Mia dolce Gina

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En la mañana del sábado, me dirijo a las oficinas para reunirme con mi padre. Al llegar, lo veo hablando por el móvil. En cuanto me ve, cuelga apresurado. Lo miro suspicaz y él se limita a venir hasta mí y darme un abrazo. Tras hacerle una breve exposición de las impresiones y de lo bien gestionada que está la empresa de Giuseppe, mira el reloj algo intranquilo.

—Papá, ¿te ocurre algo?

Sonríe y me responde:

—He quedado... con alguien especial.

Abro la boca, sorprendida, y empiezo a dar palmaditas. Desde el divorcio de mis padres, nunca he conocido a alguien que hiciera que mi padre tuviera ese brillo en los ojos como el que estoy viendo ahora.

—¡Pero, bueno! ¿Quién es? ¿La conozco? ¿Y desde cuándo? ¿Por qué no me la has presentado?

La carcajada de mi padre hace que retumbe todo el despacho.

—Hija, todo a su tiempo. Por ahora, solo puedo decirte que estoy muy ilusionado.

—Papá, me alegro mucho. Bueno —comienzo a despedirme, levantándome—, no quiero entretenerte más. Como ves, todo va como esperábamos en la empresa de Giuseppe, así que me voy.

Al llegar a casa, cruzo un par de wasaps con Elena, que ahora mismo está en Mallorca con Hugo y varias personas más. Están manifestándose en contra de las corridas de toros, así que aprovecharé este fin de semana para estar todo lo relajada que pueda, y qué mejor que con un buen libro de mi escritora preferida. Entre líneas, se cuela en mi mente alguna imagen de Giuseppe y tengo que releer el mismo párrafo, porque, sin querer, pierdo el hilo de lo que estoy leyendo. Durante estos últimos días se ha comportado conmigo como le pedí: ha estado distante pero solo en lo personal, y trabajando ha sido eficaz y rápido solucionando todo lo que le he encomendado.

No ha vuelto a mirarme de esa forma en la que lo hacía, que parecía desnudarme con la mirada. Y siento tener que reconocer esto, pero echo de menos sus atenciones y su forma de tontear continuamente. Al menos se le veía más relajado, siendo más él.

 

 

De vuelta a Italia, ya voy camino de las oficinas en el coche con Filippo y estoy que me duermo por las esquinas. Esta noche apenas he dormido dos horas, y es que viajar... No, ha sido culpa del moreno de ojos negros. La expectación y las ganas de verlo han hecho que no concilie el sueño. Pero esto no puede salir de lo más profundo de mi interior. Él no debe notar el más mínimo indicio de mis sentimientos, o estaré perdida.

Al llegar al despacho, está vacío. Por lo que veo, no ha llegado aún, y me extraña. Le pregunto a Giovanna y, segundos después, suena mi teléfono. Es él.

—Hola.

Ciao, Georgina.

Por su tono de voz, deduzco que no se alegra lo mismo que yo de escucharlo.

—Estoy en Lucca. Te he dejado un informe sobre la mesa. Llegaré por la tarde.

—Ah —es lo único que se me ocurre decir.

Tras un breve silencio, y como no digo nada más, él me pregunta:

Tutto bene?

—Oh, sí, sí. Nos vemos luego. Adiós.

Tras colgar, noto que estoy acelerada. Me he puesto nerviosa solo con escucharlo. ¡Por Dios! ¡¿Qué me pasa?! Intento concentrarme, y al final lo consigo.

Después de un largo tiempo, no soy consciente de la hora que es hasta que veo aparecer a Giuseppe. Mi corazón, que es un puto traidor, va a un ritmo frenético. Se acerca y me levanto por inercia. Va guapísimo, con un traje azul oscuro. Pero ¿cuántos trajes tendrá en color azul con tonalidades diferentes? Pues todos los que quiera. Y, por lo que veo, todos le quedan igual de bien. Lleva los dos primeros botones de la camisa desabrochados y una sonrisa arrebatadora. Me da dos besos y se sienta frente a mí.

—Perdona por no haberte avisado, pero era un tema personal que tenía que solucionar.

—No pasa nada.

A partir de aquí, me doy cuenta de que su forma de tratarme continúa tal y como la dejó: correcta hasta el infinito.

—Vámonos —me dice de pronto.

—¿Adónde?

—Aún no te he presentado a mis hermanos ni has visitado ninguna de nuestras bodegas.

Vamos de nuevo en su coche. Tardamos unos quince minutos en llegar a lo que parece una gran casa rústica. Es de piedra blanca, y aunque se ve de construcción antigua, es espectacular. Tiene el encanto propio de la Toscana.

Caminamos hasta la entrada, custodiados por setos bajos que rodean un césped de un llamativo verde. Justo al pasar la puerta, veo lo que sería la recepción de cualquier hotel, excepto por la gran cantidad de imágenes que cuelgan de las paredes, todas ellas de viñas, bodegas y vinos. Continuamos a lo largo de un gran pasillo iluminado gracias a las ventanas que hay a nuestra derecha, que dan al jardín por donde hemos entrado. Me llama mucho la atención el suelo. Es de piedra granate, y tan liso que parece que nos deslizamos en vez de andar.

Llegamos a una gran sala donde hay unas cuantas mesas divididas en dos zonas y varias personas trabajando. En ese momento, se levanta un hombre de aspecto muy parecido a Giuseppe, pero con el cabello algo más largo y de ojos castaños. Primero me mira y sonríe, y después saluda a Giuseppe.




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