Sin querer venir, aquí estoy, en la glamourosa fiesta de cumpleaños de mi hermana.
Por más que le insistí a Elena en que viniera conmigo, no pude convencerla, y es que odia a Lara. Siempre ha sabido de nuestra mala relación, y lo último que pasó con ella fue el detonante para que Elena estuviera a punto de lanzarse a su yugular, literalmente.
Estoy rodeada de mucha gente que no conozco, exceptuando a algunas amigas superficiales de mi hermana. Ella aún no ha hecho acto de presencia, y es que le gusta hacer una entrada triunfal cuando ya están todos los asistentes. Siempre lo hace de ese modo para asegurarse de que es la protagonista absoluta.
Toda la sala está decorada como si estuviéramos realmente dentro de uno de los palacios de los Lannister, incluyendo el famoso trono. Empieza a escucharse en la sala el tema principal de la serie. Y, como me temía, ahí está ella, apareciendo entre niebla artificial. Y también, como no podía ser de otra forma, disfrazada de Daenerys Targaryen, madre de dragones, la indiscutible protagonista de Juego de Tronos. La acompaña el que supongo que será Jon Nieve. Y me hace gracia, porque tiene cierto parecido. Me sorprende y a la vez me alegra que no sea Giuseppe quien comparta protagonismo con ella. Estoy segura de que lo habrá intentado de todas las formas posibles. Él no ha venido, y tengo que ser honesta conmigo misma y reconocer que, si estoy aquí, es única y exclusivamente por verlo a él. Así que me siento un poco decepcionada.
Tras los aplausos a mi alrededor por la puesta en escena de la fascinante entrada de mi hermana, decido ir a buscar algo de beber. La gente empieza a dispersarse mientras los camareros se esmeran en ir repartiendo bandejas de comida para los invitados. Ya suena música de actualidad para bailar, y está claro que Rosalía no podía faltar, junto con su Malamente.
Noto cómo me miran con admiración, y es que mi disfraz es el único que da color a esta fiesta. Llevo un vestido rojo largo, ceñido hasta la cintura, con escote de pico y a juego con un foulard con el que cubro mi cabeza. Soy Melissandre, la sacerdotisa roja. Es la primera vez que no me avergüenzo de mi aspecto en una de las fiestas de Lara.
Al coger mi copa y girarme, me topo con un muro. Casi vierto el margarita que acabo de pedir. Subo la mirada, algo molesta, y no es otro que Giuseppe, dedicándome una de sus mejores sonrisas. No habla, simplemente me mira, así que le digo algo nerviosa:
—Pensaba que no ibas a venir.
—¿Y perderme la fiesta del año? —dice, algo irónico. Eso hace que me ría. Pero su intensa mirada detiene mi carcajada de golpe—. Estás bellissima, Georgina.
—Gracias. Tú también.
Decir que va guapo es quedarme corta. Lleva una túnica larga y cruzada de color ocre, atada por un cinturón marrón. Su cuerpo y altura lo hacen parecer un tremendo Oberyn Martell. Sin dejar de merecer al actor que lo interpreta, Giuseppe está mucho más bueno.
Espero junto a él mientras se pide algo de beber, y yo, con los nervios, acabo de un trago con mi copa, así que vuelvo a pedirme otro margarita. Nos vamos a un rincón donde la música no se escucha demasiado fuerte para poder hablar.
—Antes de nada, necesito aclararte algo. El día que te conocí, cometí el error de decir algo que no sentía.
—Da igual, Giuseppe.
—Por supuesto que no da igual. Cuando dije lo de perroflauta, fue simplemente para quitarme de encima a Filippo. Vio en mi cara algo que era verdad, pero no quise confirmárselo.
—¿El que?
—Eso no voy a decírtelo, signorina.
Levanta su copa para chocarla suavemente con la mía, acompañando el gesto con una tremenda sonrisa. Seguimos hablando de una manera informal y me doy cuenta de que tiene un gran sentido del humor. Eso me gusta, me hace reír, y noto en sus ojos que está a gusto.
En uno de esos momentos que paramos de hablar y solo nos contemplamos, giro mi mirada hacia la pista de baile y observo que las luces han bajado su intensidad. Ahora suena la bonita canción de Luis Fonsi, Sola, una preciosa y romántica balada.
—Baila conmigo —me propone a la vez que coge mi mano y me sonríe.
Asiento y camino junto a él hasta situarnos con el resto de la gente. Lo tengo frente a mí, mirándome fijamente a los ojos. Levanta los brazos para desplazar hacia atrás el foulard que cubre mi cabeza.
—Así mejor.
Me rodea la cintura mientras coge mi mano y yo me dejo llevar. Al acercarme, aspiro su aroma, un olor tan apasionante como él. Sin querer, suelto un pequeño suspiro de satisfacción. ¡Dios! Espero que no me haya escuchado. Pensando en esto me pongo de todos los colores. Pero es tarde. Se aparta y me pregunta, entornando los ojos:
—¿Todo bien?
—Sí —le respondo algo nerviosa, girando la cara.
De repente, me acerca hasta pegarme a él y, aproximando su boca a mi oído, me dice en un susurro:
—Tú también hueles muy bien.
Mi respuesta no es otra que reírme, reacción que le certifica que ha acertado de pleno, y eso lo hace reír a él también.
Mientras bailamos lentamente, no hablamos. Parece que nuestros cuerpos pegados se entienden a la perfección. Al terminar la canción, escuchamos el inicio de Mujer Bruja, de Lola Índigo y la Mala Rodríguez. Nos miramos a los ojos unos segundos, y sé qué va a pasar.