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- C A M -
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~ Presente ~
—Recuérdame despedir tu trasero pomposo cuando regrese a la oficina—farfullé en cuanto atravesé la puerta de entrada del edificio. De la nada un montón de serpentinas de colores aparecieron frente a mi y yo resoplé, evitando que se me pegaran al rostro.
Caían desde el techo, porque por supuesto, habían colgado serpentinas para que cayeran desde arriba.
Observé a las demás personas y suspiré, porque claro, las serpentinas golpeaban mi cara pero no la de las personas con altura promedio.
Hice una mueca de incomodidad.
Apenas estaba llegando y ya había comenzado a arrepentirme.
—Reconozca que es una gran idea. Usted necesitaba una oportunidad para interactuar con el Sr. Alex Dryden y yo, gracias a mi increíble intelecto, se la conseguí. Incluso, lo encontrará de buen humor, porque dicen que el hombre siempre anda de buen humor cuando las cosas se tratan de sus hijos—aseguró Alvin con su actitud pomposa, haciéndome apretar los dientes.
—Más vale que estés en lo cierto. Si ese hombre se enoja al verme aquí, pagarás con creces tu idea descabellada—murmuré entre dientes y colgué sin darle tiempo de responder.
De la nada una mujer vestida con más colores que el pantone apareció frente a mi.
—¡Bienvenido!—exclamó sonriendo al tiempo que las caricaturas de foami de su cintillo se movieron en distintas direcciones, como si estuviesen saludándome—¿Quién es su pequeño?
Su voz cantarina me tomó un poco por sorpresa aunque en realidad combinaba a la perfección con su estilo.
—¿Mi pequeño?—repetí confundido.
Ella asintió emocionada y barrió mi rostro con una mirada de curiosidad.
—Si, juraría que su rostro me suena de algo, ¿de casualidad busca a David?—susurró pensativa y negó al instante—. Nah, con ese rostro juraría que tiene una niña, se ve como un padre consentidor—aseguró con actitud sabionda.
—Su suposición no podría distar más de mi realidad—solté con dureza al tiempo que algo en mi interior se tensó, como si estuviesen tirando de un hilo que estaba cocido en el fondo de mi pecho.
—¿Dis-culpe?—susurró la maestra sonando un poco insultada y movió su cabeza hacia un lado, haciendo que las caricaturas de su cintillo rebotaran de nuevo.
Hice una mueca.
—No tengo hijos—mascullé, llevando una mano a mi pecho y sintiéndome incómodo con sus preguntas imprudentes.
Ella parpadeó como si le costara procesar mis palabras.
—En fin, ¿Podría indicarme dónde se celebra el concurso de...—comencé a preguntar y revisé la información que Alvin me había enviado—¿Deletreo?—leí en la pantalla y contuve un bufido.
¡¿Deletreo?!
Por Dios. Esto tiene que ser una broma, me quejé interiormente.
—¡Oh, si! Está a punto de comenzar... Justo me dirijo hacia allá, ¡sígame!—indicó la mujer y la seguí por el pasillo principal, sorprendiéndome al ver tantos colores y diseños infantiles en las paredes y el techo.
Muchos niños la saludaron en el camino, así que rápidamente deduje que se trataba de una maestra muy querida por los estudiantes de la institución.
¿Y cómo no?, me dije con ironía mientras la veía sonreír con dulzura a todos.
La mujer no sólo parecía contenta de ser una piñata andante, sino que además rebosaba amor cada vez que un pequeño la saludaba.
Mientras la seguía, me dediqué a observar el espacio con curiosidad; todo era sorprendente, desde las decoraciones hasta los elementos de alta gama en cada salón.
Noté muchas pantallas interactivas y otro tipo de elementos electrónicos muy avanzados.
Me gustó y al instante pensé en Ella, la pequeña hija parlanchina de mi primo Elias.
No nos habíamos conocido en vivo y directo aun, pero sí que la había visto crecer a través de fotos y vídeos que me enviaba su padre.
Pensé en sugerirle el lugar a Elias, porque de seguro de que le gustaría lo mejor de lo mejor para su pequeña.
El jardín de infantes “Elites Kindergarten” parecía ser del mismo tamaño que mi alma mater... Pero ahí se acababan las similitudes porque ese lugar gigantesco estaba plagado de figuras geométricas, caricaturas, letras y colores. Vi trenes cargando letras en sus vagones y autos de carreras de distintos colores corriendo sobre las pistas dibujadas en las paredes.
También habían huellas de manitos por doquier y muchos árboles con fotos de niños en las puertas de algunos salones.
El lugar parecía tener cualquier tipo de decoración infantil existente en la tierra, aunque admitía que parecía acogedor de una forma elegante.
—Llegamos—anunció la maestra al tiempo que señaló una puerta grande corrediza—. Puede entrar por esta puerta, lo llevará directo al auditorio. Yo debo ir por la otra puerta, porque me esperan en el escenario.