Mia | Híbridos Rebeldes 1

4. Mía

Nadie más habló en todo el camino, yo solamente miraba por la ventanilla de la camioneta con la vista fija en los árboles que pasábamos, realmente tenía la miraba perdida. Mi mente se encontraba queriendo entender, comprender todo lo que había pasado, ponerle lógica, pero por más que pensaba y pensaba no podía. Nada tenía sentido.

Al mirar a Abby supuse que estaba haciendo lo mismo. Solo que ella de vez en cuando miraba por mi lado, porque el chico no apartaba sus ojos de su persona. Por supuesto, era incómodo.

Con el costado de la frente apoyada en el vidrio de la ventana, dejé escapar un suspiro. En ese momento sentí como alguien tocaba la mano que mantenía en mi rodilla, giré el rostro y miré a Abby.

—Todo va a estar bien —Me aseguró en un susurro. No le contesté, solo le sonreí agradecida. Ahora mismo necesitamos el apoyo de la otra más que nunca.

Minutos más tarde la camioneta ingresó en un lugar poblado, se empezaron a ver casas y locales abiertos. Observé a personas caminar por el que supuse era el centro, por los negocios y tiendas que había.

Miré como dejamos atrás la urbanización para volver a meternos en una carretera recta, rodeada de bosque.

—¿Crees que nosotros teníamos que venir aquí? —Me preguntó Abby, mirando por la misma ventanilla que yo.

—No lo sé —Le respondí sin girar a verla—, puede ser—añadí al considerar esa opción.

No me contestó porque los arboles comenzaron a despejarse dejando ver algunas casas. Estás se encontraban aisladas, más privadas.

—Son preciosas —expresó mi amiga al ver lo grande y hermosa que eran las mansiones, completamente de ensueño. Yo también me sorprendí. No podía creer que personas vivieran tan lejos de la ciudad en casas así, debían de ser extremadamente ricos para tener una vivienda en este lugar.

—Si te gustaron esas, entonces te va a encantar la nuestra —le habló el chico.

—¿Nuestra? —escuché preguntar a Abby.

—Claro, nuestra, todo lo mío desde hoy te pertenece.

—No somos esposos como para que me estés diciendo todo esto —contestó ella.

—Por ahora —le aclaró él, tranquilo, transformando ese rostro serio en uno más pacífico.

No sabía si escuchar hablarlos así y sentirme sobrada era mejor que ver a tu amiga besarse con su novio, o con alguien en tu presencia. Resultaba tipo: ¿Dónde me meto?

Sí, me había pasado.

El vehículo giró hacia la izquierda y de ahí no tardamos mucho en llegar frente a una casa, qué digo, una enorme casa. Por el parabrisas observé el gran portón de color negro, era alto y en sus puntas había hierros puntiagudos, a sus costados había grandes y altos muros que protegían y escondían parte de la casa, pero si se lograba ver parte de su estructura.

La camioneta se detuvo frente al portón durante un corto tiempo porque de repente el portón se abrió de forma automática, permitiéndonos el ingreso al interior de la propiedad.

La camioneta aparcó y nadie habló, nadie se movió ni pronunció una palabra por unos largos segundos.

—Bueno, hemos llegado, señoritas —nos avisó el chico usando una nota de voz muy casual, pero su informe había ocasionado que la tensión se apoderase del ambiente.

Él se bajó de la camioneta y esperó en la puerta para que Abby hiciera lo mismo, ella negó y me miró, se veía temerosa pero intentaba disimularlo. Estábamos completamente atrapadas, no podíamos hacer más que obedecer hasta conocer qué es lo que verdaderamente quería nuestro captor.

Mi puerta fue abierta por el chofer, asentí en dirección a mi amiga y bajamos al mismo tiempo.

La brisa fresca traía consigo un aroma a bosque, relajante. Esta golpeó mi cara, provocando que mechones rebeldes de mi cabello se interpusieran en mi vista, los aparté para observar a mi alrededor.

El sonido de los autos que nos seguían estacionarse a unos pocos metros de nosotros, me hizo observar la enorme entrada siendo totalmente cerrada, ver aquello me hizo tragar saliva, dejándome entender que ahora sí estábamos oficialmente sin salida.

Ellos habían detenido a mis padres.

¿Le habrán hecho algo?

Giré hacia Abby cuando sentí que ella enlazaba su brazo con el mío.

Nos miramos y nos preguntamos un ¿Y ahora qué? con la mirada. No nos dijimos nada, vimos hacia el chico en busca de respuestas, y ahora que lo tenía de frente, de pie y con aspecto menos bestia y con el entorno mucho más calmado, pude darme cuenta de lo alto que era, definitivamente alcanzaba, si no es que pasaba, el 1.90 metros.

Mi amiga y yo nos veíamos como dos minions a su lado.

—Entremos —habló él, realizando un gesto con la cabeza que indicaba un claro mensaje: síganme antes de ponerse en marcha hacia la entrada de la mansión.

Con pasos demasiados lentos, lo seguimos.

Levanté el rostro y pude apreciar que la casa era demasiado grande y hermosa. Giré el rostro para observar más y vi a unos cuantos hombres, guardias, custodiando. Achiqué los ojos y pensé en que quizá este chico era un Mafioso, pero luego recordé que este no era su casa sino que la de un amigo. Entonces, su amigo era el Mafioso, porque, por lo que yo tenía entendido, solo ellos podían tener tanta seguridad, en donde mirase había personas vigilando.

Antes de que él tocara la puerta, alguien la abrió.

Una chica rubia nos sonrió a todos.

—¡Llegaste! —Exclamó, entusiasta—. Ah, y como siempre trayendo invitadas —reprochó cuando su vista dejó la del chico para vernos, se cruzó de brazos en el umbral de la puerta y enarcó una ceja en espera de una explicación.

—Hey —el chico protestó, un poco avergonzado. No pude evitar notar como Abby lo miraba de manera inquisitiva, había cierta molestia en su expresión—. Esta vez es diferente, esta vez vengo con la indicada —pronunció orgulloso, volteándose a vernos. Entonces la rubia también cambió la dirección de su mirada, hacia nosotras.




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