Mia | Híbridos Rebeldes 1

38.Único

Al ingresar en la habitación, aseguré de no dejar nada a la vista bajando todas las persianas. Después me dirigí inmediatamente en la cama, me tapé y cerré los ojos con fuerza rogando una vez más despertar de esto que debía ser una pesadilla.

Poco después apareció Hareth, se duchó antes de encontrarse conmigo en la cama. Me reincorporé yendo a acomodarme sobre su pecho y de esa manera me quedé dormida, conmigo sobre él.

Desperté primero, lo hice muy de pronto, como si me hubieran forzado a hacerlo. Lancé un suspiro de alivio al notarme bien.

Hareth seguía plácidamente dormido, acomodé las palmas de mis manos una arriba de la otra para luego posar la barbilla sobre el dorso de la misma y tener una estupenda vista de su atractivo rostro. Su cuerpo semidesnudo se encontraba tibio, noté lo cálido y acogedor que estaba su pecho por debajo de mí, sus piernas estaban en el medio de las mías, moví las mías con suavidad para no despertarlo. Ya tenía la necesidad de estirarme, pero tampoco quería hacerlo, no quería alejarme de él.

Alcancé su mentón con el índice y subí delicadamente. Al llegar al inicio de sus cejas, su entrecejo se frunció. Su semblante me resultó adolorido y sus labios se entreabrieron de pronto.

—¿Hareth? —pronuncié bajito, extrañada.

Él no me escuchó, seguía dormido sobreviviendo a un sueño, o pesadilla.

—Hareth —insistí más firme. Me incorporé quedándome sentada sobre sus piernas, y las manos sobre su cara—. Oye…

El calor que transmitió de pronto fue abrumador, de la nada parecía tener mucha fiebre, notaba las gotas de sudor en su frente. Una sensación de miedo me inundó y no supe qué hacer más que insistir para que se despertara.

—¡Hareth!

Abrió los ojos de pronto, el ámbar me recibió expresando una emoción perturbadora.

Ese hecho me dejó mucho más asustada.

Él se recostó apresurado, me dejó a un lado para poder levantarse sin disminuir su prisa. Se dirigió al rincón donde ya se encontraba preparado su maleta, sacó algo de uno de los bolsillos y se precipitó a encerrarse en el baño.

—Pero… ¿qué? —expresé aún con la sensación de miedo punzando en mi pecho. Su comportamiento me pareció tan extraño e inesperado que me quedé muy quieta durante varios segundos procesando lo que acababa de ocurrir.

Al conseguir salir de ese trance, me apresuré en bajarme de la cama y alcanzarlo en el baño para saber si estaba todo bien. Irrumpí en ese espacio un poco desesperada por saber de él.

—¿Estás bien? ¿Qué te pasó?

Él levantó el rostro hacia el espejo, sus ojos ya estaban normales, le dedicó una mirada a mi reflejo y asintió.

—Pero ¿qué tienes? ¿Una pesadilla?

Toqué su hombro, el calor no disminuía.

—Sí.

Él seguía agitado, intentaba normalizar su respiración. Lo abracé de lado, apoyando mi rostro contra su brazo.

—¿Te medicas? Vi que tomabas algo —murmuré no queriendo sonar demasiado metida, aunque me correspondía saber.

—Solo fue un calmante.

—¿Ya hizo efecto entonces?

—Trabaja rápido, llevo tomándolo cinco años, ya estoy acostumbrado.

—¿Estás enfermo?

—No, Rouse —dijo, expresando arrepentimiento por haber hablado de más.

—¿Y no me dirás más? —pregunté insistente. Apenas en ese momento él giró el rostro a verme, me aparté de él sin eliminar el contacto visual.

—No es importante.

—Acabas de decirme que llevas tomando ese medicamento cinco años, yo creo que sí es importante.

—Cinco años, pero no todo el tiempo, todos los días. No es importante —sostuvo y dejó de verme. Abrió la llave y se mojó la cara, parecía muy ansioso.

—Como digas —resoplé—. Solo dime por qué. Parece que la pesadilla te atormentó demasiado.

—No quiero recordar… —su mirada quedó baja, su gesto muy serio.

—¿Tan malo fue?

—Te lo diré en otra ocasión. Ahora… —giró hacia mí—, lo que más me calma eres tú.

—Estás muy caliente —dije al tenerlo contra mí.

—Tú siempre me tienes caliente.

—Hablo en serio, Hareth. Necesitas una ducha, no te me pongas atrevido ahora, lobito.

—Bien —me sonrió y me dio la espalda. Justo en ese momento la puerta de la habitación fue tocada, él lanzó un suspiro.

—Yo voy —le avisé.

—No, no —negó y me detuve—. Dime, Simon —pronunció Hareth.

Él se concentró en oír la respuesta.

—¿Qué dijo?

Ante mi pregunta, él me miró.

—Sheldon Collins tiene algo que me concierne, no dijo qué pero necesito ir a ver de qué trata. Pasaremos por el castillo antes de comenzar el retorno a casa.

Ay, no.

(…)

Justo en la entrada del castillo nos recibieron dos hombres uniformados, comenzaron a escoltarnos directamente a la sala del trono. El guardia que custodiaba esa puerta la abrió para nosotros ni más nos divisó, ingresamos solos los dos.

Apreté más la mano de Hareth, nerviosa. Pero intenté que esa sensación no se me evidenciara, mantuve el rostro en lo alto y con la vista fija en la zona de los tronos.

Allí se encontraban Sheldon y Miranda, él sentado como todo un serio gobernante y ella de pie a su lado, atenta a todo.

Cerca de los peldaños que bajaba de esa zona se encontraba Aedus Sallow. Mis ojos ya lo estaban curioseando sin que me diera cuenta. Él estaba vestido de manera menos formal, completamente de negro. El abrigo largo le daba un aspecto serio y mayor. En apariencia él se veía como un chico de veinte años, no le podía dar más. Pero ese aire que transmitía, esa potencia infernal que me alertaban sus ojos, resultaba desgarradoramente peligroso y advertía poner distancia.

Su expresión en ese momento era inescrutable. Su cabello negro ya no se mantenía perfecto, estaba desordenado e incluso un mechón le rozaba su ceja derecha. Me cosquillearon la punta de los dedos con una rara necesidad de acomodárselo.




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