Mia | Híbridos Rebeldes 1

27. Encuéntralo

 Abby

Encuéntralo.

Abrí los ojos, sobresaltada y desorientada. Parpadeé varias veces para aclarar mi vista y en ese proceso me di cuenta de que tenía lágrimas estorbándome en los párpados. Giré la cabeza en dirección a Edward, él continuaba plácidamente dormido. Aún era de noche, por ese mismo motivo, me fijé inmediatamente en la hora en mi celular y maldecí silenciosamente porque era jodidamente temprano, de madrugada. Apenas habían transcurrido dos horas desde que regresamos de la fiesta de Anthony.

Apagué el teléfono y decidí ir al baño, me sentía muy extraña. Arrastré los pies hasta llegar a mi destino, percibía a mi cuerpo bastante sensible. Tenía la necesidad de llorar y desconocía por completo el porqué. Y yo odiaba que esto me sucediera, porque sí, no era la primera vez.

Me sostuve con fuerza del borde del lavabo, alcé la mirada al espejo y apenas me vi, me eché para atrás apartando inmediatamente la vista, bastante turbada por lo que se me presentó.

Mi reflejo se vio completamente oscuro, se vio como una sombra.

Tuve miedo de volver a encontrarme con lo mismo si decidía regresar la vista al espejo. No quería mirar, mi corazón latía rápido en mi pecho y mi instinto me pedía huir, necesitaba abandonar este lugar, deseaba protección.

«No seas cobarde y mira, tarada» protesté.

Primero la voces y ahora esto, realmente no sabía lo que me estaba sucediendo, imploraba encontrar pronto las respuestas, porque de lo contrario me volvería loca.

De repente miré mi reflejo, esperando encontrarme lo mismo, pero eso no sucedió, esa vez me recibió el rostro de una Abby bastante confundida. Me miré con extrañeza y procedí a lavarme la cara. Noté que mis manos temblaban ligeramente cuando estiré el brazo para alcanzar una toalla, me sequé el rostro sin prestarle mucha atención a ese hecho.

El miedo aún no me abandonaba, ahora lo notaba con más fuerza. Dejé la toalla de lado y cerré las manos en puños para controlar ese temblor que no me dejaba tranquila. Temerosa, me vi obligada a regresar la vista al espejo. En un segundo todo estaba bien, pero en otro, mi reflejó se deformó, se distorsionó hasta un punto de borrarme la cara. Quedó tachada. Y me espanté más, y esa vez no esperé ni un segundo más y abandoné el baño.

No me importó despertar a Edward a la hora de saltar sobre la cama, sobre él, huyendo hasta sus brazos. Él se despertó un poco perdido, pero apenas visualizó mi cara se ubicó, solo que frunció el entrecejo ni más detectó mi estado.

—¿Qué pasó?

Yo cerré los ojos y me negué en responder, solo reposé el rostro contra su pecho, abrazándolo con fuerza.

—¿Heaven?

—Tuve un mal sueño —murmuré—, protégeme.

—Claro que sí, bonita.

Me besó un lado de la cabeza y comenzó a jugar con mi cabello, realizando caricias suaves. Y así fue como volví a conciliar el sueño.

(…)

Terminé de delinearme los ojos, mi mirada se vio más intimidante que nunca cuando probé dedicarme una dura mirada de desafío. Retoqué el labial y supervisé que todo lo aplicado no estuviese fuera de lugar.

No me gustaba sentirme mal y verme bien compensaba esta horrible sensación, no del todo pero sí lo suficiente como para no dejarme llevar por el abismo de este amargo sentimiento.

Ajusté la cola alta que me había hecho y abandoné el baño. Mi expresión se suavizó apenas me topé con la presencia de Edward en una esquina de la habitación, precisamente donde se encontraba un sillón, él se encontraba sentado, con la vista concentrada en la pantalla de su teléfono. Alzó la mirada para verme, sus labios se estiraron en una sonrisa de labios pegados, este gesto transformó por completo su expresión.

—Me llevas al cielo al cielo solo con tu presencia, bonita.

Edward se puso de pie sin quitar sus ojos sobre mí. Levanté una mano a la altura de mi cara y, en su dirección, negué con el dedo índice.

—Estás equivocado, amorcito. Yo te traigo el cielo, siéntete afortunado. Ahorras el transito —me reí y dejé atraparme por él. Sus manos se perdieron en mi cuerpo, una se detuvo en mi cintura y la otra quedó apoyada en lo bajo de mi espalda.

—¿Y qué es lo que yo te puedo ofrecer a ti? —me preguntó en un tono que evidenciaba un poco de obviedad, igualmente preferí seguirle el juego y ubiqué una mano sobre mi mentón, acaricié la línea de la mandíbula como si estuviera pensando mucho hasta que de pronto detuve todo lo que hacía y entreabrí los labios adquiriendo una expresión que anunciaba una maravillosa idea.

—Acércate y te lo digo al oído —musité.

Edward, bastante atento a mis gestos, me obedeció. Me puse de puntillas y alcancé su nuca con mi mano derecha, intencionalmente rocé mis labios a la piel de su oreja. Detecté cuando se tensó ante mi gesto provocador. Respiré y mi aliento produjo que su piel se erizara.

—Abby —protestó, quiso alejarse pero ejercí presión por donde lo sujetaba logrando que desistiera de hacerlo—. Dime… ¿qué quieres de mí?

Su nota de voz alertaba sobre un posible acontecimiento que me encantaría experimentar.

Pero yo le respondí, rompiendo todo el encanto.

—Oreos —le dije.

—¿Qué? —pronunció totalmente extrañado, aunque por su tono deduje que le estaba costando salir de esa fantasía…

Lo dejé libre al poner distancia. Sonreí con inocencia y repetí mi respuesta.

—Oreos.

—¿Oreos? —usé toda mi fuerza de voluntad para no estallar en carcajadas por su tono y expresión. Edward se encontraba realmente desconcertado, muy extrañado y bastante perdido en el tema.

—Galletitas Oreo —me especifiqué—. Ofréceme oreos y seré muy feliz.

Me aguanté la risa que me cosquilleaba en la garganta. Me mordí el labio con fuerza para no fallar en esa tarea en cuanto Ed procedió a fingir haberlo entendido todo.

—¡Claro! ¿Qué más podría ofrecerte, no? Oreos… —repitió queriendo convencerme de que ese había sido la respuesta que escondió su tono de voz—. Lazcano, todos los oreos de Madrid te pertenecen si dices mi apellido. No te preocupes, serás muy feliz conmigo.




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