Mirna está haciendo un té de hierbas para su hija que se está quejando del dolor de estómago que siente en ese momento tan desesperante.
—Toma, este té te va a ayudar con ese dolor que estás sintiendo. —le pasa la taza mientras le mira con pena.
—Muchas gracias, mamita —responde y le regala una sonrisa. Le duele su cuerpo y tiene algunos moretones que en unas semanas ya no van a existir—. Me duele mucho el estómago, mami.
—Bueno, hija. Eso debe ser porque andas comiendo mucha comida chatarra —La señora sabe que su hija se la pasa vomitando la comida y también cuenta las veces que lo hace—. Deberías comenzar a comer más saludable.
"Saludable"
Esa palabra resuena en su cabeza y eso le provoca un dolor inmenso. Siente que su cabeza en cualquier momento explotaría y es algo al que le tiene miedo.
Todas esas veces que se provoca el vómito, ¿no son suficientes? ¿Tiene que seguir con ese sufrimiento?
—Qué abrumador... —susurra sin ser escuchada por su progenitora.
—He pensado en inscribirte a unas clases de zumba. —Le regala una sonrisa.
—Mami, a mí no me gusta bailar zumba y lo sabes desde que soy pequeña.
—No me importa, Mía —habla con una voz firme y fría—. Deberías entrar en algún deporte para que bajes ese estómago. — Mirna en una acción rápida le toca el estómago de su hija para apretarlo.
Las lágrimas de Mía amenazan con salirse de sus ojos marrones. Se tapa la cara para poder llorar sin que su madre se dé cuenta de eso.
—Empezarás mañana, ya verás que te va a gustar mucho, además, si lo sigues haciendo en el futuro vas a tener una cintura hermosa —La mujer se acerca a la niña para abrazarla para luego decirle—, vas a poder ponerte toda la ropa que tú quieras y sin ningún tipo de problema.
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05 de agosto de 2015.
Mía siente mucho dolor en sus extremidades, bailar no es lo suyo. En realidad, ningún tipo de deporte es lo suyo.
La niña dirige su mirada hacia su madre quién está bailando con toda la energía del mundo. Mía, un poco desilusionada, se levanta del piso y agarra su mochila para irse de ese lugar sin que su madre se dé cuenta.
Ya afuera del gimnasio, ve un carrito que vende papas fritas. Decide acercarse para comprarse unas papas con el dinero que su madre le da cada vez que salen a pasear.
Camina hasta un banco del parque y se sienta sobre él.
Mía siente que se está enamorando de su comida, desde ese momento, cuando ella quiera comprar más, le va a comprar a ese hombre.
—Es un buen hombre, además, me dijo que estoy muy hermosa en este día.
—¡Mía!
Mía da un salto del banco por el susto que acaba de tener.
Es su madre y está muy enoja. Es muy fácil darse cuenta que su madre realmente está enojada y es por la vena de su cuello que se quiere salir, y puede salirse en cualquier momento.
—Mamá —suspira con cansancio al imaginarse el regaño que le dará.
—¡¿Por qué te fuiste del gimnasio?! —grita Mirna, llamando la atención a todas las personas que pasaban por ese parque.
—Mami, ¿podemos volver a la casa? Es que me duele mucho el estómago.
Mirna asiente a la petición de su hija, pero antes de que dieran un paso, la mujer agarra las papas fritas y las tira a un tacho de basura.
—Vayamos a la casa y rápido. No quiero pasar vergüenza contigo.
Mía no dice nada y vuelve a agarrar su mochila con el objetivo de seguir a su madre que estaba echa un demonio.
Estando ya adentro de la casa, Mirna tira su mochila en el sofá de su casa y dirige su mirada a su hija.
—¡Mía! —vuelve a gritar con más libertad—¿Por qué te fuiste del gimnasio? ¡Me tenías preocupada!
—Perdóname, mami. No fue mi intención hacerte asustar —dice con la cabeza agachada.
—¡Lo peor es que te pusiste a comer porquerías de la calle! —grita—¿Sabes cuántas calorías tienen esas papas fritas?
Aún con la cabeza agachada niega a la pregunta de su madre.
La mujer agarra a su hija de la mano con fuerza para llevarla a su habitación y pesarla.
La balanza marca en el número sesenta y cinco. Eso le hace enojar a las dos mujeres de esa habitación.
—Solo un kilo bajaste—susurra y agarra del antebrazo—. Te dije que tenías que hacer ejercicio para bajar más.
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La pequeña Mía se siente cansada y con asco de su cuerpo.
Le dolían sus brazos y piernas de tanto hacer ejercicio. Son las diez de la noche y tiene que levantarse a las siete de la mañana para ir a la escuela.
—Tengo que acostumbrarme a este dolor si quiero adelgazar —susurra para ella misma para luego levantarse del piso con movimientos débiles y algunas quejas de dolor que salen de su boca.
Agarra su toalla que está en una silla y se dirige al baño de su casa para tomar una ducha tibia. Necesita descansar sus músculos.
Ya debajo de la ducha Mía siente que algo baja de entre sus piernas.
—Me duele el estómago —se queja al sentir dolor adentro de su cuerpo— ¿Qué es esto? —se hace la pregunta a ella misma al ver el piso blanco manchado de sangre.
"¿Sangre? ¿Por qué?" Su cabeza no puede procesar nada de lo que le está sucediendo "¡Sangre!"
—¡Mamá! —grita con miedo porque siente que se está muriendo del dolor y del miedo. Piensa que se pudo lastimar con algo o que unos bichos están adentro de su estómago.
Mía comienza a recordar que su abuela siempre le comenta que no debe comer mucho dulce porque los bichos adentro de ella.
Mirna llega a estar enfrente del baño y con preocupación abre la puerta, siente que su corazón saldría en cualquier momento. Su hija se está volviendo en una mujer.
—¡Mía! —sus labios forman una sonrisa.
—Mamá, me duele mucho... Siento que me voy a morir —murmura la joven, abrazando su estómago.
—Mía —agarra la toalla para tapar a la niña, y luego llevársela a su habitación—, no te estás muriendo, hija. Te estás convirtiendo en una mujer.