╭══════ .• ✈ •. ══════╮
- C A M -
╰══════ .• ⌨ •. ══════╯
~ Presente ~
El nudo en mi garganta parecía estar compitiendo con el dolor lacerante en mi pecho para ver quién me mataba primero.
Muchas veces en la vida había escuchado que no se podía morir de tristeza, pero mentían. Todos y cada uno de ellos mentía porque yo definitivamente estaba muriéndome de adentro hacia afuera.
Mi dolor era como el canto de una sirena que llamaba a mis vicios.
Siseaba y silbaba a su alrededor, erizando mi vicio hasta revivir el impulso de pedir algo de alcohol.
No... Mucho menos ahora que las encontré.
No, no volveré a tomar en mi vida.
Seguí repitiendo las palabras como un mantra en mi cabeza hasta que se vieron interrumpidas por la llegada de alguien a la silla que estaba a mi lado.
—Un bar no es el mejor lugar para luchar contra un vicio, Veenstra—sermoneó una voz conocida y yo suspiré.
—¿Qué no has oído que a los enemigos se les enfrenta cara a cara?—respondí entre dientes y él rió.
—No, no me lo parece... Es más bien como jugar con la tentación—reflexionó el moreno rápidamente y yo giré mi cabeza hacia la izquierda, encarándolo.
Harrison Bouchier no era mi amigo en todo el sentido de la palabra, pero se había convertido en alguna clase de compañero de tragos en mis peores tiempos de soledad... Él y otro par de imbéciles de su misma calaña.
Había pasado de una reunión tácita para conseguir tragos a convertirse en alguna clase de club de idiotas a la que nunca le quisimos poner nombre, a pesar de los incontables intentos de Bouchier.
—Pues a mi sí, me gusta encontrármelos de frente y reírme en su cara—solté y levanté la copa rellena de jugo de naranja entre mis dedos.
—¿Jugo de naranja?—se burló, haciéndole una seña al barman para que se acercara.
—Cierra la boca—mascullé dándole un trago a mi jugo.
Sí, jugo.
Porque no hay manera de que me acerque a mis mujeres si sigo dejándome llevar por el alcohol.
El sabor ácido y ligeramente dulce golpeó mis papilas gustativas de forma grata.
Saboreé y tragué, dispuesto a tomar hasta hartarme del bendito jugo.
—Oye, no te enojes. Te reconozco el esfuerzo—aseguró y posó su mano en mi hombro, apretando amigablemente. Luego miró hacia los lados y regresó su atención a mi frunciendo el ceño—. ¿Por qué no han llegado los demás?
—¿Los citaste?—pregunté distraídamente y él negó al instante.
—No, ¿por qué lo haría?
—¿Y entonces por qué demonios los esperas?—repuse comenzando a irritarme. Bouchier era terriblemente irritante cuando se lo proponía.
—Porque es martes.
—¿Y?
—¡Oh, vamos, Cam! No finjas. Sabes que todos los martes tenemos reunión.
—¿Reunión? ¡Ni que fuéramos unos niños!—exclamé indignado y él rió.
—Pero bien que no te pierdes una reunión.
—Es porque me gusta venir al bar, Bouchier. No porque espere encontrarme con ustedes—mentí y él me miró con intensidad por un segundo, para luego desviar su mirada con enojo y tomar un trago largo de su vaso relleno de líquido ambarino.
—¡Grrr! Le pusiste un extra de odio líquido, ¿no, Barry?—escupió arrugando la expresión y sacándome una sonrisa—. Soy el único que valora nuestro pequeño grupo—se quejó finalmente, mirándome con resentimiento—. Todos ustedes, imbéciles, no valoran mi amistad... Yo siempre estoy para escucharlos, pero nunca nadie me escucha—reí por su enfurruñamiento y coloqué mi mano en su hombro, dándole un apretón amigable.
—¿Necesitas un hombro en el cual llorar?—me burlé un poco conmovido por sus palabras. Tenía razón, siempre estaba para nosotros.
Algo me decía que Harrison Bouchier llevaba una vida muy solitaria y por eso procuraba tanto nuestras reuniones.
¿Solitario como tú?, me soltó la voz de mi conciencia, recordándome que estaba peor que él.
—No. Lo que necesito es un par de oídos atentos, y luego un consejo porque me estoy partiendo la cabeza en busca de una respuesta y no la encuentro—admitió con pesar.
Sus palabras me sorprendieron, pues no todos los días se veía al propietario de una empresa de seguridad superado por un problema.
—¿Qué sucede?—susurré acercándome un poco más a él, sin saber de qué otra forma ofrecerle confianza.
—Mi mujer.
—¿Tu mujer...?—repetí sin entender. Siempre había asumido que estaba soltero, porque nunca mencionaba nada sobre tener una familia.
—Sí... Quiero decir, no, es mi ex... Oh, bueno, mejor dicho mi “novia de la juventud”—balbuceó haciendo énfasis en la última palabra.
—¿Y qué pasa con ella?