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- A M Y -
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❀~ Pasado (Seis meses después) ~❀
Observé la lista que me había dado Vivianne, mi prima, y luché por concentrarme en todos los favores que había pedido para su boda, pero se me hizo imposible cuando mi estómago se revolvió por cuarta vez en la tarde.
Intenté luchar contra mis náuseas, convencida de que había sido una mala idea aceptar la invitación de la Sra Charlotte.
Me gustaba compartir con los Dryden y, Dios sabía que ellos me invitaban en cada oportunidad que tenían, pero en ocasiones solo quería quedarme en casa.
Lamentablemente, el agradecimiento que sentía hacia ellos no me permitía negarme nunca; porque habían sido mi único apoyo desde que perdí lo único que me quedaba, mi amado hermano.
Respiré profundo, luchando de nuevo contra las náuseas y rogando al cielo que la Sra Charlotte no me viera así de enferma. No quería preocuparla, porque siempre estaba al pendiente de mí y nunca quería dejarme sola. Estaba segura de que, si notaba lo mucho que me seguían afectando los síntomas, se empecinaría a asignarme alguna clase de guardaespaldas o niñera, y lo último que quería era molestarlos más.
Había notado que ella no era del tipo de madre más efusiva, pero sí que me había demostrado hasta el cansancio que me tenía un cariño especial desde el día que me había encontrado llorando desconsolada, sin tener idea de qué hacer después de que se llevaron a mi hermano.
Ella había sido mi ángel guardián, y siempre le agradecía mucho a Dios por ella y por su familia, le pedía que los cuidara y guardara de todo mal, porque habían llegado a convertirse en mi familia adoptiva en esos tiempos difíciles y los quería mucho.
Otra ola de náuseas me golpeó y ya no pude seguirlas conteniendo.
Sentí la contracción en el fondo de mi pecho mientras soltaba la lista y corría por el pasillo hacia el baño más cercano.
Entré apresurada y me dejé caer sobre mis rodillas, comenzando a vaciar el contenido de mi estómago.
Las arcadas me sacudieron con desesperación, asegurándose de sacar absolutamente todo de mi y de pronto sentí cómo unas manos suaves y consideradas comenzaban a sujetar mi cabello lejos de mi rostro.
En cuanto terminé, levanté la mirada y, para mi gran asombro, me encontré con la expresión triste de Daniela, la novia de mi jefe.
La vergüenza quemó dentro de mi, así que me limité a agradecerle en un susurro y luego me levanté, enjuagándome en el lavabo.
Me moría de la vergüenza, así que no dije nada ni intenté llenar el silencio.
Sabía lo que ella estaba pensando, sabía que me tenía lástima porque yo estaba pasando mi embarazo sola cuando ella tenía el apoyo de un hombre increíble que encima los adoraba a ella y a sus bebés.
Lo veía en la expresión de todos los Dryden, sentían lástima de que yo estuviese pasando todo sola.
—¿Estás bien?—preguntó finalmente, mirándome de cerca mientras me ayudaba a salir del baño con la ternura que solo podía imaginar en una hermana mayor.
Yo asentí y me encogí de hombros.
—Sólo gajes de mi condición—respondí en broma, intentando aliviar un poco la incomodidad del momento.
Alexander Dryden, mi jefe y el novio de la morena, apareció en el fondo del pasillo y corrió hacia Daniela en cuanto nos vio.
—¿Estás bien?—preguntó preocupado, escaneándola con la mirada. Me pareció gracioso, porque estaba segura que, de las dos, yo era la que tenía cara de zombie después de vomitar hasta el alma en el retrete.
—Si... Pero Amy se siente mal—respondió ella preocupada y él me miró, como dándose cuenta de que estaba ahí—. Debemos llevarla al doctor, Alex—agregó Dani y yo comencé a negar, pero él asintió.
Estaba pensando en negarme cuando de pronto un mareo me golpeó con fuerza y me hizo sentir muy débil. El mundo parpadeó y se oscureció por un segundo, pero luego volvió a la normalidad.
—¡Levántala, amor!—escuché decir a Dani y luego Alex me tomó en brazos, levantándome y corriendo conmigo hacia el exterior.
Nos dirigimos hacia su Jeep... Pero de pronto una figura salió de detrás de él.
Era justamente la única persona que creía que no volvería a ver jamás en mi vida.
Su presencia me golpeó con la fuerza de mil ladrillos y, como la reverenda ilusa que era, rogué al cielo que él solo fuera un resultado de mi imaginación.
Pero no. Por supuesto que no lo era.
Era muy real ese hombre pelinegro, alto, musculoso y de ojos grises llamativos que estaba frente a mis ojos.
Él había sido el amor de mi vida en el pasado, y también era el papá de mi bebé.
Cam.
Dios, cuánto lo extrañaba.
¿Había regresado por nosotros?
Sabía que se merecía llorar lágrimas de sangre por nosotros, pero aun así no podía evitar sentir un deseo visceral de sentirme rodeada por sus brazos y besada por sus labios.