Capítulo 44: ROSE
A él no le importó que mi mano estuviera ensangrentada o sucia, tomó mi mano con firmeza y me jaló de ahí, levantándome. Mis piernas flaquearon enseguida y volví a sentir como las lágrimas inundaban mis ojos. Esa vez no fue por preocupación, mucho menos por mí, era por él.
Tomó mi rostro entre sus manos, su tacto se sintió como la última vez, sus ojos miraron los míos con detenimiento y, como la primera vez, me sentí perdida en ellos. Enseguida dejé de sentir la sangre correr por mis labios, su pulgar pasó sobre mi boca y me lo humedecí. Bajé la vista al no ser capaz de sostener esa mirada atrayente.
El ritmo acelerado de mi corazón me mantenía inquieta, las sensaciones que me despertaba su cercanía corrían en forma de escalofríos bajo mi piel. Volví a chocar mi mirada con la suya, ese chispeo de deseo que manifestaban sus ojos me sugerían alejarme.
Y eso hice, me escapé de su contacto dando un paso atrás. Me resultaba irreal tenerlo ahí. Aedus estaba delante de mí porque yo había pronunciado su nombre.
—Estás aquí —fui capaz de decir.
—Siempre cumplo lo que digo —quise cerrar los ojos para deleitarme con el sonido de su voz, envolverme en su presencia, sin embargo, solo regresé al paso que había dado y no dejé de verlo a los ojos cuando continuó hablando—, más si es para ti, Rose.
«Rose» repetí en la mente, la voz de Aedus hizo eco en mi cabeza y por culpa de ello sentí como una sensación electrizante recorría todo mi cuerpo.
Él tomó mi mano, sus fríos dedos apretaron los míos con suavidad, en ningún momento dejó de verme a los ojos, notaba mi pulso acelerado por la cercanía y ese aroma varonil que desprendía hacía que quisiera acercarme más a él, pero necesitaba contenerme.
No sabía que las lágrimas seguían en mis ojos hasta que él pasó su dedo pulgar por debajo de mis ojos, con una delicadeza que me dejó sin respiro. Me limpió las lágrimas que caían, y tal vez por ello es que no querían detenerse... Él volvió a colocar sus manos a los lados de mi cara, acercó su rostro al mío y me vi morir al presenciar su cercanía y la melodía que nos rodeaba.
Situé mis temblorosas manos en su pecho, la camisa negra que usaba se sintió tibia comparado a él, igualmente su piel fría traspasaba la ropa y podía detectarlo por debajo de mis palmas. Mi mente comenzó a trabajar y a imaginar cómo sería si mis manos verdaderamente estuviesen tocando su piel desnuda.
El calor fue obvio, mis mejillas se calentaron y procedí a mantener la cabeza baja y con la vista fija en donde se encontraban mis manos.
Sentí una lágrima deslizarse por mi mejilla, Aedus no se movió ni tampoco se fijó en aquello puesto que mantenía la cabeza baja. Subí una de mis manos hasta secármela, pero mis ojos se desviaron hacia esa mano y lo que vi me dejó petrificada.
Aedus tomó mi mano levantada y lo llevó directo sus labios, lo miré desconcertada, besó el dorso de mi mano y pasó su lengua por el dedo manchado con la lágrima de sangre, saboreándolo y viéndome en el proceso.
—¿Qué haces? —susurré sin aliento, sentir su lengua fue una sensación indescriptible.
—Tranquilizándote.
—Me estás matando.
Estaba sintiendo un montón de sensaciones a la vez, su toque ocasionaba que ligeros escalofríos se esparciera por todo mi cuerpo, eran tan placenteros que me daban ganas de cerrar los ojos y disfrutar.
Él, al escucharme decir aquello, sonrió. Sus labios se curvaron ligeramente en una sonrisa de labios pegados. Ese gesto transformaba toda su cara, otorgándole un semblante más divino.
—Lindo —no pude evitar guardarme aquel halago solo para mí. Sentí a mis mejillas arder por la vergüenza, desvíe la vista pero él me sujeto de la barbilla volviendo a fijar su intensa mirada en mí.
Yo no debería estar conservado esta cercanía, ni siquiera debí llamarlo. A pesar de que él fuera mi compañero, él se encontraba en el bando enemigo.
—Belleza —dijo en el mismo tono que yo, esbozó otra sonrisa más duradera. No sabía si yo estaba respirando en aquel momento. No fui consciente de que mi pulgar ya estaba contra sus labios hasta segundos después, lo quite de ahí y me alejé lo más que pude, un dolor en la cabeza me hizo detener y pude notar cierta exigencia llenar mi mente para que volviera hacia él.
Mis ojos estaban cerrados con fuerza tratando de soportar el intenso dolor que punzaba en mi cabeza.
—Relájate —escuché la voz de Aedus en una lejanía.
«No puedo, no puedo» quise gritarle, pero había algo en mi garganta que me lo impedía.
Una mano rodeó mi cintura y la otra fue a pasar por detrás de mi nuca, a pesar de que Aedus no necesitaba respirar lo hizo, sentí su respiración muy cerca de mi oído y de a poco el dolor que estaba sintiendo se fue desvaneciendo. Porque él sabía que si yo lo sentía me calmaría.
—Calma, Rose —su susurro liberó espasmos deliciosos.
—¡Que pasa conmigo! —dije con apuro segundos o minutos después, Aedus estaba delante de mí y su hermoso rostro muy cerca del mío, quise apartarme otra vez pero él me lo impidió al agarrarme de la cintura, una de sus manos fue a parar a un lado de mi cara, traté de relajarme contra su fría mano, pero ni aquella frialdad logró calmar el fuego que abrasaba en mi interior.
—Tranquila.
—¿Cómo pides que me tranquilice cuando tú no puedes sentir lo que yo? —me separé abruptamente de él, la vista se me nubló a causa de la presión de las lágrimas en mis párpados.
—Eso ocurre porque te resistes —dijo él, no lo miré porque no podía. Un sollozo salió del interior de mi garganta y ni sabía muy bien el porqué de mis llantos. No recordaba en qué momento había parado en los brazos de Aedus. Solo sé que lloré hasta librarme de todas las lágrimas, me quedé seca y me humedecí los labios varias veces, todavía contra su pecho. Su mano me acariciaba el pelo delicadamente mientras yo respiraba consiguiendo de a poco tranquilizarme. Ubicó sus manos en mis hombros y puso una corta distancia entre nosotros únicamente para verme a la cara.
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Editado: 12.07.2021