Mia Rouse
Siempre pensé que cada persona tenía una historia que contar, porque cada uno de nosotros esconde algo, puede ser algo simple o, como yo, algo mucho más complicado. Igualmente, nunca creí que yo necesitaría contar mi propia historia...
Era de madrugada cuando salimos de nuestra casa para dirigirnos al aeropuerto de Rusia. Otra vez nos teníamos que mudar, siempre era lo mismo, con cada problema que yo causaba eso conllevaba a una nueva casa, y no precisamente en otro vecindario, ni mucho menos a otra ciudad, mis padres directamente decidían que nos mudaríamos a otro país.
Nunca tuve amigos hasta que hace un año llegamos a Rusia y allí fue en donde conocí a Abby, una chica que al descubrir mi secreto no salió huyendo como las anteriores conocidas que tuve. Ella no trató de huir ni de acusarme, simplemente sonrió y me había dicho que todo iba a estar bien al descubrirme en mi estado anormal.
Mi cabello ardía en llamas en ese momento, mis ojos tenían un color similar al fuego y de ellos no dejaban de salir lágrimas de furia. Ardía de impotencia, me encontraba tan molesta en aquel momento, pero principalmente molesta conmigo misma. Ya que lo que había desencadenado esto había sido las palabras ofensivas de una compañera de clases. Me odiaba por haber caído en su juego y por no haber podido controlarme.
No quería cambiar delante de mis compañeros, me desesperé cuando reconocí la aproximación mi erupción y no esperé demasiado para emprender la huida hacia una zona que creía segura: el baño. Quise calmar esa sensación, «no sientas, no sientas» me lo había dicho con calma, pero de pronto mi mente ya estaba siendo atacada por gritos, el odio y la furia hicieron una perfecta combinación consiguiendo tomarme.
Me entregué a esa emoción, ya me era inevitable frenarlo. Terminé por aproximarme al espejo y detallé las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas. Y entonces mi cabello empezó a consumirse por el fuego, el color de mis ojos parecían dos bolas de fuego queriendo acabarlo todo, porque incluso mi mirada se tornaba diferente, me veía peligrosa. Pero yo me sentía todo lo contrario. No quise mirarme, y no lo hice, solo regresé la vista al frente cuando un sonido captó mi atención. Y fue demasiado tarde, no pude ocultarme porque ella me vio, ella me descubrió.
Nos miramos, ambas expresando emociones parecidas.
Pensé que gritaría, que huiría y le diría a todo el mundo lo que acababa de ver, pero me había equivocado. En vez de hacer eso, ella, después de cerrar la puerta, se me había acercado a la vez que yo retrocedía con temor, sé que la cosa tendría que haber sido al revés, pero yo en ese momento sentía miedo. No quería que me considerarán extraña, aunque yo ya sabía que lo era, pero no quería que los demás me dijeran mi verdad.
—Todo va a estar bien —me había dicho ella, con una voz bastante calmada para ser real—. No temas, no le voy a decir a nadie. Solo quiero ayudarte.
Después de darme cuenta de que sus intenciones eran buenas, le permití hacerlo, traté de calmarme y lo conseguí, mi cabello regresó a la normalidad, como si nada hubiera pasado porque el fuego que tenía solo era una ilusión, aunque si yo quisiera eso podría ser de verdad.
Ese poder no lo supe hasta que tuve doce años, antes no sabía que podía controlarlo, solo podía evitar que sea de verdad y mantenerlo como una ilusión si lo pensaba rápido, pero nada más. Cada vez que me enfadaba no podía evitar que mi cabello no ardiera en llamas, pero si podía lograr que no activara la alarma contra incendios haciéndolo solamente una fantasía.
Abby se había sorprendido realmente al ver que mi ropa no se había quemado y que yo estaba perfectamente bien, sana; sin ninguna quemadura. Ella se había interesado realmente en lo que había visto, me prometió que no se lo diría a nadie, y le creí.
Entonces le conté lo que solo mis padres conocían, y lo único que interpreté en su expresión fue asombro e interés. Ella no consideró una anomalía lo que tenía, más bien, lo definió como algo difícil de comprender y absolutamente maravilloso. Desde ese día no volví a estar ni sentirme sola, nos volvimos muy buenas amigas.
Cada vez que alguien se burlaba de mí llamándome «la solitaria sin amigos» ella siempre me defendía diciendo que ella era mi amiga y que no necesitaba a nadie más. Y era verdad, con ella era suficiente.
Todo iba bastante bien hasta que un día ella no asistió a clases, yo tuve que ir obligadamente solo porque tenía un examen importante. Casi a la hora de salida, el profesor de matemáticas había salido del aula dejándonos sin supervisión. Yo estaba bien sola en mi rincón del salón hasta que unas chicas se acercaron a mí y empezaron a atacarme verbalmente. Traté de no prestarles atención, como lo había hecho siempre, pero sus insultos cada vez subían más de nivel, consiguiendo un poco de efecto en mí.
Y lograron cruzar mi límite cuando empezaron a insultar a mi amiga diciendo como ella podía ser tan estúpida como para ser mi amiga, cambiarlas a ellas por mí, una niña tonta y sin gracia. Abby era mi única amiga y yo solo quise defenderla, como ella en tantas ocasiones lo había hecho por mí. Pero en vez de que esas chicas se callaran, o por lo menos bajaran el tono de su voz, lo aumentaron, con cada insulto que me decían a mí y a mi amiga, una intensa llama se avivaba en mi interior.
Yo empujé a una de ellas para huir de ahí porque ya sabía lo que se avecinaba. Pero no me dejaron ir, en vez de eso una de ellas me había sujetado por el brazo, impidiendo mi huida. Todas ellas, que eran cuatro en total, me acorralaron mientras que una de ellas no paraba de hablar, burlarse de mí. Me enfadé tanto antes sus palabras que, justo ahí, en el medio del salón, en presencia de todos mis compañeros, mi cabello empezó a arder en llamas, no pude controlarlo, no tuve tiempo para por lo menos respirar profundamente y pensar en hacerlo solamente una ilusión.
#1281 en Fantasía
#779 en Personajes sobrenaturales
organizaciones secretas, hombres lobo mates y vampiros, romance y sexo
Editado: 12.07.2021