El día siguiente, durante todo el día, estuve esperando a que llegarán Abby y sus padres, ya que tanto ella como yo éramos hijas únicas.
El día me la pasé viendo la televisión, vi películas y programas del espectáculo para enterarme del chisme del momento en el estado de Pensilvania. También para volver a familiarizarme con el inglés, en mi familia (mis padres y yo) nos habíamos acostumbrado a hablar en el lenguaje del país en el que nos establecíamos para que no se nos resultase complicado el idioma a la hora de entablar conversación. Eso sucedía cuando estábamos los tres juntos porque cuando eso no sucedía y yo me encontraba a solas con mi padre hablábamos alemán.
Mi joven padre era un atractivo alemán de ojos negros, él no entraba en la categoría de ojos azules y rubios, los atributos que caracterizaban a los de ese país. Pese a que él era alemán, sus padres no, y de ahí venía nuestro apellido «Dufour». Él tenía unos asombrosos ojos negros, con el cabello de un corte clásico del mismo color, sus rasgos eran atractivos y rudos.
Por otro lado, con mi madre conversaba en inglés, ella era una hermosa estadounidense de ojos azules claros, rubia con el cuerpo esbelto y rostro de una modelo de revista. Por haber hecho eso con ella durante toda mi vida estaba tranquila y despreocupada, porque en el país donde estaba podía dominar perfectamente el idioma. No como en Rusia, estar y permanecer ahí había sido todo un reto para mí. Por eso mismo mis padres procuraban llevarme en países donde el idioma no se me complicase demasiado, idiomas que sabía.
Ahora que lo pienso, quizá recibía tanto desprecio de parte de mis antiguas compañeras a causa de mi acento. La gente es tan cruel.
A las cinco de la tarde salí de mi habitación, yendo rápidamente hacia el living para agarrar la tarjeta de acceso y salir de ahí rumbo a la primera planta, ya que mi madre me había mandado un mensaje avisándome de que ya estaban a punto de llegar.
Llegué fuera del edificio y empecé a mirar hacia la calle en busca de la camioneta de mi padre.
Al visualizarlo a unos pocos metros de distancia me alegré bastante, me acerqué hacia la calle con pasos apresurados al mismo tiempo que la camioneta se detenía en la orilla. Mi amiga fue la primera en salir del vehículo, por el lado de la acera, ajustó la colita de su cabello castaño, que al parecer se había aflojado, mientras recorría con la vista oculta por los lentes de sol, su alrededor. No pasó mucho tiempo para que diera conmigo, sus comisuras se curvaron en una sonrisa, dejando entrever sus dientes relucientes. Justo por debajo de su comisura derecha un pequeño lunar se vislumbraba, uno casi igual a la que estaba ubicado sobre su ceja izquierda, justo al final, solo que este se distinguía mejor.
—¡Abby! —exclamé, entusiasmada cuando estuvimos casi frente a frente.
—¡Rosy! —Dijo con la misma nota de emoción que yo—, no te escaparas de mí tan fácilmente —advirtió, divertida, mientras me rodeaba con sus delgados brazos.
Ella era un poco más alta que yo, era de contextura delgada y delicada mientras que mi forma era más voluptuosa, no tenía el cuerpo curvilíneo que todas quisieran, no, apenas tenía 17 años. Pero quizás en un futuro obtuviese el físico perfecto de mi madre, claro, si me esforzaba en mis entrenamientos y dejaba de comer nutella… un poco. Abby tenía 16 años, así que a ambas aún nos faltaba desarrollarnos por completo.
—Te extrañé —pronuncié en un susurro, correspondiendo su gesto cariñoso. No la había visto en más de veinticuatro horas, y sí que eché de menos a mi mejor amiga. A pesar de no conocernos de años, ambas nos apreciábamos como si así fuera.
—No sé qué harías tú sin mí —dijo con una leve risa apartando los lentes oscuros de sus ojos, revelando el brillo verde de estos—, yo también—añadió finalmente. Nos separamos del abrazo y miramos a nuestros padres sacar algunas cosas de la camioneta.
—Me tenías muy preocupada, Rouse —fijé la vista en ella al escucharla hablarme nuevamente.
—¿Por qué? —pregunté, un poco confundida, al verla levantar una ceja entendí a qué se refería—. Ya está, y estoy bien...
—Mejor hablamos luego. Tengo algo que contarte —suspiró, ahora fui yo la que intentó levantar una ceja, se rio al ver mi intento de imitarla, finalmente levanté ambas cejas—. Vamos, puedes esperar un rato. Ayúdame a llevar mis maletas, compañera de “departamento”—no me dejó decir nada más porque me tomó de la mano y me jaló de ahí, llevándome consigo hasta la camioneta de mi padre.
Saludé a sus padres con un leve abrazo antes de que Abby me diera una de sus ¿4 o 5? maletas. Yo apenas había traído una con lo necesario.
—Solo estaremos aquí una semana. No hace falta que desempaques todo —Le sugerí al notar como ella vaciaba su tercera maleta sobre la cama.
Íbamos a compartir habitación, la suite contaba con todas las recamaras necesarias. Mi padre se había encargado de registrar a la familia Smirnov en el hotel apenas hizo lo mismo con nosotros.
—Ya sabes que a mí me gusta el orden —comentó, buscando algo en el montón de ropa esparcida—. Si dejo todo, o la mayoría de mi ropa dentro de esa maleta van a tener olor, así que ven y ayúdame.
Al entender que tenía razón me acerqué hasta quedar cerca de la cama.
«Ahora yo también voy a tener que desempacar todo» pensé.
La verdad es que yo no era muy ordenada, me gustaba ver el orden pero a mí no me gustaba arreglar mis desastres.
Eso me hacía muy diferente a ella, yo prefería dejar un rato mi taza, de alguna bebida, vacía a un lado de mi cama mientras terminaba de ver una peli o serie mientras que ella se levantaba y se lo llevaba a fregar: el orden. Y cabe destacar que mí “un rato” se podía extender bastante.
Mi madre dijo que heredé de mi padre el vicio de dejarlo todo por ahí y ser tan desastrosa en ese ámbito.
—¿Cómo es que te recuperaste tan rápido? —Le pregunté después de unos segundos.
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Editado: 12.07.2021