir sin perder tu individualidad. Para mí, construir también es amar.
El auditorio quedó en silencio. Luego, estalló en aplausos.
Dioel, desde su asiento, la miraba con orgullo. Pero más que eso, con amor.
Esa noche, Aydee y él caminaron bajo la lluvia ligera que refrescaba la ciudad. No llevaban paraguas, pero no les importó.
—Te admiro —le dijo Dioel—. Por tu valentía, por tu voz… por todo lo que eres.
Ella lo miró, sin evasivas.
—Yo también te admiro. Y te elijo. No porque te necesite. Sino porque quiero compartir esto contigo. Sin miedo.
Se detuvieron frente a un cruce de calle. La lluvia seguía cayendo suave, como si bendijera el momento.
—¿Sabes? —dijo Aydee— Siempre pensé que el amor tenía que ser un destino. Pero hoy entendí que es un camino. Y que se elige a diario.
—Entonces —respondió él—, sigamos eligiéndonos.
No hubo promesas eternas. No las necesitaban. Había algo más poderoso: la decisión de amarse con los pies en la tierra y el corazón abierto.
Y por primera vez, Aydee no esperó una carta del futuro. Porque ya estaba viviendo el que había soñado.
Editado: 03.05.2025