Mia | Híbridos Rebeldes 1

11. El lobo feroz

Mia

Yo pertenecía a ese porcentaje de personas que soñaba muy pocas veces para no decir nunca, y cuando lo hacía se sentía tan malditamente real.

Así que ahí estaba yo, en mi fantasía me encontraba de vuelta en la misma escena de la boutique, cuando Hareth y acortamos la distancia entre los dos.

Bésame, había dicho. Y en la realidad él había sonreído, no como en mi sueño, allí si me obedeció, me estaba obedeciendo porque su rostro se estaba aproximando demasiado hacia el mío.

Oh, Dios. Un remolino de emociones me inundó, la adrenalina se activó en mi sistema permitiéndome ser valiente. Y entonces apoyé una mano en el rostro de Hareth, nos miramos y luego cerré los ojos para recibir su beso.

Y entonces desperté, las ansias y las ganas de saber cómo se hubiese sentido nuestro contacto provocaron que me dieran ganas de gritar. El corazón me latía desbocado y mi respiración se encontraba pesada, me encontraba un poco enfadada por haber despertado tan repentinamente. Y todo había sido por culpa de un ruido, un estruendoso sonido.

Me apoyé en los codos y miré el reloj digital que mostraba las 05: 03 A.M.

Dirigí la vista hacia la zona donde había luz, la puerta del armario estaba entreabierta, tenía la luz encendida al igual que la del baño.

—¿Hareth? —lo llamé, dudosa. Me deslicé de la cama hasta sentarme en el borde de esta, me restregué los ojos y escondí un bostezo en la palma de mi mano.

—Aquí estoy —contestó, saliendo desde el interior del baño. Lo observé por un segundo y noté que estaba vestido con ropa deportiva—. Perdona por el ruido, se me cayó algo sin querer —dijo avanzando hasta detenerse justo por delante de mí. Su altura y su maravilloso atractivo me intimidaron, y lo que casi sucedió en mi sueño invadió mi mente haciendo que me fuese imposible no sentir vergüenza.

—No pasa nada —dije restándole importancia y apartando discretamente mi mirada de su rostro, ya no soportaba verlo porque la emoción que sentía estaba siendo demasiado evidente en mi rostro, sentía las mejillas demasiado caliente y él no decía nada al respecto.

—Igual te estaba por despertar —informó logrando que mi vista volviera a su rostro, inclinando la cabeza hacia atrás con un claro manifiesto de interés estampado en mi semblante.

—¿Por qué?

—¿Cómo habíamos quedado ayer?

—¿Ayer? —me puse a pensar y lo recordé: salir a correr—. Ay no, acabo de cambiar de parecer ¿te importaría ir solo? Creo que me quedaré haciendo lo mismo que Abby. Ah y tú con suerte puedes conseguir que Edward te acompañe.

—Yo te quiero a ti. Lo prometiste, Mia —reprochó, y me acordé haciéndolo justo antes de dormir. Él seguía negándose a ir en otra habitación o asignarme otra, así que ambos dormíamos en el mismo cuarto, él en el sofá por supuesto. Justo antes de que apagáramos las luces habíamos reiterado nuestro trato del día siguiente.

—Pero tu cama es muy cómoda —me defendí, echándome hacia atrás para volver a acomodarme en ella.

—No, no, no —dijo él al notar lo que hacía, apenas mi espalda tocó el fabuloso colchón yo sentí a él sosteniéndome por los brazos para levantarme.

—Hareth —me quejé con la voz adormilada—. Hareth... —volví a decirle, debilitándome por completo para que se le dificultase su trabajo que querer ponerme de pie.

—Tienes que hacer ejercicio, Mia. Vamos, no puedes...

—Yo hago ejercicio —lo interrumpí, echando la cabeza hacia atrás—, pero en la tarde, y sí puedo... —añadí.

—Si así lo prefieres —oí que dijo. Pensé que ya se iba a rendir conmigo, pero no. Ni siquiera pasó tres segundos cuando lo sentí tomarme de la cintura, igual no me levanté. Después sentí como ubicaba su mano detrás de mi cuello para poder levantarme.

—Hareth...

—¿Quieres que te cargue?

—Dormir —susurré, estirando mis brazos para colocarlos detrás de su espalda.

Deslicé una mano hasta su cuello, toqué su pelo levemente. Lo sentí cernirse sobre mí. Quería abrir los ojos para ver lo que iba a hacerme, pero la pereza me ganó y no los abrí.

—¿De verdad quieres hacer esto? —me preguntó, no sabía a qué se refería así que no dije nada. De un momento a otro sentí su respiración muy cerca de mí, su aliento fresco chocó contra mi cuello. Abrí los ojos al instante y allí me di cuenta que nos encontrábamos en una posición demasiado comprometedora.

Mis manos estaban sobre sus hombros, por lo cual él se encontraba arriba de mí, con las manos apoyadas en cada lado de mi cara. Su rostro estaba metido levemente entre mi hombro y cuello, su nariz rozaba en una caricia una parte de estos.

«Madre mía, Dios, no me desampares ahora mismo» rogué en mi fuero interno.

—¿Qué estás haciendo? —apenas pude pronunciar esas tres palabras, sentía como el aire empezaba a faltarme por lo sensual que me resultaba aquello. Mis piernas colgaban por el borde de la cama, empecé a flexionar una, pero Hareth fue más rápido que yo y lo sostuvo con una mano. Dejó su mano en mi muslo. Me quedé quieta y respiré por la boca. Deslizó su nariz contra la piel de mi cuello, todo mi cuerpo se había estremecido. Solté mis manos de sus hombros para poder dejarlas reposar a los lados de mí.

—¿Quieres seguir jugando? —me preguntó, antes de darle un pequeño beso a mi cuello. En ese momento no pude evitar jadear por la sorpresa. Más que un pequeño beso lo había sentido como un lametazo.

—¡Hareth...! —quise quejarme. Traté de empujarlo con mis manos, pero no se pudo. Él solo se rio de mí al tiempo que se levantaba y me volvía a tomar por ambos brazos para luego impulsarme hacia él, levantándome de la cama.

—No sabes cómo me pones, querida Mia —dijo cambiando el tono de su voz a una demasiado grave y sexy. Casi temblé en mi lugar cuando lo vi acercarse a mí otra vez, di un paso hacia atrás apartándome por completo de él.

—Hareth...—no sabía que decirle, bueno, sí. Pero no sabía cómo. No quería decirle que él también me ponía de un modo raro y desconocido.




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