11 de agosto de 2015.
Mía se siente cansada y con mucho dolor en el cuerpo, debajo de sus ojos hay unas ojeras muy oscuras y está más pálida de lo normal. Parecía un fantasma.
Después de haber tenido la experiencia de convivir con su padre desde ese día, ella llora todas las noches, pues entonces, no puede olvidar la discusión que tuvieron sus progenitores sobre ella y sobre la crianza que su madre creía correcta.
—¡Te olvidaste de tu hija para irte con esa puta! —grita su madre. Las lágrimas no dejan de caer de sus ojos.
—¡Yo no la abandoné! ¡Vos no quería que esté a lado de mi hija! Vine todos los días para ver a mi hija, pero no me dejabas verla.
—¡Y claro que no te la iba a mostrar! Si ella estaba peor de afectada que yo!
La niña que está sentada al lado de su madre, se tapa los oídos, rogando que sus padres dejen de gritar, sus mejillas están muy húmedas por las lágrimas que caen como una cascada. Su cabeza empieza a doler por los gritos, en su pecho siente una presión y en su garganta, tiene la sensación de un nudo.
Luego, suelta un suspiro, agradeciendo a Dios o lo que existiese en ese mundo al ver a su abuela.
—¡¿Qué está pasando acá, Mirna?! ¿Por qué están gritando en frente de mi nieta? —La abuela se acerca a Mía para poder abrazarla.
—Señora, su hija tiene la culpa de todo lo que está pasando en este momento.
—¡¿Yo tengo la culpa?! ¡¿Yo?! ¡Nos abandonaste sin importarte lo que nos pasase!
—Mía, hija, andá a tu cuarto a hacer la tarea que te queda.
La niña asiente a la orden de su abuela y sube rápidamente a su cuarto. Aún podía escuchar los gritos de sus padres, incluyendo a los de su abuela.
Entra al cuarto y se tira sobre su cama, su cuerpo comienza a temblar y se agarra las manos con fuerza hasta que se notara el color rojo por la presión.
—Dios, tengo miedo. Los gritos están aumentando... —susurra.
Toda esa situación provoca que sienta dolor en su estómago y unas gran ganas de vomitar.
Se levanta de su cama y sale de su habitación para dirigirse al baño, y encerrarse en él. Lo único que se puede escuchar son sus arcadas.
Es martes por la noche y su cuerpo está adolorido, ¿y cómo no? Sus compañeros les encanta golpearla cuando están en la clase de educación física.
—Odio jugar al handball... —susurra— Me duele todo el cuerpo para pararme y bañarme.
Con todas sus fuerzas, se levanta de su cama y agarra la toalla que tiene en su cama. El mareo que tiene le hace dar un paso hacia atrás, pero después trata de calmarse.
Caminar es un dolor para sus piernas y pies.
Pasan veinte minutos que está en el baño y ella sale para su habitación, temblando por el dolor que siente.
Ya en su habitación, escucha que tocan su puerta.
—¡Pase! —grita.
Se abre la puerta, permitiendo la entrada a la persona que está detrás de esta.
—Abuela...
—Hola, mi niña linda —dice la señora con su voz tierna y dulce que la caracteriza, luego se sienta en la cama de la pequeña y le acaricia su mejilla derecha.
—Me he dado cuenta que hoy no te sentís muy bien que digamos, mi amor —La abuela hace una pausa y continúa—, ¿estás así por la discusión que tus padres tuvieron?
—No, abuela... Solo que me duele el cuerpo.
—Mía, andas muy enfermiza en estos días, ¿te pasa algo?
—No, solo que en la escuela estábamos jugando al handball y me golpearon con la pelota, por eso me duele el cuerpo. —Con su mano agarra fuerte las sabanas para no llorar.
—Bueno, tenés que tener cuidado, mi amor. Los niños de hoy en día son muy salvajes. ¿Querés que te prepare unas galletas para mañana?
Por dentro, Mía está disgustada, pero por fuera, muestra una cara alegre para no preocupar ni ofender a su abuela.
No le queda de otra que asentir a la oferta de su abuela con una sonrisa de oreja a oreja.
—Está bien, mi hermosa niña.
Antes de que la señora se levantara de la cama, le da un beso en la frente a su nieta.
Cuando Mía ve a su abuela cerrar la puerta, su estómago empieza a doler y a hacer ruido por el hambre que estámuy presente desde la mañana.
—Me duele mucho...
Se tira hacia atrás, quedando boca arriba.
—Tengo mucha hambre y también tengo mucho sueño.
------------------------
Mía abre su sus ojos, tiene dolor de cabeza y también siente una leve incomodidad en su brazo.
—Mía...
Escucha una voz que parece un poco preocupada, Reconoce esa voz.
—¿Abuela? —dice con la voz entrecortada.
—Qué bueno que despertaste, Mía.
—Abuela, ¿qué me pasó?
—Te desmayaste, Mía. El doctor dijo que tienes anemia.
—¿Qué es eso?
—Mía.
La pequeña se mira la muñeca y ve que el suero está conectado, quiere llorar... Tanto sacrificio para que al final le conecten esa basura.
La puerta de la habitación en dónde está Mía se abre, dejando pasar a su madre, en su cara se puede ver la preocupación. Sus ojos están muy hinchados, su nariz muy roja y su cara empapada.
—Mamá...
—Mirna, cálmate, hija.
—Vos y yo tenemos de muchas cosas de que hablar, jovencita —dice para luego abrazar a su hija.
—El doctor dice que mañana te podemos llevar a la casa, pero debes de estar en una dieta estricta.
—También, tu hermano va a volver con nosotras después de un año sin él.
La niña le regala una sonrisa a su abuela para luego tratar de dormir otra vez.
------------------------
13 de agosto del 2015.
Mía entra a su casa con la ayuda de su madre y su abuela.
—Tu padre va a venir a verte esta tarde, Mía —dice su abuela.
En el corazón de la niña hay una gran tristeza e incomodidad, desea que su padre no vuelva a aparecer después de ese tormentoso día.
—Me iré a bañar y me pondré un lindo vestido.
Mirna hace un gesto que su hija no ve, para luego decir.