22 de octubre de 2019.
Es un martes, la hora; 22:36 de la noche. Las estaciones menos preferidas de Mía son la primavera y el verano.
Mía trata de dormir después de todo el ajetreo de ese día. Tener que ir al psicólogo y al nutricionista es algo difícil para ella. Su peso es 44 kilos y su estatura de 1,65.
Su recuperación es muy difícil, algunas veces tiene miedo de tener una recaída y hechar a perder todo lo que está logrado desde hace un año. No quiere volver al pasado en dónde casi llega a pesar 29 kilos.
Está viviendo con su abuela, vivir con ella es lo mejor para Mía, según su psicólogo.
Gracias a su abuela, Mía ya no está en ese mundo, ya no tiene contacto con sus padres gracias a ella. Todo por descubrir que su hija, Mirna, tiene una obsesión con el peso de su nieta.
25 de diciembre de 2016.
Son las 00:45.
La matriarca de la casa está muy preocupada por su nieta, cada vez está más delgada y algunas veces, no quiere comer.
La abuela se dirige al baño porque recuerda que sus lentes están en el lavamanos.
En eso, escucha unas arcadas, alguien está vomitando, descarta la idea que es su hija porque ella está hablando con unas invitadas y sus nietos abajo. La familia entera.
Trata de abrir la puerta, pero está con llaves.
—Mía, cariño, ¿estás bien, mi cielo?
Las arcadas se detienen por un momento, pero vuelven a ser provocadas.
—¡Mía, abrí la puerta inmediatamente!
La señora golpea la puerta fuertemente, provocando enojo en Mía y abriendo la puerta.
—¿Qué querés, abuela? ¡Déjame de joder! ¡No te metas en mi vida!
Desde hace un año, su nieta no deja de bajar de peso, casi se le nota los huesos, no ve muchas toallas femeninas en la casa ni por parte de su hija ni de su nieta.
—Solo te quería decir que tu hermano te anda buscando —miente.
—Dile a ese inútil que se vaya a lamerle los pies a mi madre y no me vuelva a molestar lo que quede de vida.
—Mi cielo, mi nieta hermosa, ¿qué te pasa? ¿Por qué no me decís lo que te está pasando? Estás muy rara, Mía. Has cambiado mucho, ya no sos la misma niña dulce de antes, cuando te graduaste de la primaria, ni siquiera te emocionaste.
—Primero, no soy hermosa, abuela. Segundo, no me pasa nada, solo que me duele mucho el estómago y tal vez, algo me hizo mal y tercero, ¿cómo me iba a alegrar? Si mi mamá me obligó a ir a la fiesta de mi graduación. Yo no quería ir y ella sabía que me llevaba mal con casi todos mis compañeros.
—Ya no me mientas, amor —acaricia la mejilla de su nieta, mientras ve su lágrimas caer—. Algo grave te pasa y quiero que me digas la verdad.
Un silencio tormentoso para Mía. Quiere decirle la verdad a su abuela, pero su madre siempre se lo prohíbe.
—Yo... —otra vez silencio. El miedo sigue ahí, en el pecho de la menor de 13 años— M-mamá.
No puede aguantar y se tira al piso, su abuela la agarra de los brazos para levantarla y cuando lo hace, nota que su Mía pesa como una pluma.
—Mía, dime, mi reina.
El llanto en ese pasillo era muy íntimo para las dos mujeres, no quieren ser escuchadas, no quieren llamar la atención.
—Desde el año pasado, he estado en este mundo, abu —dice entre llanto la pequeña—. Se llama bulimia y cuando quiero salir... Mamá no me deja porque dice que sigo gorda y cuando lo quiero dejar, me golpea para "entender" que es por mi bien.
—¿Bulimia?
Muchos recuerdos pasan por la cabeza de la mayor, recuerdos en dónde ve o escucha a su nieta vomitar, pero su hija siempre le dice "Mía está muy mal del estómago, luego le daré un té de boldo"
Actualidad
23 de octubre de 2019.
—Abu, ya me voy al colegio, te amo mucho. Nos vemos luego.
La adolescente de 16 años, se acerca a su abuela para darle un beso en la mejilla.
Sale de la casa y afuera está su amiga Amanda y su novio Juan quienes la están esperando.
La caminata hacia el colegio es un poco larga, pero les da tiempo para llegar temprano. Ir al colegio en el turno mañana es lo mejor para Mía.
—Mía... —dice Amanda.
Mía para en seco al ver a su madre en el colegio, no sabe por qué está ahí. Su hermano hace mucho que está en otra provincia y su madre está sola.
Su hermano sabe la verdad del maltrato de su hermana, provocado por su madre y desde el segundo uno, siempre le apoya en todo.
—¡¿Cómo pudiste hacerle eso a tu propia hija, Mirna?!
—¡No te metas, mamá! ¡Este asunto es sobre Mía y yo!
Mirna agarra del brazo a su hija para querer llevarla a su habitación y encerrarla.
—¡Te dije que no hablaras de nuestro secreto, te dije que no metieras a mi madre en esto! —la agarra de los pelos con brusquedad— ¡Una sola cosa te pedí y no podés hacerlas bien, Mía!
Los llantos de la menor son horribles para su abuela y hermano.
De un momento para otro, Mirna ya no tiene los pelos de su hija en sus manos, pero sí obtiene una cachetada.
—Mirna, no te vuelvas a acercar a mi nieta porque...
—¿Por qué? ¿Por qué para la próxima vez pensás en golpearme?
La mujer quiere agarrar otra vez a la chica, pero su hijo le corre la mano. Está sorprendida, su hijo, al que siempre le consiente en todo, le está haciendo la contra.
—No, Mirna. No habrá una próxima vez, voy a llamar a la policía, has estado maltratando a tu hija.
Actualidad
—¿Qué haces acá, Mirna?
Es un momento incómodo, si su psicólogo estuviese en ese momento, le diría que lo mejor para ella es no acercarse a su progenitora.
—Te extraño, hija...
—No, no me extrañas. Lo que pasa es que te duele estar sola, que ni siquiera tu propia madre quiera saber de vos.
—Mía, hija... —vuelve a ser interrumpida.