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- A M Y -
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❀~ Presente ~❀
—No puedes vivir escondiéndote, Ams. Tampoco escondiéndola de él—se quejó Aaron a través del teléfono y yo temblé, dándome cuenta de cuánto había extrañado su voz.
Teníamos más de cinco minutos al teléfono, sin embargo, me parecía que no habíamos hablado nada aun.
Esas benditas llamadas eran lo único que tenía de mi hermano en esos momentos y aun así se me hacían tan cortas y superficiales que ni siquiera lo podía explicar.
No se lo decía, pero ninguna llamada llenaría el vacío que sentía desde que no podía abrazarlo.
—Él dijo que me escuchó. Dijo que escuchó lo que le dije a McFarland—murmuré por lo bajo, asegurándome de echarle un vistazo a Camille que estaba pintando flores sobre su cuadernito en la mesa decorativa de nuestra pequeña sala.
En el pasado esa sala había sido solo un sueño, pero gracias a Dios en ese momento era parte de nuestra realidad.
—Otro punto a mi favor. Cam Veenstra nunca fue un imbécil como mis ex amigos, siempre fue demasiado amargado, pero definitivamente un hombre serio y respetuoso... Además, Camille merece que le permitas conocerlo.
—No quiero que le rompa el corazón—refuté rápidamente, no queriendo escuchar más argumentos a favor de Cam que me hiciesen dudar de mis decisiones.
—¿A ella o estás hablando de ti misma, hermana?
—Aaron.
—Escúchame, Ams. Ni siquiera sé cuándo demonios podré salir de aquí.
—Aaron...—susurré con voz temblorosa.
—No, escúchame. Camille merece conocerlo, vivir la experiencia de tener un padre y juzgar por sí misma si quiere mantenerlo en su vida. Es un derecho que tiene desde su nacimiento, un derecho que le diste al hacer que Cam fuera su padre... No puedes quitárselo ahora. Sonaba realmente sorprendido de tener una hija, según me contaste.
—Intenté decirle de la bebé cuando estaba embarazada, dijo que no era suya y ahora no tiene derecho a regresar reclamando nada—mascullé decidida a mantener mi posición.
—No, estás equivocada. Eso habría sido acertado si él no hubiese escuchado lo que le dijiste a McFarland... Pero ahora que sabes que escuchó, deberías pensar en cómo se ven las cosas desde su punto de vista. Piénsalo, Ams... Incluso yo mismo habría dudado de que el bebé fuera mío si, antes de saber del embarazo, escucho a mi novia decirle a otro tipo que solo fui un juego, parte de un plan que armó mi padre... Que ya de por sí no tiene buena fama, encima—terció entre dientes y yo suspiré.
—Entonces estás de su lado—acusé enojada, sintiéndome profundamente herida de que tomara esa posición.
—Estoy del lado de Camille. Punto.
—Pero, ¿cómo hago con todo esto que siento de solo pensar en él, y en la forma que reconoció a la niña? ¿Cómo demonios esperas que le permita acercarse, si cada vez que lo veo recuerdo que nos dejó solas, que nos rechazó cuando más lo necesitábamos?
—Si fuera yo el que estuviera en esa situación, te aseguro que me estaría carcomiendo la culpa de no haber estado en la vida de mi hija por tanto tiempo... Piénsalo, si hubieses sido tu, ¿te gustaría que te negaran la oportunidad de acercarte a Camille? Sólo mírala, Ams... Cami inspira amor y ternura a quién sea que la vea, ¿cómo crees que se debe sentir su papá después de confirmar que es idéntica a él, que se perdió del nacimiento y crecimiento de ese ser tan hermoso que engendró?... No cometas el error de alejarla de su papá de nuevo. No le hagas eso a mi sobrina porque te juro que ella no será la única enojada contigo—sermoneó mi hermano y yo le di otra mirada a Camille, asegurándome que estuviese aun entretenida para luego girarme de espaldas a ella y dejar salir el llanto.
—Es que no puedo—sollocé con voz rota y Aaron suspiró con fuerza, como si estuviese rindiéndose conmigo.
—Quedan sólo cinco minutos, hermana... Pásame a mis ojitos para saludarla y no olvides pensar en lo que te dije. Te amo, Amy Murphy. Estoy orgulloso de ti y cuento los días para volver a abrazarte—se despidió rápidamente para luego hablar con Camille.
Le entregué el teléfono a mi hija después de limpiarme el rostro, aunque el corazón se me estrujó en cuanto la escuché saludarlo.
—¡Oda, tío! ¿Tas mien?—soltó rápidamente, usando su lengua de trapo para repetir la frase que yo solía usar cuando contestaba.
—Hola, mis ojitos hermosos, ¿cómo está la nena más preciosa del mundo?—saludó mi hermano por el altavoz y yo sentí cómo se me estrujaba el corazón dentro del pecho al verla apretar el teléfono entre sus manitas en un gesto de emoción.
—¡Tío, amo ucho! ¡Estaño ucho!—chilló enternecida a pesar de que no se habían visto más que por fotos.
—Yo también te extraño, mi princesa... ¿Has comido bien? ¿Te portas bien con mami?—preguntó, aunque él sabía muy bien que ella era la pequeña más obediente y considerada del planeta.
Dios me había bendecido con la mejor hija que existía.
—¡Shí, omo toro y poto mien!
—Qué bueno, me contenta mucho escuchar eso... No puedo esperar a verte y abrazarte, mis ojitos. Pronto, pronto, tío estará contigo.