Mia | Híbridos Rebeldes 1

18. Susurros

Abby

Estaba durmiendo plácidamente hasta que inesperadamente me despojaron de las sábanas que me cubrían. Lancé un quejido y di media vuelta quedando bocabajo, el sueño seguía.

—Vamos, bonita. Ya se está haciendo tarde.

No le respondí, me acomodé más y volví al maravilloso mundo de los sueños. Estaba por quedarme nuevamente dormida cuando Edward descubrió mi cara tras quitar los mechones de cabello que había permanecido tapándome la mitad de esta, me acarició el contorno con suavidad. Abrí los ojos, apenas, lo miré durante un instante y volví a cerrar los párpados.

—Heaven… —me susurró al oído, me estremecí pero ni recibir escalofríos en mi cuerpo hizo que me dieran ganas de despertar—. Abigail Smirnov.

—No… digas mi nombre… así —protesté.

—Entonces levántate, solo te quedan treinta minutos para prepararte.

—Puedo hacerlo en diez, ya déjame —dije lo más alto que pude, luego ubiqué un brazo sobre mi cabeza, tapando de esa forma también la mitad de mi rostro que aún quedaba expuesto.

—Sé responsable y levántate.

—Shhh…

—Abby —dijo en tono serio, ya estaba perdiendo la paciencia. Ya podía reconocer el tono que usaba cada vez que lo estaba sacando de quicio. Ups.

No le hice caso, Morfeo estaba por recibirme, estaba a tan solo segundos de volver a quedarme dormida cuando repentinamente me alzaron y me dejaron bocarriba.

—¡Edward, no…!

—Sí, no seas niña y hazme caso, levántate.

—¿Cómo me has… llamado? —Nuevamente cerré los ojos.

—¡Joder! Heaven, ¿es que tú eres la hija de la bella durmiente?

—Tal vez necesite el beso de mi príncipe para despertar —susurré, sonriendo. Y no transcurrió demasiado para detectar sus labios sobre los míos.

Recibí su beso, gustosa. A pesar de posiblemente tener un aliento apestoso Edward hizo que yo lo percibiera de otra manera por la forma tan profunda de besarme. El hambre de querer más despertó en mí, durante un instante había temido por el olor de mi boca mañanera, pero luego recordé que al cepillarme dos veces antes de dormir se reducía ese mal gusto. Y yo prácticamente no lo sentía, y Edward mucho menos, y si sí ya era su problema por besarme antes de asearme.

Situé una mano por detrás de su nuca y la que me quedaba libre la dirigí en su pecho, y apenas en ese momento noté que él estaba sin camiseta. Seguramente había hecho su ejercicio matutino, él y Lewis salían a tomar aire fresco a las cinco de la mañana (a correr), a las seis y cuarto ingresaban en el gimnasio de la casa y a las siete y cuarto terminaba su rutina.

Era martes y apenas me enteré de ese hecho el día anterior, ya que el fin de semana Edward se quedó conmigo hasta la hora apropiada que se debía levantar cuando no ibas a la escuela o al trabajo.

El lunes Edward me despertó a las siete y veinte, luego de salir de la ducha, pero como él ya mencionó, ahora habían transcurrido diez minutos más y yo seguía en la cama. Era consciente de que posiblemente iba allegar tarde en el instituto. Pero la flojera de todas las mañanas me estaba ganando, ¡auxilio! Oh, Edward ya me estaba dando respiración boca a boca para reaccionar, ¡yupi!

Y sí que estaba reaccionando.

No sé en qué momento Edward me alzó, él me levantó de la cama cuando mis piernas lo rodearon por las caderas. Nos distanciamos un momento en busca de aire, solo que él no me permitió recuperarme del todo porque volvió a besarme antes de que yo me diera cuenta de lo que pretendía. Así que yo, toda ingenua y ajena a su retorcida mente, dejé llevarme por ese momento sin siquiera suponer lo que podría suceder después.

Yo confié en él, y Edward rompió esa confianza cuando el agua de la ducha cayó sobre mí congelándome al instante.

—¡Ah! —grité a todo pulmón raspándome la garganta, bajándome de sus brazos y reaccionando como un gatito asustado cuando era salpicado por el agua. Me alejé de la lluvia artificial lo más que pude, mi espalda chocó contra la pared de azulejos, fría también—. ¡¿Qué diablos te ocurre, estás enfermo o qué?! Mira, estoy temblando por tu culpa.

—Esto lo causaste tú, ve lo que me hiciste hacer.

—¡No lo estoy viendo, lo estoy sintiendo!

—Ven y siéntelo más. Mira que me estoy volviendo a mojar por tu culpa.

—¿Mi culpa? —Me indigné—. Yo no tuve la gran idea de “vamos a distraerla con un beso y de esa forma la sorprendemos en la ducha” —dije haciendo comillas en el aire en la parte remarcada de mis palabras.

—Solo ven aquí, ya puse el agua a la temperatura adecuada.

—¡Sal! ¡Vete de aquí!

—Pero… ¿no ves que estoy tan empapado como tú?

—¡Qué te vayas, no te quiero aquí!

—¿Te enojaste?

—¿Te enojaste? —repetí la pregunta de forma irónica— ¡No! Si me acabas de situar bajo una cascada tibia color arcoíris —expresé una muy mal fingida entusiasmo en mi cara—  ¡No quiero verte! Está a punto de darme hipotermia.

 —No exageremos, ven aquí.

Estaba por escaparme de él, solo que él no me lo permitió al sujetarme con una mano por el brazo, mientras con la otra se encargaba de cerrar la puerta de vidrio de la ducha, atrapándome por completo.

—Quitemos esto —dijo obligándome a alzar los brazos para que me sacara la camiseta de hombre, o sea suya, que estaba llevando puesta.

—¡Oye! Estas excediendo el límite —le avisé en voz alta, mi voz hizo eco en el baño—. No, no —Pero nada lo detuvo, Edward me quitó la prenda y mis manos automáticamente fueron a cubrir mis pechos, formando una equis.

—¿Tú te encargas de la parte de abajo? —preguntó bajando su vista oscurecida y divertida hacia la única ropa interior que me cubría—. ¿No? —insistió cuando no obtuvo respuesta de mí parte. Estaba pensando en lo atrevido que era y en lo idiota también.

—¡Eh! —exclamé cuando él hizo el amago de agacharse al mismo tiempo que extendía una mano en su dirección indicándole un: alto. Lo hice por mero instinto, sin darme cuenta que dejé totalmente expuesto a uno de mis senos. ¡Mierda!




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